Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20150213

Expiación


Aquel había sido un día particularmente extenuante. Tomó sus pastillas y luego de algún tiempo se durmió. Pronto comenzó a soñar. Soñaba con una casita de madera y un portón, con una mecedora y una hamaca. Con un vestido de algodón, aquel vestido blanco de florecitas amarillas y con su olor a limpio, a jabón de pacunes y a Heno de Pravia. Lloró y las lágrimas rodaron desde sus ojos cerrados hasta sus orejas, pero no pudo despertar.

En el sueño buscaba su mano, después de cuatro o cinco intentos logró tomarla, y la llevó hasta la hamaca. Se sentaron a la par. Le apretó la cintura y hundió la nariz en su pelo, en aquella maraña de colochos descuidados, negros, brillantes, y sintió el olor del amor joven. La apretó más y más, hasta que ella, agobiada, lo apartó muerta de risa.

—¿Qué te pasa, loquito?
—No, no, dejame agarrarte, por favor, no te vayás.
Aquella criatura aún con alma infantil tomó el ruego más como un reto o una invitación a jugar, que como una petición seria, y riendo aún más se levantó y comenzó a huir de él.
—¡No! Por  favor, por favor, vení, dejame besarte, por favor.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas, en el sueño y en la realidad. La criatura que corría paró de pronto, asustada por aquel a arranque sentimental.

—¿Qué te pasa, mi vida? ¿Qué te pasa? ¿Quién te hizo algo?
—No entendés, amor, no entendés, vení, he querido abrazarte desde hace tanto, dejame besarte, por favor, dejame besarte.

Ella seguía extrañada pero se dejó besar, abrazar, acariciar... lo tomó de la mano de nuevo y lo llevó adentro. Lo acostó en la cama de pita, siguió besándolo, acariciándole el pelo, rascándole la cabeza suavecito, diciéndole en el oído ya calmate loquito, a saber qué te pasó pero ya, ya estoy aquí con vos, dejá de llorar que me partís el alma, dame esa boquita, tranquilo, no tengás miedo de nada, y él, él se asía a aquel cuerpo juvenil como si no hubiera nada más allá, como si el vacío lo jalara, y la besaba y quería explicarle, lloraba y le pedía perdón, la penetraba y lloraba más, sentía en sus entrañas el calor que había conocido hace décadas, y le parecía irreal, imposible, efímero...

Quedaron acostados apenas uno junto al otro, en la estrecha cama de pita. Ella le pasaba los dedos por el pecho, jugando con su piel, con sus vellos, en la ingenua felicidad de quien se sabe con la vida por delante.

—No entendés, no entendés, perdoname, te juro que no quise que nada fuera así de mal, te lo juro. Te prometo que voy a aprovechar el tiempo, que voy a estar aquí, vos vas a ser lo más importante, no, vos sos ya lo más importante. Bien sabés que te amo, te he amado desde que te reíste conmigo la primera vez, y te voy a amar para siempre, creéme, te voy a amar para siempre, no logro olvidarte, no quiero, no quiero, vení.

Ella lo veía extrañada, sin entender nada, y redobló entonces los mimos en un intento por consolarlo, como cuando se calma a un niño asustado. Él luchaba por explicarle, porque tratar de expiar en esos segundos una vida de arrepentimientos, por querer rescatar en ese instante todos los años desperdiciados, pero no pudo. Finalmente sucumbió al deleite de los sentidos y se durmió junto a ella, aún llorando.


Las lágrimas caían desde sus ojos cerrados hasta sus orejas, y el agua en los oídos terminó por incomodarlo. Despertó de súbito y se secó con la manga. Buscó en vano a la novia veinteañera, a la casa de pueblo, a la cama de pita. No estaban más. Solo quedaba el doloroso vacío, el recuerdo, y el amargo espacio libre que no alcanzaba nunca a ocupar en su solitaria cama de viudo.

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