Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20150529

Soñar con insomnio



Escrito por: Ivonne Veciana
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Anoche me costó dormir. Siempre he tenido al insomnio como compañero de cama; pero anoche estaba particularmente grave. Quizás porque bebí una taza de café en la tarde y  el café puro después de las 2 pm me produce el triple de problemas para dormir.

En fin, logré conciliar el sueño pasada la una de la mañana. Comenzó a llover y usualmente eso me ayuda. Creo que la lluvia de madrugada me recuerda a la casa de mis abuelos donde pasé un par de años de mi infancia. Recuerdo el olor de las galletitas de mi abuela, los sonidos que salían de la oficina de abuelo donde daba consultas y hasta la calma de una calle secundaria donde en esa época no transitaban muchos autos, solo personas a pie con su canasto del mercado bajo el brazo sin miedo a ser asaltados.

Escribir sobre mis sueños nunca ha sido fácil. Suelo repetir muchas escenas de un sueño y luego las reproduzco en  otro sueño. Puedo levantarme, volverme a acostar y retomar el sueño exactamente donde lo dejé y otras veces escribo en una libreta que dejo a propósito sobre mi mesa de noche para anotarlos, y al día siguiente no recuerdo absolutamente nada de lo que estoy leyendo.

Mis sueños son muy reales: si sueño que corro o voy huyendo me levanto asustada, agitada y con la certeza que hay alguien debajo de la cama. Si sueño con mis abuelos (ya fallecidos), despierto sintiendo su olor, si en el sueño lloré, al levantarme me seco las lágrimas y veo la almohada con un círculo mojado. Y el colmo: he soñado que no puedo dormir.

Mi madre cuenta historias del peor período de insomnio que he tenido en la vida: la adolescencia. Supongo que entre el trastorno de sueño heredado, las hormonas de la época y las presiones imaginarias que uno solito se impone para sentirse grande y dejarse de ver en el espejo a ese ser humano que ya no es ni pollo ni gallo.

Ella y yo dormíamos en habitaciones opuestas. Cuenta que una vez escuchó la puerta de mi cuarto, mis pasos por el pasillo, abrí la puerta de su cuarto y ahí me quedé viéndola. Ella se despertó asustada pensando que algo me pasaba, me preguntó varias veces si estaba bien; pero nunca respondí. Se levantó de la cama y dice que me tronaba sus dedos en mi cara para que reaccionara. Yo estaba con los ojos abiertos sonriéndole. Me tomó de la mano y me llevó de nuevo a mi cama, me arropó y regresó a su cuarto pensando a cuál de sus amigos médicos podía preguntarle por semejante episodio.

Otra noche, cuenta que me escuchó gritar en mi cuarto: "¡puta! ¡no me importa!"... entró para preguntar con quién estaba peleando y me vio profundamente dormida.

Anoche -por ejemplo- soñé con dos ballenas. Una negra parecida a las orcas y una totalmente blanca, como una jorobada albina. Ambas nadaban al lado de la otra en un río, no en el océano. Era un río turbio, de agua café y una velocidad increíblemente rápida. Ellas iban cerca de la orilla derecha y solo alcanzaba a ver sus dorsales haciendo olas.

Recuerdo que yo las veía desde arriba, esperaba que sacaran la cabeza del agua para verlas. Sentía que necesitaba verlas; pero alguien me llamaba. Tenía la prisa de irme rápido; pero no quería perderme la oportunidad de saber que esas dos ballenas estaban bien y que llegarían seguras al mar.

Había bebido mucha agua antes de acostar, así que en la madrugada tuve que levantarme. recuerdo haber pensado "ojalá pueda verle la cara a esas dos". Me volví a dormir; pero el sueño que retomé fue otro:

Estaba en una terraza de un edifico alto; pero era realmente un jardín inmenso, como si el Central Park estuviera en una azotea. Venía caminando de la mano de un hombre a quien nunca le vi la cara me él venía cantando y yo burlándome de su acento en inglés. Nunca distinguí de dónde era.

Fue algo que comencé a soñar en enero y me había pasado en la cabeza solo un par de veces, nunca pensé que le daría secuencia a esa escena cuando esperaba retomar a las ballenas.

Ambos de la mano nos acercábamos a una vendedora de flores que las tenía al lado de un camino donde pasaban muchos corredores y madres paseando a sus bebés. Cada vez que estaba a punto de verle la cara, me despertaba.

Y ni hablar de cuando sueño con mi abuela. La madre de mi madre fue una mujer con exceso de pantalones para su época y con exceso de sazón en sus comidas que siguen siendo legendarias. Cuando sueño con ella siempre intercambiamos recetas o me da consejos de lo que sea que me pasa en mi vida actual. Creo que ella es mi angel de la guarda porque de otra manera no me explico cómo sabe exactamente qué decirme cuando me la encuentro en sueños.

Cuando más me cuesta dormir, es cuando más tangibles son mis experiencias oníricas en ese plano que no termino de aprender a manejar. No es un tema fácil para hablar con cualquier persona porque siempre me sonríen con un poco de ternura pensando "toma leche caliente y nos vemos mañana".

