Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20131111

Soñé



Soñé con una playa y un amanecer. Había arena, como es de suponer; miradas y palabras y cuerpos húmedos. Esas cosas pasan cuando soñás con playas. Digo. No sé. Había música de fondo, como es debido en cualquier sueño que se la lleve de sueño verdadero, y el mar sonaba poético al reventar sobre la arena, casi como un llamado, y si uno prestara más atención a los mensajes oníricos, podría darse cuenta que ese llamado era casi una advertencia. Pero en el sueño uno no se da cuenta de esas cosas, oye el eco del mar y el otro te mira como si te viera por primera vez, como si se fuera a derretir, como si estando así de cerca te pudiera respirar y aspirar y volver una vez más a respirar y aspirar y así sucesivamente, sin fin. Porque, es raro, mientras se está en ese estado inconsciente tan famoso, el tiempo parece no existir y el otro te mira así, mientras amanece y vos estás acostada en la arena muriéndote de frío y de canciones que suenan a otros sonidos que no deberían, como a milagros desatándose, como a rumores lejanos, como eso y mucho más.

Soñé con esa playa en un día que pudo haber sido noviembre. No un día, una noche con su madrugada y amanecer específicos y lo raro es que en el trance el amanecer no era de colores, no habían nubes rosa, ni color naranja, ni siquiera medias tintas; eran nubes blancas y aunque tenía la cámara a mano no se dejaron retratar, saltaban de un lado a otro como pensamientos sin sentido. Mejor dicho: como sentimientos surreales. De esos, ya saben, de esos que suceden solo en los sueños. El mar no era  turquesa como en los poemas, ni azul marino, ni siquiera verde; el mar era transparente y yo jugaba a no verlo, a ver sus ojos, en cambio, que en este caso si eran azul y verde. Sí, uno azul y otro verde, mientras se sueña pasan esas cosas arbitrarias, no tiene que ver con lo que uno quiere, espera o piensa, tiene que ver con el subconsciente jugando esas pasadas extrañas, como cuando entra sin querer alguien que no te imaginabas o un personaje secundario de la vida real, o alguien quien ni siquiera conocés. En este caso no era alguien quien no conocía, ni mucho menos un personaje secundario, y yo miraba sus ojos que miraban con sorpresa, de esas sorpresas ricas, supongo, en los sueños uno puede presentir los sentimientos y él me miraba con sorpresa, con el ojo azul y el verde y las pestañas medio cerradas. Con sorpresa tierna, podría decirse. Y mientras lo hacía nuestros cuerpos se convertían en arena, en arena blanca en este caso, cual playa caribeña, y las olas llegaban a nuestros pies rozando con espuma y caracolitos de todos colores los dos cuerpos, que de tanto ir y venir –las olas, entiéndase- terminaron por fundirnos en la playa, como una escultura, los dos cuerpos casi abrazados, casi queriéndose amarrar en un beso, rodeados de moluscos, estrellas, lunas y soles, nubes blancas y espuma salada, pescaditos y niños con madres apartándolos de esa suerte de sueño del que no se puede escapar. 

Del que huyo cada noche y siempre me alcanza.

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