Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20150116

Cuentas claras


Relato inspirado en Red Right Hand de Nick Cave & The Bad Seeds

~ A Dave Hope 



Era una lástima haber ensuciado ese suelo de mármol. Tan brillante, impecable. De las cosas que menos me gustan de este oficio es eso: tener que dejar tanto desorden atrás. Me gustan las cosas limpias.




Me levanté temprano, con el sol. Como tiene que ser. Nada de holgazanerías. Cuando se trabaja como yo, hay que ser puntual. Le hago un servicio a la comunidad: cuando se acumula la basura, aparezco yo a encargarme de todo, a espulgar los parásitos y a desechar lo que no sirve a nadie. Se requiere algo de encanto para esto, no es lo mismo tener a alguien que trabaje con elegancia que contratar a cualquier bruto que sepa moverse. La juventud no es garantía de talento en esto, sino al contrario. Entre más canas y años tenga quien lo haga, más sabrá acerca de cómo es que se hacen bien las cosas. Estos niñitos de hoy confían más en su bola de músculos que en su cabeza. Pobres. Piensan con la otra cabeza, inútiles. No saben cómo se hacen las cosas, se les olvida que otros como yo tenemos muchos años más en esto. Si me pongo a pensar, al principio era como ellos, pero prefiero no pensarlo.


Ya ni me acuerdo cuando comencé, fue algo que salió de repente: me ofrecieron dinero, dije que sí y lo hice. En esa época tenía pocas opciones para trabajos 'honorables'. Habían muchas manos listas, pero todos los de mi edad querían lo mismo: ser doctores, abogados, contadores, profesores. Hubiera podido hacerlo, sería uno del montón y hubiera podido tener una maldita casa con jardín abierto, petunias en el césped y un perro faldero que me recibiera al llegar. En realidad no vivo tan mal con mi espacio en el condominio y un gran piso para mí, en lo alto de la ciudad con luces en mis ventanas todas las noches, rodeado de rascacielos y tiendas de lujo. Puede que no tenga quien me espere todas las noches, excepto el portero que me hace sentir jodidamente especial. Buenas noches señor, pase adelante señor, gusto en verlo señor, si el señor tiene la gracia de acompañarme por acá: trato de rey, mejor que el que me pudiera dar un perro faldero babeando sobre mi alfombra. Y puedo vestirme como yo quiera, no tengo a nadie a quien impresionar, lo tengo todo para tener lo que quiera. Con los años se aprecia el lujo de la soledad y tranquilidad, sin nadie que llegue a interrumpir la comodidad propia ni fastidiar la rutina.


Este trabajo tiene grandes beneficios, viajo mucho y conozco personas nuevas todos los días; aunque eso realmente no dura más que unos momentos en verdad. Olvidemos eso último, no es realmente un beneficio. En los trabajos formales, firman las dos  partes involucradas. Eso fue diferente en mi caso. No hubo ceremonias formales, ni contratos, sólo un apretón de manos y una promesa de caballeros, eso fue suficiente. Todos ahorran, hasta las palabras.  ¿Para qué ahorrar algo que nadie valora? No sé por qué ya nadie da su palabra para cumplirla. La palabra de nadie no vale nada, pero eso ya es polvo, estoy chocheando.


A mi edad no me gusta recordar la juventud más que para reírme de mis idioteces. Sí, cuando tenía veinte años menos daba pena. Es vergonzoso. Era un asco, no sabía lo que hacía y dejaba todo mal. Nada de la limpieza de ahora con mis zapatos bien lustrados, traje impecable y mis guantes. ¿Cómo pude haber trabajado sin guantes antes? Es de principiantes dejar rastro. Tuve suerte: no tenían forma de saber quién pasaba y cómo. Tenía también que cuidarme, no podía exponer mis manos a tanta suciedad. Claro que cuando se es joven no se piensa en uno mismo de esa manera. Si no me hubiera cuidado lo suficiente después, no estuviera aquí todavía pensando en esto, pensando en el mármol y casi lamentando que esa casa y ese piso no fueran míos. ¿Saben qué es lo mejor de este trabajo? No sólo la paga, sino la satisfacción. Saber que nadie lo puede hacer mejor que yo, que los demás sólo lo hacen por salir del paso y cobrar pero yo lo hago mejor que nadie. Es esa pequeña gran diferencia la que me hace querer seguir haciendo esto hasta que se terminen mis días.


Regreso a lo de hoy. Terminé de guardar todo, cerré las persianas y escuché, mis herramientas listas en la mano derecha y el trapo en la izquierda, mi sombra en el piso y estaba listo. Subí los escalones despacio, no se oía más que el viento afuera. Abrí la puerta con cuidado, pasando el trapo por el pomo, con una caricia. Estas cosas se hacen bien. Esperé hasta que lo oí venir. Se sentó en el sofá, alcancé a oír cómo cayó en los cojines, apagó la luz y se dispuso a ver la televisión. Desde ese momento dejó de ser una persona a un trabajo más. ¿Por qué no leía como la gente? No, prefería quedarse como idiota mirando la caja mágica. Mejor para mí. 


Un gato gordo y gris (como su dueño) pasó cerca del sofá y tuve que esconderme aun más para que no me viera. En silencio, saqué del bolsillo una tira de carne seca (sirve bien para los perros, gatos y otras mascotas que hagan estorbo). El gato sintió el olor y a los pocos segundos vino hacia mí, fue entonces cuando tiré la carne un poco más lejos para que se fuera. Cerré la puerta con el trapo para evitar el ruido y seguí esperando. Pasaron varios minutos y luego una hora... El fofo del sofá seguía viendo una película asquerosamente aburrida. Esperé hasta que comenzó a roncar.  Le dí unos minutos para que estuviera del todo dormido y supe que era el momento perfecto para terminar lo que había comenzado.



El infeliz no se lo esperaba: bastó un segundo para que terminara todo. Saqué el silenciador, lo puse con toda calma en su lugar y disparé. Salpicó mi guante ese desgraciado. Iba a tener que volver a dejar todo limpio. Pero no importaba. Había terminado y era un trabajo bien hecho. 

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