Creo que es poca la gente que le pone atención a su inconsciente en ese estado , vulnerable; pero real. Son pocos los que se toman en serio las señales, mensajes, desahogos y temas no resueltos en sueños, como reflejo de lo que pueden hacer mejor cuando están despiertos.

Salir a correr 4 Kms. antes de dormir me está ayudando para que mi cerebro descanse mejor por la noche; pero los sueños siguen y a veces el insomnio es más fuerte que el ejercicio físico. Así que les iré contando por aquí cualquier otro sueño. Y si tienen alguna interpretación que quieran compartir, es bienvenida.

Feliz noche.


20150520

De fantasmas hambrientos y otros espíritus

Los recuerdos, los sueños y las ideas son como los fantasmas: muy etéreos, invisibles y extraños pero llenos de vida propia. Allí están siempre y solo quien los tiene en mente los puede ver realmente.






¿Por qué digo esto? Porque curiosamente el grupo que interpreta la canción para esta semana se llama "Hungry Ghosts" (Fantasmas hambrientos) y su canción evoca justo eso: el acto de recordar y no querer hacerlo. Como los fantasmas, a veces esas mismas ideas o esos mismos recuerdos y sueños nos acosan. La mejor forma de espantarlos es darles un nombre o una historia.

Cuando oí esta canción por primera vez, me sorprendió su título tan largo: "I don't think about you anymore but I don't think about you any less" y a la vez me encantó todo ese universo de notas tan deliciosamente misteriosas que me estallaban en la cabeza, dando paso a muchas ideas. La canción es instrumental, así que para mí es perfecta para escribir, es como un lienzo en blanco al momento de pintar.


El bar arenoso

Relato tardío entregado pos-deadline
inspirado en Kashmir de Led Zeppelin 
Dichosa esa pareja (pareja o par de personas, “we were always two, never one”, o quizás eran amigos, no sabemos) que estaban sentados no muy lejos del área V.I.P., cerca de la segunda barra. Tenían el privilegio de haber encontrado una mesa solo para ellos en medio del arenoso bar que, ruidoso y lleno, insistía en juntar a la misma gente con la misma música de siempre. Parecían gozar además de otro privilegio moderno: se veían felices. Habían obtenido esa felicidad tan escasa, de manera legítima o no; y era evidente, pues algo tan sencillo y plano como la canción del taxi se volvía un motor de conversación genial. Era motivo de risas y de susurrar cosas al oído, cuando en otros generaba alguna reacción de esas que pasan desapercibidas mezcladas con lo esperado, cosas como ya sea repulsión o emoción. La pareja, en cambio, tomaba sorbos de sus tragos por intervalos que interrumpen la sucesión de secretos y besos, e imitaban voces. –Me. lo. paró. ¡El taxi! –Yo, yo, yo le paré el taxi… Pareciera raro, pero existe tal cosa como carcajearse con el diálogo de una canción reggaetonera


Andrés no sabía ninguno de estos detalles desde su condición de turista en El Tunco, pudiendo sólo escuchar alaridos y musicón, a mesas y cuerpos de distancia de esa escena. No tenía manera de saberlo. Alcanzó a ver, sin embargo, porque le llamó la atención, esa situación que contrastaba con su estado propio. Quizás ellos eran los culpables de esta genuina infelicidad que siente Andrés, los muy malvados, como una especie de mutantes cuyo superpoder es succionar la felicidad del prójimo llevándolo a un estado de tristeza y frustración.  Demasiados elementos separaban a Andrés de los Bonnie & Clyde modernos (los vándalos roba-felicidades que reían felices), elementos como las cervezas heladas que se habían calentado del principio de la noche, y sus labios que tocan el borde de los vasos que sostienen sus manos, puestas sobre la mesa larga en la que cinco cuates vertían palabras y conversaciones. Los chismes y las discusiones no faltaron. Estas diferentes reuniones siempre desembocan en una misma piscina de querer tener la razón y culminan en un inelocuente Fuckyou, cerote en respuesta al valeverguismo de Andrés, quien puede fingir en menor o mayor medida que las cosas le importan cuando en realidad le dan igual. ¡Le valió! gritaba su hermana, desde el pasillo de su excasa, allí en El Pasado, reprochante; cuando en realidad los únicos reclamos que valen son los que uno mismo se hace. 

A eso sabe el humo del décimo cigarrillo de la noche.


