Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20131130

La copia

Escribió en su bio que era una persona original. Por supuesto, era parte de los millones de seres humanos con cuenta en tuiter. Era original estar en una red social. Tan original como tener un nombre determinante de una época postmoderna, con un nick muy original... "linda princezzhhiiiiiita".

Por supuesto, no solo su personalidad era original, también su ropa, su apariencia, sus costumbres, su peinado, sus zapatos... todo muy original. Muy original que se dijera "bipolar" cuando no tenía ni pinche idea de qué significa en realidad padecer esa condición psicológica, pretendiendo hacer entender que en realidad era caprichosa, desmedidamente demandante de sus amigas, con un humor cambiante. Ella es la más original de todas.

Tiene una adolescencia tardía, ya roza los 21 y no termina de entender que su imagen de princezziiiiiita linda no va con la edad en la que se supone ya debería haber madurado un poco más, al menos como para entender que ese nick más que ternura provocaba una especie de risita discreta o una burla abierta. Obvio, el resto era un puñado de gente tan corriente. Ella era la original, la que llora si no consige lo que quiere, la que se toma fotografías en los espejos de los baños, la que va al salón de belleza para que con artificios hagan entender que ella es rubia, no morena como había nacido. Lo que haría con sus primeros ahorros al trabajar en la flamante carrera de mecadeo era operarse la nariz que había heredado de su padre. "Nuégado" era el mote de su padre en bachillerato. Como lo detestaba por eso, porque... sépanlo... odiar al papá por una circunstancia genética es válido y está "IN" tener algo por qué reprochar.

Terminó de configurar su cuenta de tuiter, su primer tuit fue "El amor lo puede todo. Te amo gordo". El gordo era su novio de bachillerato, se habían aguantado infidelidades, truenes y lluvias desde hacía cuatro años, pero obvio no podían separarse... se "super aman". El gordo no la soporta, a veces finge que se ha descargado la batería del celular para no contestarle. Había una tan sola razón por la que soportaba a la original... su cuerpo... le levantaba el plante a un gordo tener a una rubia, anoréxica, insegura a su lado. El gordo ve el tuit, ve la fotografía de ella, recuerda cuando lo flechó en bachillerato. No era como es ahora,  la recuerda morena, rellenita, tímida. La extrañaba cuando no era original.

Linda Princezzhhiiiiiiita se siente la mas bella del mundo, a la vez no está satisfecha de sí. Sabe que algo le falta, pero no se lo dice a nadie. Tuiter será su refugio para expresar sus más íntimos sentimientos, segura que es un lugar donde nadie la ignorará, donde todos alabarán sus pensamientos, donde puede encontrar a las mejores personas, aunque no sean originales... como ella.

En tuiter hay muchas lindas princezzhhiiiitas, todas muy originales, tanto que son una copia exacta de las demás. 

20131125

Esta no soy yo


(Relato inspirado en Copy of A de Nine Inch Nails)


