Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]
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20150126

"Red Right Hand" - Nick Cave & The Bad Seeds


          Catorce diamantes. Catorce putos diamantes repartidos en una carta de 6 y otra de 8. Quizá. Quizá tenga juego. Es una mano para rechazar, pero aún así no lo hago, no sé porqué no le hago caso a ese gusano en los intestinos que salta cuando ve cartas como esas y me recuerda que retirarse es también parte del juego. Esta vez no le hago caso y le subo el doble al juego.

          “Ocho trébol”
          “Cinco diamantes” 

          Doscientos mil dólares revueltos por toda la mesa entre fichas, cheques y bloques de billetes de a cien… De todo ese desorden, son esos billetes los que me hipnotizan y me seducen… Hay algo en ellos que hace que me gusten más que las fichas negras, más que las rojas y las azules… esos billetes son tan… verdes, tan… livianamente irreales… 

          “Reina de corazón” 

          El corazón se me detiene al ver a ese corazón en la mesa latiendo amenazante. Siempre he salido corriendo ante la posibilidad del riesgo, mi instinto me llama a huir, pero esta vez ¿para qué?. Ya me cansé de figuritas “aceptables” y “partiditas o.k.”, ya estoy harto de “salir tablas” en el mejor de los escenarios después de 13 horas de juego. No, no esta vez, no saldré corriendo como nena primeriza. O lo gano todo o lo pierdo todo.

          “All in” 

          No dice nada. Es un experto pokerface disfrazado de humor y jovialidad entre cigarro y tragos de whisky. Es genial, realmente genial el cabrón. Mientras yo por dentro me vuelvo estatua, congelado por los nervios, Rodrigo es el perfecto anfitrión que sabe derrochar entusiasmo. Me mira incrédulo, sonríe de lado y coloca todas sus fichas restantes en la mesa en un ademán casi solemne y respetuoso. Se reclina sobre la silla, toma su vaso de whisky y bebe con la confianza del que avanza sin prisas.

          “Cuatro diamantes” 

          Las cartas caen tan lento que parecen una burla descarada a mi impaciencia. Trato de controlar la ansiedad detrás del desdén, de la indiferencia. Prendo un cigarrillo, miro el reloj y de reojo trato de contar cuánta plata hay en la mesa… no sé, pero es mucho, demasiado dinero para mis matemáticas mentales. 

          Un ruido detrás de la puerta de entrada me saca del trance. Un destello en la mirada de mi anfitrión. Me sobresalto viendo hacia todos lados del salón.

          “¡Mierda!”

          Me encerré tanto en el juego que olvidé prestar atención al lugar. Más ruidos detrás en la puerta de salida. Me pongo de pie en señal de alerta, de repente, un golpe por detrás y una luz en mi cara, directamente en mis ojos.

          “¡Mierda! ¡Maldito Rodrigo hijo de pu— ”

          Una lluvia de fichas y de billetes cae por todo el salón. Caigo al suelo, las manos detrás de la espalda. Sin poder hablar, sin poder decir nada. Rodrigo se agacha a  mi lado y sonríe mientras me muestra la última carta: Una placa de policía. Resoplo de resignación. 

Una carta cae a mi lado derecho, la última que necesitaba para ganar en un straight flush: un siete de diamantes.



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NGB.DA20150126

Apetito

Decidió que haría solo aquello que le gustara de verdad. Era su forma de vivir en libertad. 

El reloj marcaba las 11:45 y la mañana se le había ido en adorarse así misma, se había bañado y con malicia íntima había untado crema en su piel. Con esa frescura propia de las mujeres amadas se dispuso a cocinar.

Mario llegaría pronto y traería hambre. Ella tenía hambre también.

Encendió el horno para que se fuera calentando, en algún lugar había leído que debía estar a 180°C, no hizo caso a la indicación y lo puso a 200°, era una forma de rebeldía, nunca seguía al pie da la letra las recetas que encontraba en los vericuetos de los libros y del internet. Nunca le había gustado seguir recetas y reglas. 