Cualquier diría que el calor y el reggaetón se transforman con el tiempo y que se vuelven soportables, totalmente admisibles, con la mezcla adecuada correcta de alcohol y veneno. Sin embargo, la noche avanzaba y Andrés no lograba salir de su estado antipático –peleado con el ánimo y con el ambiente– ¿por qué siempre olvidaba su aversión por este lugar? Debe ser que desde el punto de vista de su rutina en Guatemala y la costumbre de manejar tanto tiempo en ese tráfico tan tenaz, maldiciendo al borde de su asiento porque lo pueden asaltar… Nada, que en comparación todo parece de ahuevo. ¿O será el toque de malinchismo activado al cruzar la frontera, mezclado con la vieja frase del tío Chino “Uno siempre quiere lo que no tiene”? Y aunque sus labios y sus manos han pasado por noches más tediosas y por la tarea de hacer más grande el hoyo de sus desesperaciones, el calor que perdura pone en evidencia esta necesidad de escapar. Pero ni siquiera se siente borracho, ni cabezón, ni… ¿qué ondas con ese cielo nublado? Allá se ve y se nota en todo el horizonte el vapor del clima tropical salvadoreño.


Quizás habían cosas por desaprender que le hubieran permitido mejor disposición, pues por ahí empieza todo, ¿no? Ser, estar; dejar ser y estar, querer querer y querer quererse. Espalda recta, avanza para acomodarse en lo que podría ser una mejor noche. No es mucha ciencia, o al menos así lo balbuceaba con el bartender. Quizás si lo intentara, podría encontrarse en un bar arenoso pidiéndole a este bartender una Ciguanaba y un shot de tequila. (No venden Ciguanabas, es en otro bar del Tunco, entonces deme un Coco Piña). Siempre le había gustado el tequila y cada vez que, en cada bar, erguía su cuello para tomárselo de un solo, era como cumplir un voto de fidelidad con todo lo que tomó en México durante su estadía de 3 meses, un lejano recuerdo que se siente como ayer, porque cada año cumplimos años. Exhalando el vaho de agave, ve para abajo justo antes de ver hacia arriba. Ahora se atrevería a dirigirle la palabra a la señorita que medio bailaba a la par de él, con movimientos casi involuntarios que respondían a advertencias musicales. Ella, se asomaba cerca de él para alcanzar a ver. Parecía que quería pedir algo de tomar y a la vez que sus ojos captaran quiénes estaban tocando, pues ya para este momento no se escucha más reggaetón. Las influencias de la banda eran claramente de Led Zeppelin. Ella las conocía no solo porque tenía que ser cool, había algo de interés genuino, permeable aun pues le faltaba recorrer sus 20's. Mencionaron un CD y una canción, hablaron de “Houses of The Holy”; y justo después la cantaron, se movieron y las estaban cantando cuando ella le explicó que odiaba Kashmir, las pupilas de Juan se dilataron y parpadeó. Esta banda que sonaba hace covers de otras bandas también y es oportuno porque así se saltan Kashmir, la canción fácil que a todos les gusta. Y es que dura mucho, ¿o no? Andrés defendía los riffs de Kashmir y en algún tiempo su correo electrónico fue akashmir99@hotmail.com pero quizás entendiendo dimensiones como ésta, su duración de 8+ minutos, iba a aferrarse a este respiro, esta conversación con una joven de no más de 19 años, no puede tener más de 20 años. Hay algo familiar y cercano en el trato aun lejano con esta niña que bailaba y que ahora le habla. Sí, es larga, dijo la niña, pero también "Hurricane" de Boby Dylan, y esa me encanta. Enters Patty Valentine in a pool of blood… This is the story of the Hurricane… Es muy buena, explicaba, yo la escucho bien seguido. Me llamo Mariana, por cierto. Y empezarían entonces a hablar más de cerca, a un ritmo acelerado de personas que se entretienen. Andrés no percibe la dualidad, lo fragmentado, que dividen a Mariana desde su nacionalidad hasta lo que va hacer cuando sea grande, pero las contradicciones de su identidad van implícitas en el juego de miradas y defensa del derecho a odiar todo. Así como odia a Kashmir, odia tantas otras cosas.


Andrés puede ver desde donde él está viendo el cielo nublado, con un vaso vacío en la mano, que aparecen jóvenes medio bailando allí en la barra, donde él debería de ir a refillear su güaro. ¿Qué es esta música? Perreo desconocido, probablemente. No hay bandas de covers, ni tampoco promesa de escapar de la despedida de soltero a una terraza, o al borde de la playa. Muchas cosas separan a Andrés de un “¿y si vamos a platicar a otro lado?.”

20150519

La batalla

Relato inspirado en Kashmir, de Led Zeppelin


A Judith
Porque sé que existís 
en algún lugar de mi corazón


El ardiente suelo quemaba sus pies, a pesar de las sandalias que calzaba. Había caminado mucho, había recorrido kilómetros para llegar ahí. Aquella colina era su fortaleza, su ira era su fortaleza. Abajo, el mundo importaría muy poco dentro de poco tiempo.

- Su Alteza, estamos listos para atacar - dijo su principal comandante. 

Su mirada recorría las enormes dunas, preciosas ondulaciones doradas, calcinantes, imperantes... desalmadas sábanas de muerte, rodeaban la ciudad que asaltarían, esa ciudad que la vio nacer y de la que huyó con un solo bien: un libro. Un pequeño séquito la acompañaron al exilio, la mayoría murió en los primeros días, pero su espíritu se fortaleció con cada muerto, prometió, juró regresar y vengar cada vida perdida. 