esta no soy yo es una copia de mí una copia de mí una manzana una manzana con todas sus dulzuras y sus dramas una manzana jugosa roja y despiadada una manzana que puede convertirse en una excusa para hacer lo que no es debido una manzana que puede ser una excusa para la humanidad para los hombres para las guerras para las inconstancias para los denuedos para los absolutismos para las pancartas de las calles para las bombas que caen y suenan y resuenan en algunas conciencias soy una manzana y a veces me pelan a veces me desnudan me desuellan me sacan las semillas para tirarlas por allí para ser una excusa también para los venenos para las muertes las cosas seguras los odios que nacen de mañana y no mueren en la noche enveneno corazones y en mi nombre inventan lamentos soy una manzana una manzana una manzana la mentira de los doctores y de la vida el jugo de sueños que nunca fueron ni serán ni vendrán nunca jamás de sueños que no se lamentan de ser o de no ser en ningún plato o en ningún postre o en ningún pastel ni en el cuchillo de nadie el cuchillo sin filo que se lleva la pulpa que parte las partes que las sala o las endulza o sea como sea el cometido esta no soy yo es una copia de mí una serpiente que sube y lame su lengua despiadada una serpiente serpenteando con mi piel lisa y lustrosa una serpiente de colores inventando mentiras enroscándome en un árbol en las verdades de todos los que nunca fueron ni serán ni quieren ser soy la mentira de nadie y la excusa de todos una serpiente odiada y temida arrastrando mi piel y mi cuerpo por laderas y montañas y desiertos los desiertos del mundo los desiertos no descubiertos los que nadie quiere saber si existen o no soy una serpiente una serpiente un veneno a tiempo que se desliza despacio por las palabras por las mentiras por las ramas de los árboles y los brazos soy la excusa -ya dije- la excusa soy la cabeza que todos quieren aplastar para convertirme en nada en una serpiente que cambia de piel y de colores que puede engullir un elefante si es necesario si es conveniente si es acordado y salgo engullendo elefantes en los libros y de esa manera me odian soy un ejemplo un mal ejemplo esta no soy yo es una copia de mí una hoz afilada y resplandeciente reparto verdades a tajo corto palabras sin remordimientos destrozo letras y latidos y esperanzas letras que se van volando olvidadas que se convierten en mentiras del día a día mentiras templadas brillantes afiladas soy una hoz que destrozo al mundo una hoz con sus motivos y sus metáforas y sus mentiras bien arraigadas cortantes punzantes que hieren soy el motivo de una sombra de un hilo de sangre de una muerte de plantas de árboles de personas de muertes a veces justificadas a veces irreales a veces surreales soy un motivo y una pena una pena de muerte y de resucitación una pena con lágrimas y sudores y delirios cotidianos una hoz dije soy una hoz que capita y decapita un arma digo un arma blanca negra gris un arma de cualquier color un cuchillo una navaja una idea que tal vez no nazca un amor que es cortado cortado de raiz y de principios cortado de finales de esperanzas de libélulas de luciérnagas de todas las cosas que pudieron ser hermosas y duraderas soy un veneno soy una muerte soy un destino soy una hoz esta no soy yo es una copia de mí una manzana una manzana reluciente y dulce una serpiente que serpentea una manzana que inventa mentiras una serpiente que la engulle esta no soy yo es una copia de mí soy una hoz una hoz con toda su dulzura y sus dramas soy una serpiente que sube y lame su lengua despiadada esta no soy yo soy una manzana una copia de mí una serpiente una guadaña esta no soy yo es una copia de mí una hoz del cerebro un desierto que cambia de piel y de cáscara y de mañas

esta no soy yo es una copia de mí una manzana

Clases de Manejo (Copy of A...)


Me prometí que no seguiría sus pasos; pero las palabras y las promesas no tienen sentido cuando la mente parece olvidar tan fácilmente. ¿La memoria? Sí, la mía.

No quiero encontrar excusas, sin embargo me resulta demasiado obvio seguir lo incomprensible, pues no existe marco de referencia que pueda usar; y al mismo tiempo puedo darme cuenta que si tal marco existiera, también haría lo incomprensible, pues es más opción equivocarse con algo nuevo que equivocarse con viejos patrones.

No tengo ni idea de qué hacer, si continuar o regresar. Si continuar o deternerme y comenzar de nuevo. Es raro esto de tomar desiciones, todavía no me acostumbro. Me recuerda a la época en que estaba aprendiendo a manejar, donde me resultaba difícil decidir qué calle tomar, porque no conocía otro camino, mi único marco de referencia era ese camino que tomaba el colectivo, y que no siempre me dejaba donde yo quería, ni cuando yo quería. Subirme a un vehículo y comenzar a decidir por donde ir me resultaba un poco confuso, el miedo al error, a tomar la ruta más larga y consumir más combustible por el tráfico hacía que dudara más aún. Titubué mucho tiempo, rodé por las mismas calles muchas veces. Entonces un buen día, me prometí no seguir sus pasos: no seguir el camino del colectivo y encontrar rutas alternas hacia donde yo quisiera llegar. 

El temblor de piernas y de manos al andar por nuevos caminos, de día, bajo lluvia o en la oscuridad era emocionante y preocupante al mismo tiempo. Un movimiento en falso y podía perder el control y no frenar a tiempo; un pequeño error como ese puede costarte la vida; y peor aún, la vida de alguien más.


Me prometí no equivocarme en el proceso, hacerlo bien, conducir y llegar siempre a donde yo quería en el tiempo que yo quería; y si me equivocaba, entonces encontraría nuevas calles, nuevas salidas para evitar el embotellamiento, para evitar esa semáforo que sabés que siempre se tarda más de la cuenta; incluso regresar siempre es una opción cuando el camino delante está obstruído.

Eso es lo divertido de manejar: decidir y controlar. Toda la vida se resume en eso: control y tiempo. 

El problema es cuando no sabés el camino, pero ahora que existe Waze, es posible encontrar rutas, incluso cuando no tenés ni idea por donde vas. Solo necesitás un aparato inteligente y una buena conexión a Internet. 

Supongo que de eso se trata: de encontrar herramientas para ubicarte en dónde estás y conectarte con buena gente que es una copia de ese lugar de donde vienen; que es para donde vos vas.  