Preparó la tabla de picar y el cuchillo, sabía que su sable estaba desafilado, el uso lo tenía gastado, pasó cuidadosamente la yema del dedo sobre el filo y pensó "todavía aguanta", acarició la superficie de la tabla de picar, sintió las marcas de tantas batallas, sus dedos le dibujaron muchas historias de almuerzos y cenas preparadas. Una forma de amar es cocinar. Amor a sí misma, amor a los que se sientan en su mesa.

Sacó de su refrigeradora unos zuccinnis, queso y huevos. Picó los primeros y cuando estaban en un plato hondo quebró los huevos, sintió fascinación ante el crujido de las cáscaras quebrándose, pensó que así se ha de oír cuando un alma deja su cuerpo físico, una forma de muerte, una forma de vida también. 

Mezcló todo aquello, los colores brillantes uniéndose, luego puso sal y pimienta, porque la vida es así, hay que ponerle algo para que los sabores resalten, para que de gusto vivirla. El horno estaba caliente, untó mantequilla en un molde, justo como se había untado crema minutos antes, con la misma malicia, con el mismo candor. Puso la mezcla en el molde y lo metió al horno.

Debía apresurarse, Mario estaba de camino, hacía calor. Los sábados se estaban haciendo demasiado cortos, o sería que ella extrañaba tanto al hombre que dormía con ella ocasionalmente, que las esperas se habían transformado en pequeñas torturas. Ella no entiende, no entiende muchas cosas. 

Sacó unos tomates y albahaca, abrió una salsa tenía todo preparado, cuando la mezcla se empezó a dorar la sacó del horno, humeaba y a ella le pareció que el humo la invitaba a bailar. Mientras enfriaba un poco, hizo rodajas con los tomates y despenicó las hojas de albahaca, todo olía a sol. Puso la salsa de tomates sobre la base dorada luego los tomates, albahaca y más queso. Metió de nuevo el molde al horno y se quedó viendo la incandescente prisa del horno por transformar todo eso en algo comestible.

Silencio. Eso es lo que más le gusta a ella de cocinar... el silencio en el que puede distinguir el tiempo, los procesos y las transformaciones. Ese silencio que es capaz de saludar con el leve crujir de las cosas al cocinarse. 

Silencio. Una llave se desliza en la primera cerradura, es el portoncillo del pasillo, sabe que es Mario que va llegando, En los breves segundos que tarda él en abrir la puerta del apartamento, ella abre la puerta del horno y Mario la encuentra enfundado en su vestidito azul, las piernas desnudas y descalza, sacando lo que ha preparado para el almuerzo. No se dicen nada, ella le da la espalda mientras hace equilibrio para no botar el molde que pone en la tabla de picar, cierra el horno y para entonces él está parado justo detrás de ella, pone sus manos en la cintura de ella y se sumerge en el olor fresco de su cabello recién lavado. Ella cierra los ojos y coloca su mano tibia en el cuello de él, exponiendo su cuello a su beso. No dicen nada.

Silencio.

La pizza de vegetales se enfría, mientras ellos van al cuarto. Ambos tienen hambre. 

  

20150123

602













(Relato inspirado en Red Right Hand de Nick Cave)

La habitación es la 602 y llueve.

El agua golpea las ventanas como queriendo entrar de tanto miedo, o soplo, o solo de ganas por querer estar allí adentro.

Con ellos dos.

Que solo se miran. Sin decir nada. Como dos cuerpos aflojándose o desarmándose ante la inevitable parsimonia de aquellos que saben que ya no tienen que intercambiar palabras.

Porque ya está todo dicho.

– Que sí quiero
– Y yo también
– Y lo demás ya no importa

No importa. Dijeron. Y de seguro para ambos importa mucho, pero saben disimularlo bien. Esconderlo entre las comisuras de las sonrisas, alteradas un poco por los cuatro vasos de whisky.