Sobre ella se posó por un instante la sombra de una enorme ave, era su fiel halcón, la acompañaba en cada batalla, su presencia era señal de la muerte, sus alas llevaban a sus enemigos al otro lado de la vida.

La furia estaba en sus ojos, alzó el brazo y en el silencio de su ira buscó un instante para recordar lo que siempre se repitió a sí misma... "la guerra se gana con inteligencia". Los hombres que ya la proclamaban reina emitieron un rugido de victoria anticipada, no importa cómo, esa noche triunfarían. Jamás sufrían hambre o sed en el desierto, jamás estarían perdidos, jamás sentirían derrota, ni tristeza, ni desesperanza. El sol los abandonaban y el manto inmensamente oscuro, con sus miles de estrellas serían los testigos de aquella batalla. Ella buscó en su memoria el recuerdo más hermoso, si moriría... moriría feliz. Vio su rostro, el hombre que la había amado hasta la muerte, él la había preparado para este momento, no necesitó más.

"¡Ataquen!" fue la orden... el murmullo de la noche la envolvió y solo surgió hasta obtener la gloria.

"Kashmir" - Led Zeppelin





          sigiloso y sin advertencia repta por laderas resquebrajando la tranquilidad durmiente de la oscuridad, esa que en serpentinas escaleras se eleva (¿o desciende?) desde el inconsciente; esa que de la ausencia hace frivolidad y que como cristales se despedaza, cuando magnánimo pronuncia con punzantes destellos efímeros mas no sutiles la verdad.

          nada queda oculto para el Ojo Ardiente del Cielo, majestuoso dinamismo disfrazado de guerrero, de león, de luz. radiante es su origen y único su legado iluminado que reduce la esencia de la existencia a una transición infinita de sombras y destellos; que siembra acertijos en los corazones de los hombres, a quienes se les manifiesta en interminables espejismos bifurcando veredas para hervirles la mente y condenarlos a la locura eterna mientras en susurros les revela todos los misterios de las innumerables vidas que se disuelven en el arenal eterno del tiempo.

          es en caminos desiertos de compañia donde la puñalada de la verdad es breve, ágil como serpiente engüllendo la melancolía de los dementes, apretando en abrazos y besos abrasadores, estallando dunas en remolinos monumentales para rejuvenecer la legendaria alquimia de humanidad y unidad.

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DA20150519 

20150518

Saturno
















Ya solo se quedaban ellos dos a sí mismos. El pueblo de pocos habitantes se había ido quedando desierto después de que la ola de calor, que más bien era un mar de calor; se intensificara unos meses atrás. Era invivible ese lugar, había dicho el último habitante antes de abandonar el pueblo en su camioneta del 75 que se iba cayendo a pedazos por el camino.

Desde entonces solo eran ellos dos: ella y el perro, el perro y ella.

Había quedado allí, el can, como tantas cosas que quedaron luego del éxodo masivo. A ella le dio por llamarle Saturno, y seguía todos sus movimientos. Que eran pocos, de hecho, ya que el sopor del día la hacía mas bien tenderse en la sombra ronca y oscura de su casa, meciéndose por horas y horas en una hamaca de colores que se había encontrado por allí, en una de las casas abandonadas.

Y es que ahora todo era suyo. Todo lo de las casas abandonadas. Incluyendo a Saturno.

Por las noches, cuando el calor era pasable y soportable, se iban por las calles abandonadas del pueblo a visitar casas, a tirarse en los amplios pisos de barro, a sentarse en los patios con sillas de hierro, a contemplar las estrellas desde las puertas, desde las ventanas cayéndose, a pensar que podría haber algo más allá de esas paredes y puertas y ventanas.

Pero no había nada. Nada iba quedando, solo silencio y Saturno y ella caminando por las noches.

Caminando entre los silencios de las calles, pateando piedras mientras buscaban algo de comer, para abastecerse de agua en el desolado pozo en medio de la plaza, que esa noche descubrieron que había quedado vacío. Esa noche ya no hubo más. Miró a Saturno a los ojos cuando el sonido del balde sonó hueco en el fondo. Saturno la miró de regreso con los párpados caídos y moviendo levemente la cola.

Ella sonrió y le sobó la espalda. Despacio. Sabiendo que de allí en adelante todo terminaba.

Se fueron a dormir tirados en un patio de loza roja abierto al cielo. Ella, pensando si tal vez era la hora de emigrar. Pero ¿a dónde? Pensando en qué momento habrían de desaparecer los dos consumidos por el sopor y los vapores de alguna tarde. Pensando en Saturno como su única compañía, si lo habría de ver cerrar los ojos, o qué haría el perro si ella se iban antes. Era mejor dormir. Tratar.

(Soñó con zopilotes llenando el cielo. Con zopilotes cubriendo el cielo de negro)

Cuando despertó apenas podía moverse, aunque tampoco quería. Llamó a Saturno con un hilo de voz. Pero Saturno no estaba allí. Ni en la calle aledaña, ni en el parque del pozo, ni al final del pueblo.