Ahora ya no manejo. Voy a pie y uso el colectivo. Y comienza la ansiedad, de nuevo. 

Supongo que a pesar de todo,  aunque se me olvide como manejar, aún no se me olvida a dónde quiero llegar.  Y las preguntas regresan: ¿cuándo? ¿cómo?




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NGB | DA20131125

Este lunes Copy of A

La repetición. Es un fenómeno que durante los últimos 30 años y especialmente desde el boom de la música electrónica se ha venido multiplicando. Copias de copias de copias. De igual forma todos somos una copia del aguien más: a nivel celular, somos una copia (a la mitad) de nuestros padres. Y culturalmente, ni hablemos, somos copias de copias de lo que aprendemos. Siento que la palabra espejos define más esta realidad, pero por esta canción, "copia" tendrá que ser suficiente.

A la espera de más copias de copias de copias y de textos inspirados por "Copy of A" de Nine Inch Nails.

Me despido.
Delmy Alvarenga.

20131124

Dejarlo ir

(Relato inspirado por With Or With Out You de U2)


Dijo que sí vendría.

Dijo que a la hora del atardecer mientras el sol todavía se reflejara en mis ojos. Dijo que sí vendría y la luz del sol todavía se escurre sin ningún drama entre las ramas de los árboles, entre las hojas que se mueven con su verde que te quiero verde. Así. Sin más noticia que mis manos dándole vuelta al último café del día, que tal vez en unos minutos pueda convertirse en algo más fuerte como licor o rosas o espinas. Me resisto a creer que esté aquí esperando, que haya estado esperando desde unas horas antes por si se le ocurría aparecer previo a la hora convenida, por si yo hubiera oído mal y en vez de cinco hubiera dicho cuatro o tal vez tres o tal vez dos y así no habría sorpresas o disgustos o llegar y encontrarme con la mesa vacía como la vez anterior y luego tener que soportar el fin de semana de enojo, tener que dar miles de explicaciones, miles de perdones que al final siempre nos llevan a la misma reconciliación de siempre en un hotel de tercera, con whisky de segunda y sexo de primera. El reloj pasa tic-tac tic-tac tic-tac, la gente pasa en la calle también, mientras espero, mientras la espera se prolonga como cualquier orilla del mar cuando las olas van y vienen y mojan la arena y la dejan llena de espuma amarilla de tanto sodio y entonces se convierte en un estorbo más como basura o llantas o desperdicios que nadie quiere apartar.

Dijo que sí vendría.

Dijo que a la hora del atardecer mientras el sol todavía se reflejara en mis ojos. Dijo que sí vendría y veo cómo el sol se va acercando a la línea recta del horizonte y pienso que nada de esto vale la pena, haber vaciado así las emociones, dejarme descubrir vulnerable, dejarme abrazar y sacar palabras que nunca creí que existieran para que luego todas esas palabras se revirtieran en mi contra, para que luego todas las emociones le permitieran acomodarse en una relación ya casi sin sorpresas, ya sin canciones, ni poemas, ni dulzuras, ni ternuras... Ni nada de todo el palabrerío del que hizo gala al principio. Para ganarme, para comprarme, para sorprenderme, para amarrarme de manos y dejarme el cuerpo todo en automático hacia él. Y a este punto podría levantarme, levantarme, irme para siempre caminando hacia el horizonte como película cursi y con drama, con música de fondo con tragedia, con una ópera de esas lastimeras y desgarradoras. El sol todavía no se va del todo y podría... Podría irme. Podría. O dejarlo ir sin sorpresas. Dejarlo ir como un suspiro, como una lágrima, o como ese mismo sol que dentro de unos momentos se va. Pero dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir.

Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir.  Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir.  Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir. Dejarlo ir.


Dijo que sí vendría. Dijo que a la hora del atardecer mientras el sol todavía se reflejara en mis ojos.

20131118

"With or Without You" - U2

Esperaré hasta que salga la luna para que con su luz ilumine el camino marcado por tus pasos, esos que tanta curiosidad tengo por seguir.

Siilosamente te marchaste por la senda inconclusa, dejando más preguntas que respuestas, desvaneciendo cualquier idea ingenua de perpetuidad porque la distancia y la pérdida siempre nos encuentra cuando menos lo esperamos, desdibujando lentamente la realidad que construimos juntos, disolviendo nudos que nos amarraban para volver a ser uno.

Esperaré hasta que la luna aparezca nuevamente deseando encontrar tu sonrisa magnífica, esa que aún escucho en las noches más oscuras cuando la soledad juega teatros en mente y el humo llena el espacio entre nosotros.

