Relato inspirado en "Paper Trails" - Darkside
La camioneta debía de mantenerse limpia, ¿qué era ese olor? ¿Habrán metido a los perros sin su consentimiento? En esas idas a natación de los niñas seguro. Rosa María no se daba cuenta de que no era ninguna falta de respeto hacia ella el hecho que no reconocía en su carro grande aquel olor a asientos de cuero y aire acondicionado, reconociendo únicamente el cambio de humor que le había causado. Ya le habían, los niños, amargado su ida al súper y encima estaba todavía todo lo que tenía por hacer. ¿Se habrá tomado las pastillas para la presión? Recordaba su lista de súper, ubicándose en los pasillos, llenando la carreta, pero no recordaba si se había tomado las pastillas, y no se sentía bien, el dolor de cabeza creciente. Ojalá no vaya a pasar a mareos en medio de la incomodidad de la Torre, justo sobre la Avenida Las Ámericas, encima de que iban a ser las 5 de la tarde y el tráfico era tal en la ciudad que había sido su hogar por la mayor parte de su vida que iba a agotar con su paciencia. Un día más, un día a la vez.
Por lo menos esta vez no cocinó ella. Las niñas tenían antojo de pastel azteca de su mamá, pero Rosa María ya había dado órdenes de que se recalentara la paella de la cena que había dado hace dos días. Que qué rico te quedó, Rosa María, y ¿quién lo decoró? Pues, ella, ¿y quién más? Esto es lo que ella hace, esto que se alcanza a ver: la elección de la vajilla, las flores, los arreglos, la combinación de los manteles con las servilletas con los portaplatos, y el trabajo en la cocina del que siempre se queja pero no puede negar. Porque es lo que más le gusta, es lo que produce y lo que más consume.
Acostada en la cama, no sabe qué pensar de que mañana empieza su curso de cocina en el IFES de Guatemala. Si no fuera por Raquel, que conoció a través de amigos del trabajo de Miguel, no habría encontrado esto del diplomado en cocina y decoración de eventos. ¿Quién sabe? No va a ser como en la universidad, entonces no sería una carrera sin terminar. Será eso, un curso que va a completar, o una serie de cosas nuevas. Rosa María no anticipa ni imagina la cantidad de trabajo en grupo y la producción extensa de recetas propias. No concibe la imagen de todas las noches que va a llegar a su casa a pedirle ayuda a sus hijas a transcribir sus recetas a la computadora, explicando que es para su recetario. Ni puede ver los rostros de los personajes nuevos que se le sumarán a su vida, que en las tardes de cocinar en la casa de Rosa María y Miguel llegarán a ser caras conocidas para las niñas, las hijas. Tampoco ve venir esas risas de complicidad, su manera tan cercana de hablar de otro, de alguien meno; lo que viene de un intercambio en base a interés, cosas que enseñar, cosas que aprender, todo lo que encuentras cuando dejas algo.
Rosa María descansa en su cama matrimonial, lentes engordados por la miopía de los años, camisón escondido debajo de su cobija, brazo que cambia los canales reposando en la almohada, y no sabe qué esperar del IFES y de mañana. Ya, por lo menos, fue al súper y salió de otros mandados pendientes. Ya, por lo menos, sabe que se tomó su segunda pastilla y el dolor de cabeza se ha diluido un poco
entre otra noche normal de día semana donde los Méndez. Las niñas entran, con cosas que decir y que pedir, tentadas a acostarse con sus papás; pero a Rosa María le duele aún la cabeza y les dice que vayan a dormir. Rosa María y Miguel no se van a dormir todavía, pero es como que si hicieran de caso de que el otro está dormido, ausente.
Rosa María descansa en su cama matrimonial, lentes engordados por la miopía de los años, camisón escondido debajo de su cobija, brazo que cambia los canales reposando en la almohada, y no sabe qué esperar del IFES y de mañana. Ya, por lo menos, fue al súper y salió de otros mandados pendientes. Ya, por lo menos, sabe que se tomó su segunda pastilla y el dolor de cabeza se ha diluido un poco