Saturno no estaba.

Y solo se quedaba ella misma.


El mausoleo

Por: Mariana Belloso




La escena era capaz de oprimir cualquier corazón: cuatro cuerpos se hundían, retorcidos de agonía, en lo que parecía ser un río, pero que me atrevería más a decir que era de lava, o de arenas movedizas, que de agua. El río manaba —¿o era absorbido?— por una pirámide cuya punta estaba en llamas vivas. De las cuatro víctimas veíamos los torsos y los brazos en alto, los rostros de dolor, el rictus de la angustia, menos en el caso de Ebeth, que permanecía impasible, y era el único que realmente parecía dejarse llevar por las aguas de alguna corriente plácida.

Los pobladores temían a ese monumento al horror. No se acercaban. Los demás sepulcros pululaban como un desordenado dominó alrededor del mausoleo principal, pero ninguno estaba a menos de diez metros de distancia de este. La pulcritud del monumento contrastaba con este aislamiento. Se erguía pulido y limpio, y en los atardeceres cercanos al solsticio de verano reflejaba el sol sangrante con una luz que aumentaba el espanto representado en el mineral labrado.

Recorrí el pueblo el primer día. Aquel amasijo de casas de lodo y varas de madera no era muy grande, pero la dificultad del terreno y el sol, aquel sol que parecía filtrado por una lupa en este árido punto, hacía que cada paso costara el triple que en otro paraje menos hostil. El recorrido fue prácticamente en vano, no encontré respuestas.

La historia me la repetían una y otra vez. Ebeth, el sabio, había vendido el alma al diablo, pero no sabían por qué. Riqueza siempre tuvo, y las ruinas de su palacete de roca en las afueras del poblado eran el testigo mudo de esa parte de la leyenda. Tampoco le faltaba amor, con una esposa, varias concubinas y un puñado de hijos de los que, sin embargo, nadie logró darme cuenta. Fue como si se los hubiera tragado la tierra después de la muerte del sabio.

No logré que me dieran pistas de los tres acompañantes de Ebeth en la efigie de roca de su enigmático mausoleo. Ninguna mención de quién o quiénes lo erigieron —los más ancianos me juraron que apareció de la nada—, ni si los restos de los personajes de las estatuas realmente estaban allí. Simplemente lo asumían.  

Yo estaba seguro  de la identidad de una de las figuras, la que representaba al más viejo: era mi abuelo, tal y como aparecía en el último daguerrotipo que se había tomado, con sus ropas de explorador, a finales del siglo XIX. De hecho, mi parecido físico con la escultura despertó la desconfianza entre los pobladores más antiguos con los que logré hablar. ¿Qué tiene que ver este inglés de bigote engominado con la figura que espanta por igual a niños y a adultos desde el centro del pueblo mismo? Yo tampoco tenía respuestas para ellos.

Tras una semana de preguntar y repreguntar, volví a mi única brújula en aquella búsqueda yerma: el diario de viajes de mi abuelo. Al menos, el último que escribió antes de salir hasta estas tierras. Lo teníamos nada más por la suerte de que se terminaran las páginas antes de este viaje en particular, para lo cual debió llevar uno nuevo. "Estamos preparados para una última exploración con un conocedor del terreno en particular. Los lugareños le llaman sabio y le tienen un respeto que raya con el temor. Williams y Mayhew coinciden conmigo en que esta vez encontraremos la pirámide. Esperamos contratar trabajadores del área y luego regresar con las pruebas. Eso nos facilitará conseguir fondos para continuar. 9 de junio de 1892".

No hubo más. Sin una orden del gobierno local —imposible de conseguir— no había forma de buscar los restos de mi abuelo en el antiguo cementerio. Nadie se dio por enterado de alguna pirámide cercana a ese rincón desértico. Nadie corroboró que se hubiera contratado a poblador alguno para la expedición. No había registros de la llegada de extranjeros. Nada.

La última noche me dirigí de nuevo al cementerio para despedirme de aquel espantoso montón de piedras en el que alguien —¿o algo— había esculpido el rostro exacto de mi abuelo, con una precisión que horrorizaba. Llegué a pensar que había sido petrificado en vida, con un gesto de terror o sufrimiento que a la fecha no logro olvidar. Me despedí con las primeras luces del día y me dirigí al desierto, ese que, con sus dunas y su silencio sepulcral, será quizá el único que supo lo que en realidad pasó aquel día.

Trazos

Relato inspirado en Kashmir de Led Zeppelin


Se miraba al espejo y se sentía extraña, se preguntaba si acaso los otros la mirarían mal y si era ésa su verdadera cara. El pelo, los ojos... todo encajaba pero no encajaba. Se preguntaba si acaso serían de piel azul, quizás blanca. También pensaba que los rayos eran lanzas doradas que tiraban desde las nubes y creía que los arcoiris eran puentes a otro mundo. Pensaba en cosas extrañas y no se aburría. Pensaba que los espejos eran entradas a otras dimensiones y le aterraba verse en ellos cuando no había luz. Pensaba y pensaba, sin jamás dejar ver por fuera que pensaba. La creían idiota por tanto silencio. Nadie imaginaba las galaxias creadas en su mente en tan solo minutos.