Porque es más sensato caminar aunque sea con luz tenue en lugar de tropezar en la oscuridad. Porque después de tantos caminos, los golpes y los errores ya duelen. Porque con los años se aprende que es mejor esperar el viento a favor que andar indiscriminadamente en alta mar buscando cualquier corriente para llegar "a cualquier" destino.

Esperaré a que la próxima luna aparezca nuevamente para dejarme guiar hacia ese lugar donde quizás ya no te encuentre más, sino que encuentre nuevas historias en un nuevo lugar.

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NGB.DA20131118.

¿Estás aquí?

"¿Cómo sabes que no soy una alucinación?"
MG

Durante años pasé esperándolo, sin saber cómo sería, ni como se llamaría, ni como aparecería. Solo estaba segura que algún día se haría presente. 

Llegó una tarde, con excusa de un café y nunca más se fue. 

Sucedió de todo en ese tiempo: pasión, ternura, lluvia, viento, besos, cartas fulminantes, poemas escondidos, fotografías, viajes, soledades, silencios, esperanzas, estrellas, libros, frialdad, caricias, cervezas, café, risas y el llanto. 

Por suerte siempre tengo gente alrededor, al menos eso creía. Nada me había preparado para algo inimaginable, todos me decían que no debía confiar, que debía protegerme; yo me fui enamorando, luego olvidé el enamoramiento en cuanto me lo dijo claro... no sabía si quería seguir junto a mí. No hay nada más eficaz para sacarlo a una del estado de estupidez como una baldada de realidad. Ya no estoy en la edad de las ilusiones y lo recordé.

Luego regresó... ¿o regresé yo? No lo sé. 

Dicen que la monotonía es una forma de ser adultos, la rutina, lo establecido, lo coordinado... siempre esa gana de formar personas encajonadas, nunca me gustó eso, no había forma de encontrar paz en esa forma de vida, nunca he encajado. Nunca me he sentido parte de nada, ni de nadie, excepto cuando él estaba conmigo. Había una forma de ser persona normal a su lado, deseaba lo que nunca había deseado, buscaba la forma de ser persona estable, era ecuánime, serena, linda. Terminé aceptando que me agradaba a mí misma si estaba con él. Cuando no estaba era triste, melancólica, con el enojo a flor de piel, con un constante ruido, como un dolor de cabeza constante, como cuando un sol de mediodía achicharra todos tus pensamientos. Era la peor versión de mí si no estaba.  

De repente empecé a sospechar, habían cosas que no eran lógicas, era demasiado bueno o demasiado malo, era como si existiéramos solo en el momento de estar juntos. 

Me di cuenta que no podía seguir así. Debía huir de él, debía alejarme, debía... no podía. 

Cierta tarde, me decidí a hablar con él. Debía confesarle mis desordenes mentales, no era justo que creyera que yo era normal, no era justo que no pudiera decidir quedarse o no con la loca que soy, no era justo que cuidara de una inadaptada. Me dolía tanto porque yo deseaba tantas cosas: construir más recuerdos, realizar más viajes a su lado, emprender un negocio, amar a sus hijos, disfrutar con sus amigos, cuidarlo en su vejez, cocinar sus alimentos. Todo lo que cualquier mujer normal haría. Quería dejar de ser yo. Quería ser nosotros. Debía decirle todo. 

Llegó a mi casa como era su costumbre, hablamos de lo que siempre hablábamos, nos besamos como siempre nos besábamos. Reuniendo el valor necesario empecé a contarle todo, desde mi insomnio, pasando por la época en la que consulté a una psiquiatra, hasta las alucinaciones que son habituales en mí. Todo, con miedo a su rechazo, con miedo a estar sola de nuevo. 

Los días son mejores desde aquella tarde, ya no tengo miedo. Él escuchó todo, su reacción fue esperanzadora, humana, gentil.

Entonces sucedió algo extraño... empecé a desaparecer. No es mi intención, no lo había planificado así, solo ha sucedido sin poder evitarlo. Fue muy duro comprenderlo luego de un par de semanas, la que se estaba yendo era yo. ¿O el que se iba era él?

La doctora me pidió volver a tomar mis medicinas. Durante varios años renuncié a los medicamentos, esta era la consecuencia. Me di cuenta que no era capaz de distinguir si las cosas eran realidad o alucinación. La última vez que lo vi se lo comenté. Me miró con esa forma que tienen los hombres al despedirse. Vi que le costaba hablar, quizá buscando la forma de no dañarme más.

- "He estado buscando la forma de decirte esto, no es fácil porque te quiero tanto, pero debo hacerlo... no soy real".