(Cada uno, mirada, sorbo, sonrisa)

La cama está blanca. Blanca de sábanas, cobertor, almohadas, almohadones y cojines. El, sentado en la orilla. Ella, enfrente en el sofá, de espaldas a la ventana, que se derrite de agua deslizándose y de abismos absurdos.

Solo la luz de una lámpara ilumina su cara. La de ella.

– Me voy a quitar la ropa
– ¿Es una amenaza?

Es un aviso. Dice. Y deja caer su vestido gris y sin vida sobre la alfombra. El vaso de él también cae formando una mancha deforme que se expande sobre el azul arabesco del suelo.

Se acercan y se miden. Se miran y sonríen.

Sus cuerpos, curvas, líneas, abismos, vacíos; se desdibujan sobre la cama roja de sábanas, cobertor, almohadas, almohadones y cojines.

Sigue lloviendo.

20150116

Cuentas claras


Relato inspirado en Red Right Hand de Nick Cave & The Bad Seeds

~ A Dave Hope 



Era una lástima haber ensuciado ese suelo de mármol. Tan brillante, impecable. De las cosas que menos me gustan de este oficio es eso: tener que dejar tanto desorden atrás. Me gustan las cosas limpias.




Me levanté temprano, con el sol. Como tiene que ser. Nada de holgazanerías. Cuando se trabaja como yo, hay que ser puntual. Le hago un servicio a la comunidad: cuando se acumula la basura, aparezco yo a encargarme de todo, a espulgar los parásitos y a desechar lo que no sirve a nadie. Se requiere algo de encanto para esto, no es lo mismo tener a alguien que trabaje con elegancia que contratar a cualquier bruto que sepa moverse. La juventud no es garantía de talento en esto, sino al contrario. Entre más canas y años tenga quien lo haga, más sabrá acerca de cómo es que se hacen bien las cosas. Estos niñitos de hoy confían más en su bola de músculos que en su cabeza. Pobres. Piensan con la otra cabeza, inútiles. No saben cómo se hacen las cosas, se les olvida que otros como yo tenemos muchos años más en esto. Si me pongo a pensar, al principio era como ellos, pero prefiero no pensarlo.


Ya ni me acuerdo cuando comencé, fue algo que salió de repente: me ofrecieron dinero, dije que sí y lo hice. En esa época tenía pocas opciones para trabajos 'honorables'. Habían muchas manos listas, pero todos los de mi edad querían lo mismo: ser doctores, abogados, contadores, profesores. Hubiera podido hacerlo, sería uno del montón y hubiera podido tener una maldita casa con jardín abierto, petunias en el césped y un perro faldero que me recibiera al llegar. En realidad no vivo tan mal con mi espacio en el condominio y un gran piso para mí, en lo alto de la ciudad con luces en mis ventanas todas las noches, rodeado de rascacielos y tiendas de lujo. Puede que no tenga quien me espere todas las noches, excepto el portero que me hace sentir jodidamente especial. Buenas noches señor, pase adelante señor, gusto en verlo señor, si el señor tiene la gracia de acompañarme por acá: trato de rey, mejor que el que me pudiera dar un perro faldero babeando sobre mi alfombra. Y puedo vestirme como yo quiera, no tengo a nadie a quien impresionar, lo tengo todo para tener lo que quiera. Con los años se aprecia el lujo de la soledad y tranquilidad, sin nadie que llegue a interrumpir la comodidad propia ni fastidiar la rutina.


Este trabajo tiene grandes beneficios, viajo mucho y conozco personas nuevas todos los días; aunque eso realmente no dura más que unos momentos en verdad. Olvidemos eso último, no es realmente un beneficio. En los trabajos formales, firman las dos  partes involucradas. Eso fue diferente en mi caso. No hubo ceremonias formales, ni contratos, sólo un apretón de manos y una promesa de caballeros, eso fue suficiente. Todos ahorran, hasta las palabras.  ¿Para qué ahorrar algo que nadie valora? No sé por qué ya nadie da su palabra para cumplirla. La palabra de nadie no vale nada, pero eso ya es polvo, estoy chocheando.