Recogía sus apuntes y papeles tostados y volvía a la mesa del jardín para dibujar algo más. Sí, los ángulos de un rostro se entendían mejor si los dividía en figuras geométricas, así descubrió que todo se dibujaba mejor con puras líneas, curvas y articulaciones. Volvió a verse y se dio cuenta que su cara no tenía una forma ovalada pero tampoco era redonda, notó que sus ojos tenían una forma almendrada y su boca tenía un lunar pequeño en el labio inferior. Decidió que observaría todo a su alrededor para dibujarlo mejor. Se dio cuenta que las telas brillaban, que las arrugas se podían ver preciosas y que el pelo movido por el viento era casi siempre lo más elegante que una persona podía tener. Ponía atención especial a sus pies. Cada dedo estaba enlazado al otro por una fina membrana, corta. Si la hacía más larga, sus figuras parecerían peces.

Cuando le hacía falta un lápiz, dibujaba con los dedos y en el aire, estudiaba las formas. Las manos le temblaban sin un lápiz en ellas. Primero fueron lápices, luego pinceles, luego plumas, lapiceros, cualquier cosa que tuviera tinta. Pasaron los años... siguió con el mismo vicio. De pequeña manchaba las paredes, siempre dibujaba. Ya mayor, dibujaba. Lo único que cambió fue el lugar. Una nube, una flor, algo, cualquier cosa. Luego le dio por dibujar hojas, plantas, plumas y alas. Llenaba cuadernos propios y ajenos de garabatos que nadie entendía. No compartía sus delirios con nadie mas pero así era feliz. Siempre quiso un hermano que le enseñara a jugar rudo y a correr, alguien que la protegiera y que la acompañara como un dócil gigante guardián. No había ni hubo un hermano, así que siguió dibujando sola. Mezclaba colores, usaba nuevas líneas y coleccionaba objetos pequeños con formas interesantes: un caracol, una perla suelta, un dije sin cadena, un peine de juguete, un camafeo, una barra de incienso, un trocito de encaje, una argolla sin par, un anillo roto, un cromo suelto. Los combinaba, romántica ella, de tal forma que ninguno se quedara solo.

Pasó años pensando que los juguetes cobraban vida por las noches, por culpa de Andersen y sus cuentos. Lloró luego con el Príncipe Feliz de Wilde y con el ruiseñor de Andersen, se enfureció con Barba Azul de Perrault y adoró a la Pastora de Gansos de Grimm. Platero la deprimió y el Principito la inspiró. Se enamoró perdidamente de Florentino Ariza y se identificó con Fermina Daza. Sintió los huesos de Scherezade como los propios y aprendió a temerle a las aglomeraciones de pájaros. Descubrió que las letras se podían juntar en historias imposibles y comenzó a escribir las suyas también. Seguía siendo feliz en su soledad y su mundo inventado.

El tiempo hizo de las suyas y la niña alucinada se convirtió en mujer racional, ocupada, arraigada. Ya no hay lanzas doradas ni piensa en los otros. Y se aburre.

20150507

Kashmir, o el oasis que no encontró Plant



Tendría seis años la primera vez que escuché Kashmir. Me crié en un entorno familiar amplio, con tíos jóvenes, lo que fue una bendición en términos musicales, pues me rodearon de las grandes bandas desde muy pequeña. Sin embargo, recuerdo que esa primera vez me pareció una canción larga, de mayor. Eran mis tiempos de cantar y bailar a Enrique y Ana.

A mis 13 ya le había agarrado gusto a Led Zeppelin. Stairway to heaven e Immigrant song sonaban en los cassettes que grababa luego de pedirlas a la radio. Pero al escuchar de nuevo Kashmir, la experiencia fue completamente diferente. La música tiene innumerables propiedades. Te cambia el ánimo, te relaja, te transporta.

Para mí, Kashmir es todo esto junto, y más. En mis momentos de mayor estrés, o de bloqueo mental, es siempre un oasis. Un oasis, como el que Robert Plant de seguro fantaseó encontrar mientras cruzaba el Sahara, en una experiencia que un par de años después dio a luz esta sublime canción, parte del álbum Physical Graffiti, de 1975.

El propio Robert se refirió muchas veces a Kashmir como la "canción definitiva" para Zeppelin. Aún no le perdono que haya prestado la intro para "Come with me", con Puff Daddy... pero eso es tema aparte.

Esta quincena las Non-girly Blue nos transportaremos con la impecable instrumentalización y la etérea lírica de este tema. Esperamos que nos acompañen para leer el resultado. 