Cada noche tomo una pastilla, me garantiza que nunca vuelva él, no quiero verlo y me muero por no tenerlo, pero debo dejar que ya no aparezca, aunque lo extrañe, aunque no tenga con quien hablar cada día, aunque no comprenda cómo pude querer tanto a alguien que no existe.

A veces, luego de medicarme, salgo al balcón para extrañarlo mejor.


Este lunes: With or Without you

Escribir es como enamorarse... al inicio es todo ternura y entusiasmo, pero cuando el enamoramiento va pasando y muta en una "relación madura" se van los momentos efusivos y de fulgor. Llega la tranquilidad y una se puede dar cuenta que escribir puede ser una forma de vida.

Escribir es una forma de vida que cuesta a veces. Porque no encontramos inspiración, o tiempo, o las palabras adecuadas. Mil cosas pueden suceder. Escribir es como amar a una persona.

Como en casi todas las expresiones artísticas el amor es una fuente. ¿De qué?. No lo sé, aún lo estoy averiguando, de lo que si estoy segura es que tanto en la música, como en la literatura, no podemos vivir con o sin amor.

El tema de este lunes es precisamente ese... "With or without you" de U2, canción que fue lanzada en marzo de 1987. Hace 26 años que esta canción nos acompaña, nos ha hecho pensar en una persona, en un tiempo, en un recuerdo. Hoy la tomamos prestada y presentamos los relatos de esta semana. Que los disfruten.

KR

20131111

Soñé



Soñé con una playa y un amanecer. Había arena, como es de suponer; miradas y palabras y cuerpos húmedos. Esas cosas pasan cuando soñás con playas. Digo. No sé. Había música de fondo, como es debido en cualquier sueño que se la lleve de sueño verdadero, y el mar sonaba poético al reventar sobre la arena, casi como un llamado, y si uno prestara más atención a los mensajes oníricos, podría darse cuenta que ese llamado era casi una advertencia. Pero en el sueño uno no se da cuenta de esas cosas, oye el eco del mar y el otro te mira como si te viera por primera vez, como si se fuera a derretir, como si estando así de cerca te pudiera respirar y aspirar y volver una vez más a respirar y aspirar y así sucesivamente, sin fin. Porque, es raro, mientras se está en ese estado inconsciente tan famoso, el tiempo parece no existir y el otro te mira así, mientras amanece y vos estás acostada en la arena muriéndote de frío y de canciones que suenan a otros sonidos que no deberían, como a milagros desatándose, como a rumores lejanos, como eso y mucho más.

Soñé con esa playa en un día que pudo haber sido noviembre. No un día, una noche con su madrugada y amanecer específicos y lo raro es que en el trance el amanecer no era de colores, no habían nubes rosa, ni color naranja, ni siquiera medias tintas; eran nubes blancas y aunque tenía la cámara a mano no se dejaron retratar, saltaban de un lado a otro como pensamientos sin sentido. Mejor dicho: como sentimientos surreales. De esos, ya saben, de esos que suceden solo en los sueños. El mar no era  turquesa como en los poemas, ni azul marino, ni siquiera verde; el mar era transparente y yo jugaba a no verlo, a ver sus ojos, en cambio, que en este caso si eran azul y verde. Sí, uno azul y otro verde, mientras se sueña pasan esas cosas arbitrarias, no tiene que ver con lo que uno quiere, espera o piensa, tiene que ver con el subconsciente jugando esas pasadas extrañas, como cuando entra sin querer alguien que no te imaginabas o un personaje secundario de la vida real, o alguien quien ni siquiera conocés. En este caso no era alguien quien no conocía, ni mucho menos un personaje secundario, y yo miraba sus ojos que miraban con sorpresa, de esas sorpresas ricas, supongo, en los sueños uno puede presentir los sentimientos y él me miraba con sorpresa, con el ojo azul y el verde y las pestañas medio cerradas. Con sorpresa tierna, podría decirse. Y mientras lo hacía nuestros cuerpos se convertían en arena, en arena blanca en este caso, cual playa caribeña, y las olas llegaban a nuestros pies rozando con espuma y caracolitos de todos colores los dos cuerpos, que de tanto ir y venir –las olas, entiéndase- terminaron por fundirnos en la playa, como una escultura, los dos cuerpos casi abrazados, casi queriéndose amarrar en un beso, rodeados de moluscos, estrellas, lunas y soles, nubes blancas y espuma salada, pescaditos y niños con madres apartándolos de esa suerte de sueño del que no se puede escapar. 

Del que huyo cada noche y siempre me alcanza.

