Catorce diamantes. Catorce putos diamantes repartidos en una carta de 6 y otra de 8. Quizá. Quizá tenga juego. Es una mano para rechazar, pero aún así no lo hago, no sé porqué no le hago caso a ese gusano en los intestinos que salta cuando ve cartas como esas y me recuerda que retirarse es también parte del juego. Esta vez no le hago caso y le subo el doble al juego.
“Ocho trébol”
“Cinco diamantes”
Doscientos mil dólares revueltos por toda la mesa entre fichas, cheques y bloques de billetes de a cien… De todo ese desorden, son esos billetes los que me hipnotizan y me seducen… Hay algo en ellos que hace que me gusten más que las fichas negras, más que las rojas y las azules… esos billetes son tan… verdes, tan… livianamente irreales…
“Reina de corazón”
El corazón se me detiene al ver a ese corazón en la mesa latiendo amenazante. Siempre he salido corriendo ante la posibilidad del riesgo, mi instinto me llama a huir, pero esta vez ¿para qué?. Ya me cansé de figuritas “aceptables” y “partiditas o.k.”, ya estoy harto de “salir tablas” en el mejor de los escenarios después de 13 horas de juego. No, no esta vez, no saldré corriendo como nena primeriza. O lo gano todo o lo pierdo todo.
“All in”
No dice nada. Es un experto pokerface disfrazado de humor y jovialidad entre cigarro y tragos de whisky. Es genial, realmente genial el cabrón. Mientras yo por dentro me vuelvo estatua, congelado por los nervios, Rodrigo es el perfecto anfitrión que sabe derrochar entusiasmo. Me mira incrédulo, sonríe de lado y coloca todas sus fichas restantes en la mesa en un ademán casi solemne y respetuoso. Se reclina sobre la silla, toma su vaso de whisky y bebe con la confianza del que avanza sin prisas.
“Cuatro diamantes”
Las cartas caen tan lento que parecen una burla descarada a mi impaciencia. Trato de controlar la ansiedad detrás del desdén, de la indiferencia. Prendo un cigarrillo, miro el reloj y de reojo trato de contar cuánta plata hay en la mesa… no sé, pero es mucho, demasiado dinero para mis matemáticas mentales.
Un ruido detrás de la puerta de entrada me saca del trance. Un destello en la mirada de mi anfitrión. Me sobresalto viendo hacia todos lados del salón.
“¡Mierda!”
Me encerré tanto en el juego que olvidé prestar atención al lugar. Más ruidos detrás en la puerta de salida. Me pongo de pie en señal de alerta, de repente, un golpe por detrás y una luz en mi cara, directamente en mis ojos.
“¡Mierda! ¡Maldito Rodrigo hijo de pu— ”
Una lluvia de fichas y de billetes cae por todo el salón. Caigo al suelo, las manos detrás de la espalda. Sin poder hablar, sin poder decir nada. Rodrigo se agacha a mi lado y sonríe mientras me muestra la última carta: Una placa de policía. Resoplo de resignación.
Una carta cae a mi lado derecho, la última que necesitaba para ganar en un straight flush: un siete de diamantes.
Una carta cae a mi lado derecho, la última que necesitaba para ganar en un straight flush: un siete de diamantes.
NGB.DA20150126