20150504

Plaza Salvador

Los Amantes de Marc Chagall

Texto inspirado en
Relato inspirado en Ostatnie Lato XX Weiku de Komety
Era un martes, a media semana de enero iba, caminando hacia todo lo que lo pendiente del resto de sus años, cuando se fijó por primera vez en Plaza Salvador. ¿Se estaría refiriendo a El Salvador, este pequeño monumento incrustado en el barrio de Varsovia? Moja droga, le decía él al oído cuando se permitían caminar el largo del río. Kocham cie, le iría a firmar luego cuando todo se condensara en cartas postales, porque primero hubo caminatas e invitaciones a salir de estos espacios circulares de verbena y masajes de ego para discutir y platicar y viajar, poco a poco, a los recuerdos el uno del otro. Luego cesaron las miradas, quedaron las palabras al aire e impresas en el cartón de cartas postales.


Ella firmada en español y con mucho cariño tácito que llevaba el eco de cuando a media caminata se volvían a ver a los ojos y guardaban el sentimiento de que era la primera vez que veían a los ojos a alguien que hace mucho conocían.. cuando no se conocían. ¿Cómo pronunciar nombre de ella? Si los alfabetos eran tan distintos pero cachaban en el aire sonidos y semejanzas y en la traducción se perdían las construcciones gramaticales pero no el sentido de un yo también ni de un yo entiendo, el privilegio de dos personas que juraban ser amigos de toda la vida, a quienes les dolía separarse cuales amantes enamorados.


Ella iba a llegar a Varsovia, algún día, solo para que se juntaran de nuestros los brindis de El Salvador y Polonia, brazos cruzados, y rieran todo. Uno creería que a medida se escurre el tiempo esos elementos que carecen de sentido se van llenando de significado, cuando para estos había tanto que permanecía sin casar con ninguna pieza de sus reflexiones. Claro, ¿cómo iba a querer alguien el bigote de Hitler? No era necesario especificar que no le gustaba el fascismo, al contar de la vez en la que se empezó a quitar la barba y el bigote la primera vez.


Reirían de ello una vez más en las ciudades costeras y al sur por Dachau y Auschwitz, aunque no al mismo tiempo. Ella iba a entender, por fin, la sensación de cortar las conexiones con la capital y escaparse a los paisajes húmedos y grises y encontrarían nuevas frases para el glosario que iban armando, más allá de nazdrovie y drogo. Y estando más cerca, así como estaban, quizás pasaría algo que rompa la promesa de amistad, como dicen que ningún lazo fraterno es del todo inquebrantable. De cerca pasarían por encima de los dibujos de la facultad de arquitectura de Varsovia o dibujo en Cracovia.


Y las palabras nuevas y el sabor de las aventuras dibujadas en un bar con luz tenue, un círculo polaco alrededor de la salvadoreña, vivían y crecieron en una libreta que tenía escrito Warsaw en la portada. El cuaderno está untado de pistas que pueden reconstruir lo que nunca sucedió, todo lo que evoca Plaza El Salvador, aun después de que las postales hayan hecho la brecha más grande. Pues, de repente las postales ya no venía desde Varsovia. Luego vinieron los viajes a México, al Oeste de EE.UU., inquietudes con respecto a si seguir con el dibujo, y pedazos de historias que perdían vigencia y relevancia tan rápido como el pasar de semestres que, luego, uno justo después de otro, cobran un ritmo que conexiones tempranas son incapaces de alcanzar. a

Leonor

Relato de Graciela Aguilar @GraceCrayola (NonGirly Blue invitada) inspirado en Ostatnie Lato XX Weiku de Komety

Tengo un concepto del amor errado, lo sé. No me importa. Hace unos años espero acá, sentada en este tronco de pino, al hombre que dejé ir pensando en su bienestar, mas no en el mío. Muchos dicen que mi idea era descabellada, dejarlo ir fue un error. Pero creo fervientemente que el corazón habla con más lógica que la cabeza, máxime cuando lo hace quedito.

No me quejo de mi soledad, se aprende a vivir con ella y de ella. La casa donde me refugio me quiere y yo a ella. Las paredes desgastadas por el tiempo me protegen de la lluvia y el viento, del sol y la nieve. ¿Cómo podría tener alguna queja si me trata tan bien?

Hace ya mucho que no lo veo, he perdido la cuenta. No me duele... o quizás un poco, pero no quiero arrepentirme. Lo amé hasta la saciedad, hasta que dejé de ser yo misma, el sentimiento era mutuo, pero dicen que tanto cariño hace que pierdas la perspectiva, tambalea tu mundo y eso le pasó a él. Necesitó irse y lo dejé.

Cuando tomó sus cosas me dijo que quería conocer el mundo, pues nos habíamos alejado de él. No le insistí en que se quedara, él tiene derecho a ver más allá de esta casa y ese bosque que nos rodea, del lago y las rosas que nos saludaban cada mañana. 

Lo único que le pedí es que no se despidiera. Así fue. Lo extraño, pero la soledad es buena consejera, aunque solo escuche mi voz y el susurro de la madera de la casa. No más. 