Soñar que se sueña

Nunca fue buena para dormir, cualquier cosa era una excusa para que la abandonara Morfeo. Pasaba las noches en vela, oyendo música, leyendo cuentos, escribiendo poemas, mandando mensajes a su paladín. No recordaba cuándo empezó. De hecho siempre tuvo la impresión de que nunca durmió bien.

Las noches siempre fueron su espacio temporal favorito, le gustaba el color oscuro del cielo, el silencio cuando todos dormían, la frescura de la inmensidad. 

Tenía una semana de no dormir poco, un par de horas al día, los exámenes médicos, la presión laboral, la madre que persigue sus pasos perdidos, la hermana que requiere consejo, el hombre que quiere y su plática alentadora, la soledad que le aconseja, los triglicéridos disparados, la prolactina que se subleva y las preocupaciones básicas de todo adulto normal: ir al super, pagar la casa, terminar un texto, recordar cumpleaños a tiempo, cubrir necesidades de los demás, tomarse un café con las amigas. 

Y ahí estaba de nuevo, ella acompañada del insomnio, de las mil preguntas que jamás contestará, del recuerdo lejano de una noche de noviembre cuando vio llover fuego sobre los techos de la colonia popular donde creció. El miedo de escuchar las pisadas de "los muchachos", la enorme ollada de frijoles que la puso su mamá a cocinar y sus 12 años que no comprendían muy bien que la guerra era una necesidad comunitaria o la forma en que alguien la engañó y le dejó impregnada para siempre la piel con la idea equivocada de que el comunismo era la solución. 

Veinticuatro años después está acá, no es comunista, nunca entró a la guerrilla, ahora es una asistente de algo parecido a la filantropía y no comprende por qué la vida a veces no es como ella creía que sería a los 12 años. 

24.

No se da cuenta que empieza a soñar mientras está despierta, su cerebro necesita descansar y manda esas señales, para que ella de verdad vea la manera de dormir, al menos un momento. Sueña despierta porque no le queda otra. Sueña con un hijo que jamás tuvo, que amaría con fervor y se llamaría Silvio, como su papá. Sueña que es doctora y que al menos tiene una excusa para el desvelo, que es otra, con faldas cortas y tacones caros. Sueña que es una mujer normal que no escribe, que ama a Arjona, que busca estabilidad con un marido amarrado con todas las leyes. Sueña que es la mujer que siempre le dijeron que debía ser. 

No es ella.

Sueña que viaja, que tiene un bar, que publica libros, que cuida a una familia a la que se integró tarde, que puede hacer lo que le da la gana, que tiene pocos amigos, pero son los suficientes. Sueña que el dolor de cabeza la dejaba, que podía dormir, que era normal. Sueña que México los recibe a ella y a él, que le deja meterse en sus rincones y ver los cuadros de Frida y Diego, caminar por Chapultepec, que se maravilla en el Soumaya mientras él se da el lujo de instruirla. Sueña que el cielo es claro y hace frío. 

Pero no es ella.

Ella es la niña de doce años que tiene miedo, que se prometió a sí misma que no permitiría que nadie la golpearía jamás, también es la muchachita altanera de diecisiete años que prometió nunca enamorarse, que pensó que todos sus compañeros eran unos imbéciles faltos de creatividad e instinto asesino. Ella es la que nunca quiso hijos hasta que a los 21 le dijeron que nunca los tendría, es la que permanece despierta demasiado tiempo, es la que no logra controlar del todo sus alucinaciones, la que le da pena admitir que la mitad de lo que ve no existe, sueña porque no le queda otro remedio. Es la maitra gordita que le gusta el rock, la brava, la demasiado blanda cuando le ganan el corazón, es la tía lejana de un crío identico a ella. Él como ella, a los seis le ha dado por hablar con muertos y eso le preocupa. 

Ella es la que está sentada en el balcón de su casa, sola.

Sabe que soñar es la mejor alternativa que tiene, porque esta vida es una afrenta a su imaginación, piensa en su familia, esa familia plagada de normales que vive al otro lado del volcán, piensa en sus planes que nunca concreta y sabe que fácilmente llegará a los 40 años, le faltan pocos años y seguirá siendo esta que sueña, esta que no duerme, esta que está medio loca, esta que no entiende al resto de adultos, esta que sigue pensando que algo pasó el día que a los seis años empezó a ver a un monstruoso hombre que le decía... "jamás volverás a dormir". 



Este lunes: Soñé de Zoe

Cuando nos reunimos para este proyecto, allá por febrero de este año, creo que no estábamos seguras de qué iba a tratar esto, ni cómo iba a ser la mecánica; lo que sí  sabíamos es que a todas nos gusta la música, nos llena la vida, no podemos vivir sin ella... Y nos gusta escribir.