A mi edad no me gusta recordar la juventud más que para reírme de mis idioteces. Sí, cuando tenía veinte años menos daba pena. Es vergonzoso. Era un asco, no sabía lo que hacía y dejaba todo mal. Nada de la limpieza de ahora con mis zapatos bien lustrados, traje impecable y mis guantes. ¿Cómo pude haber trabajado sin guantes antes? Es de principiantes dejar rastro. Tuve suerte: no tenían forma de saber quién pasaba y cómo. Tenía también que cuidarme, no podía exponer mis manos a tanta suciedad. Claro que cuando se es joven no se piensa en uno mismo de esa manera. Si no me hubiera cuidado lo suficiente después, no estuviera aquí todavía pensando en esto, pensando en el mármol y casi lamentando que esa casa y ese piso no fueran míos. ¿Saben qué es lo mejor de este trabajo? No sólo la paga, sino la satisfacción. Saber que nadie lo puede hacer mejor que yo, que los demás sólo lo hacen por salir del paso y cobrar pero yo lo hago mejor que nadie. Es esa pequeña gran diferencia la que me hace querer seguir haciendo esto hasta que se terminen mis días.


Regreso a lo de hoy. Terminé de guardar todo, cerré las persianas y escuché, mis herramientas listas en la mano derecha y el trapo en la izquierda, mi sombra en el piso y estaba listo. Subí los escalones despacio, no se oía más que el viento afuera. Abrí la puerta con cuidado, pasando el trapo por el pomo, con una caricia. Estas cosas se hacen bien. Esperé hasta que lo oí venir. Se sentó en el sofá, alcancé a oír cómo cayó en los cojines, apagó la luz y se dispuso a ver la televisión. Desde ese momento dejó de ser una persona a un trabajo más. ¿Por qué no leía como la gente? No, prefería quedarse como idiota mirando la caja mágica. Mejor para mí. 


Un gato gordo y gris (como su dueño) pasó cerca del sofá y tuve que esconderme aun más para que no me viera. En silencio, saqué del bolsillo una tira de carne seca (sirve bien para los perros, gatos y otras mascotas que hagan estorbo). El gato sintió el olor y a los pocos segundos vino hacia mí, fue entonces cuando tiré la carne un poco más lejos para que se fuera. Cerré la puerta con el trapo para evitar el ruido y seguí esperando. Pasaron varios minutos y luego una hora... El fofo del sofá seguía viendo una película asquerosamente aburrida. Esperé hasta que comenzó a roncar.  Le dí unos minutos para que estuviera del todo dormido y supe que era el momento perfecto para terminar lo que había comenzado.



El infeliz no se lo esperaba: bastó un segundo para que terminara todo. Saqué el silenciador, lo puse con toda calma en su lugar y disparé. Salpicó mi guante ese desgraciado. Iba a tener que volver a dejar todo limpio. Pero no importaba. Había terminado y era un trabajo bien hecho. 

20150115

Esta semana... "Red Right Hand"



         La música es emoción hecha canción, y así como hay variedad de emociones, hay variedad de canciones. Nick Cave me parece un hombre extremadamente sensual: su voz profunda, su mirada de psicótico y su esqueleto largo y flaco me parecen irresistibles... “Red Right Hand” es de esa música que me hace sentir sexy, malvadamente sexy... porque la música, para que sea buena, también tiene que prender esa llama sexual. 

         Por esta semana dejaremos las canciones emocionales de amores, de pasiones y traiciones... y nos vamos a tonadas un poco psycho-sexy-noir. Espero que esta canción les encienda a ustedes también un poco de esa malicia y despierte su lado psicótico y malvado.

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NGB.DA20150118