Cada mañana me siento en el pino y lo espero. Hace ya mucho que lo hago y no viene. Tengo fe de que vendrá, no sé cuando, no sé cómo, no sé si se acordará de cómo llegar hasta aquí, si recordará mi rostro, mis manos. No lo sé.

Las noches se me hacen más largas, me odio por dejarlo ir. Una voz dentro de mí me reprocha que por qué no me fui con él. La callo a golpes de razón, pero no entiende y me desespero... lloro.

Sigo creyendo que algún día regresará. Lo necesito y deseo que él me necesite. Las rosas me siguen saludando. Sembré tulipanes.

El tronco de pino sigue en el mismo lugar, bajo el frondoso amate, ese mismo donde hace 12 años me pidió que me casara con él.

La fortaleza


Heme aquí, la reina indiscutible del imperio del deseo no satisfecho. Me harté de pelear hace ya demasiado tiempo y me construí una fortaleza cómoda en medio del desierto. Acá paso los días regodeándome en lo que se hizo, lo que no se hizo y lo que queda por hacer.
A veces tengo visitas furtivas. Rostros amables que no reconozco porque en el pasado fueron miradas hostiles y huidizas. ¿Se vuelve uno atractivo cuando decide vivir solo? ¿Por qué atrae esa singularidad? Mientras más quiero alejarme, más me buscan. Ya no quiero ser encontrada.
También viene, de cuando en cuando, la paloma de los designios. Es terca, insiste en que podremos, en un futuro indeterminado, conjugar sus arrebatadas visiones con mis pétreos planes. La dejo hablar y convencerse a sí misma de lo que yo jamás aceptaré. Así es ella feliz.
A los que no tolero ya es a los coyotes. Con demasiada frecuencia aparecen y me recuerdan, con sus aullidos, los trozos de carne que me arrancaron uno a uno en los días en los que aún me guiaba por la ingenuidad. Escuchar sus pasos, su respiración, sus gruñidos, me transporta irremediablemente al momento del ataque, de la traición. Varios de ellos se mostraron en algún momento amigables conmigo, amorosos, dóciles. Otros fingieron necesitarme. El resto simplemente pudo acercárseme porque me simpatizaron. Me costó mucha piel entender que no podía confiar en ninguno, que el final sería siempre el mismo, sin importar la trama intermedia.

Esta noche es diferente, tengo una cita con la luna. Es la única que, lejana y hermosa, me recuerda que aún estoy viva, que no me he vuelto piedra mimetizándome con las paredes de mi frío refugio. Hablar con ella me hace hervir la sangre de un modo delicioso que me recuerda a los calores de la juventud. Esta noche la dejaré cantarme, la escucharé en silencio, hasta quedarme dormida.  

No te enamores de un hombre que canta



- ¿Vas a ir a verlo?
- Sí, quiero conocer dónde vive.
- Esa es una excusa. Te está gustando
- ¿Y qué tiene de malo?
- No te enamores de un hombre que canta. Si comienza a hacerlo, corre. Peor si canta mientras cocina. No hay regreso de un hombre que canta.

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Esa casa en la playa tenía un encanto de principios de siglo. El techo se caía a pedazos con elegancia, las paredes con vigas de madera se quejaban constantemente del viento, las baldosas tímidas habían dejado de brillar varias décadas atrás y las cortinas parecían esqueletos de fantasmas. Pero toda ella tenía la gracia de sonreír entera.

Al entrar había un perro raquítico. De esos encantadores que muestran más costillas que colmillos y su cola no distingue buenos de malos.

Me recibió su dueño con la misma sonrisa canina. Habíamos decidido cocinar mientras bebíamos algo y darle tiempo al sol de desaparecer con la lentitud de quien no quiere morir.

Esa cena fue un baile. La risa hervía más lento que el fuego y los temas de conversación se derretían con la mantequilla. No recuerdo de qué hablamos porque de pronto aparecimos sentados a la mesa compartiendo ideas como ensalada.

El plan era visitar un nuevo bar cerca de la zona. Lo habían publicitado semanas antes y sirvió de excusa para mi viaje. Cuando vimos la hora, era muy tarde para salir a disfrutar la noche y la solución fue disfrutarla en una hamaca. En una sola. Con besos tardos, manos pausadas, miradas mordaces y una noche que nos encontró queriendo querer.

Cuando se levantó para traer más vino, lo escuché cantar. Cada paso era pronunciada la estrofa de una canción que descubrí cuál era; pero seguramente le gustaba mucho porque cantaba con alegría. Entonces recordé las palabras que sentenciaron el momento: "no te enamores de un hombre que canta".

Entendí que la alegría de la música agrava el amor. La contentura de unos besos empeora si se le pone ritmo y las ganas de querer se hace honda si encuentra una buena letra para recordarse. Regresó cantando y sonriendo. Sin garantías de nada porque no las necesitaba; pero sin posibilidad de salir de salir de él. De esa alegría que me hacía preguntarme qué más tendría para mi. Y mientras saboreaba mis labios escuchaba mi propia voz por dentro: "no te enamores de un hombre que canta... no te enamores de un hombre que canta..."...