Por ahora, la mecánica del blog trata de que cada una va a recomendar una canción por semana, el día lunes y tendremos una semana: todos los lunes cuatro nuevos relatos inspirados en una misma canción, cuatro estilos diferentes, cuatro diferentes puntos de vista.

Este lunes, es decir, hoy; nos inspira Zoé con su canción Soñe del álbum Rocanlover (2003)

20131104

Adele


Could you find me?
Would you, kiss-a my eyes? 
To lay me down... 
in silence easy 
to be born again...

Adele. (Part I)


“That's the Moon, sweetie. Our satellite.” 
“Moon.” Adele repeated. “And… what's a satellite dad?”
“A satellite it's uhmm... it's a different kind of... uhmmm... let's see, how can I explain this? A satellite is any object that moves around a celestial body” 
“So, Chester is a satellite?” Adele asked picking up Chester in her small arms.
“No” he laughed “Chester is not a satellite. Chester is our dog.” 
“But he moves around me every time I play.” 
“Yes, but you are a person, a beautiful five year old girl, not a planet or star.” 
“I'm still four daddy.”
“I know sweetie, but tomorrow is a very special day.”

All the neighbour's children were invited to the party. Running up and down in the backyard, they only quieted down when the birthday cake was on the table. After the cake, Adele started opening every gift from the pyramid piled up in his bedroom.

To our future astronaut” read the small pink card. She unwrapped the gift only to discover a beautiful telescope. Daddy’s special gift was always knowing what she wanted the most. That same night, she climbed up to the roof’s house searching for that "satellite" thing hoping to touch it if only with her eyes.

“Amazing! It's so big and bright! Look Chester, I bet you've never seen anything like it, have you?” she said putting the telescope right in front of Chester's eyes. 


Night after night, she went up to the roof right after mom and dad went to sleep. 
“Chester! Something is wrong. This telescopthing's broken. It looks like the Moon is shrinking.” she cried. She tried to fix the telescope but there was nothing to do. The Moon was, in fact, shrinking.  “We have to do something Chester! We can't let it disappear!”

One night, Adele could not find the Moon anymore. It was gone. Chester ran around her and howled in despair. Adele sat alone in the dark and cried.“We have to take it back Chester. It can't be gone.”


TBC
NGB.DA20131104

Perfect Day (Plot I)


No recuerdo cuándo ni cómo fue que comenzó la idea de los retratos de  gente que pasa. Solo sé que fue de esas ideas que nacen un día cualquiera mientras estás sentado saboreando tu café favorito en tu esquina preferida de la ciudad. Tenía más de seis meses de estar frecuentando La Taza sin Oreja. Seis meses sin faltar ni una tarde, el lugar me había hecho prisionero. Desde el principio me gustó porque era un lugar sin muchas pretenciones: ocho mesas de madera rústica, de dos y cuatro sillas, distribuidas sin orden en el único ambiente del lugar, lámparas de papel de diferentes colores sobre las mesas, manteles de manta en contraste con la lámparas y un gran ventanal de vidrio con vista a la calle, no más adornos ni afeites; las paredes blancas, lisas, sin un cuadro, sin ningún adorno que pudiera llamar la atención. Era el lugar perfecto para sentarse sin que nadie te moleste a leer un buen libro. O simplemente a ver pasar a la gente.

Así fue como todo dio inicio. Viendo pasar a la gente. Nunca he sido una persona muy sociable, la ceremonia del café para mí siempre ha sido un acto silencioso y solitario; una conversación mal puesta, una palabra de más, lo pueden arruinar. Tomar café, olerlo, mirar el humo delgado subir por el aire haciendo piruetas, saborearlo; es un acto de fe y extrema concentración, es un acto casi de meditación. Fue entonces, en una de esas tardes en las que analizaba más de la cuenta la bisexualidad de Lou Reed y miraba a la gente moverse afuera –como en slow motion- al ritmo de Perfect Day, cuando se me ocurrió lo de los retratos y con mi teléfono comencé a tomar fotos de la gente pasando, gente sin historias, gente desconocida, gente pasando como en una película muda solo para mí; para que yo pudiera escribir sus vidas a mi antojo.

Lo más interesante del proceso era ponerles nombres: mujer de unos treinta años, falda azul probablemente de algodón, blusa blanca dejando entrever un poco los hombros, pelo tal vez liso recogido en un moño, caminando con prisa hacia el sur y revisando –quizás- sus mensajes de texto, decidí llamarla Elena. Joven de unos diez y nueve años, caminando desgarbado, sin ganas, mirando hacia el suelo, pantalones de lona que alguna vez fueron negros; Amilcar. Viejo demasiado viejo detenido en la esquina demasiado tiempo, se saltó dos señales de pasar, pantalón café de poliester, tenis blancos, el diario doblado debajo del brazo; Eugenio… Y luego venía la mejor parte, las historias.

“Elena. Treinta y dos años, finalmente encontró el amor de su vida. Pero el amor de su vida no la encontró a ella. Lo esperó por más de una hora en una cita que nunca se dio. Revisa sus mensajes para encontrar alguna excusa. Ninguna.”

Hubo muchos Carlos que pasaron. Hubo varias Lauras, alguna Patricia, ninguna Sabrina. Hubo una Isaura. Isaura, pelo largo, colocho hasta la cintura. Isaura leía la mano, soñaba con cielos nacarados, anunciaba unicornios a la vuelta de la esquina. Pasó un Héctor una vez. Un Héctor de pasos fuertes y marcados, de –quizás- cuarenta años, de frente ancha y mirada segura. Un Héctor que no supe entender lo que pensaba.
Pasó tanta gente durante tantos días: niños, ancianos, grupos de adolescentes, mujeres que iban al trabajo, hombres que venían del trabajo, mujeres tristes, hombres con medias sonrisas, jovencitas con la sonrisa completa, grupos de amigas, parejas de enamorados.

Pasó tanta gente durante tantos días, pero todos los días pasó una Elena.  La misma Elena de pelo liso y ojos inquisitivos. La misma Elena de pasos largos y pies pequeños. Elena todos los días a la misma hora con el mismo cuerpo pero distintos pensamientos, con la mirada a veces buscando algo perdido en el cemento, a veces mirando las nubes como si nada más existiera, a veces viendo hacia el frente como si algo adelante la moviera. Se me volvió una adicción esperarla. Esperar con ansia que el reloj marcara las cinco con quince minutos para verla cruzar la esquina, perteneciendo a la danza de cientos de gentes pasando por allí, pero con su música propia, con su forma única de moverse ligera, como si sus pies apenas tocaran el piso, como si de alguna manera tuvieran alas o plumas o estuvieran hechas de cielo.  Esos dos minutos que duraba el momento en el que aparecía en la esquina, miraba a un lado y al otro, cruzaba la calle, se apostaba en mi acera, en la acera afuera de mi vidrio y mi ventana y mi cámara y pasaba frente a mí y seguía como si nada, como si yo no estuviera midiendo cada uno de sus movimientos; esos dos minutos eran la vida, el momento perfecto del día. Llegué a acumular más de setenta poses de Elena. Acumular no es la palabra correcta. Llegué a coleccionar más de setenta poses de Elena. Elena apurada y vestida de verde. Elena en una mueca de desconcierto y blusa blanca. Elena revisando sus mensajes en el teléfono y pantalón negro. Elena con el pelo suelto y buscando algo en su cartera. Elena comiéndose un sorbete, de coco, supuse. Elena a veces triste, a veces solo revolviéndose con la gente de la calle como una más, a veces con una pequeña sonrisa que no iba dirigida a nadie, tal vez a ella misma por un recuerdo del trabajo o del día anterior o de la noche anterior o de la madrugada anterior. Elena con ojeras y sin maquillaje, porque sí, porque a veces se daba esa libertad, y la libertad de ir en sandalias y vestido de verano, vestido de algodón cuando no llovía. Elena y el vidrio y mi cámara.

Un día. Ese día. Cualquier día de noviembre cuando no llovía y Elena cruzó la esquina con vestido naranja que se movía con el viento y pasó frente a la ventana y no se fue de largo. No, esa tarde no. Esos dos minutos que le pertenecían a mi cámara y a mi imaginación se transformaron en más cuando la vi pararse frente a la puerta, casi frente a mí y al escaso vidrio que nos separaba. Y en ese momento hizo lo que nunca pensé que podría hacer: abrió la puerta y con una sonrisa, casi un presagio, comenzó a caminar entre las ocho mesas rústicas de madera. No a caminar como si fuera a la caja a pedir algo, que sé yo, un café para llevar o una ensalada; tampoco a caminar como si fuera a sentarse en una de las mesas de dos sillas a esperar a alguien, a encontrar al amor de su vida. No, caminó como si viniera hacia mí, hacia la mesa del fondo, hacia mí con la cámara todavía en las manos y la mirada perpleja...

Como pude recogí mis cosas y le dejé algo al mesero, en el trance me crucé con ella en el pasillo con Elena de mirada fija, ni siquiera le respondí la mirada, ni siquiera volteé para ver si se sentaba, si pedía algo y si simplemente iba al baño. Salí a la calle. El cielo estaba azul y lleno de nubes.