Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140215

Desahogo


Relato inspirado en Valentine de Fiona Apple. 
Flor Aragón

Llueve. 

Llueve otra vez por tantos días. Trato de recordar cómo es el sol. Tal vez cálido, tal vez amable. O tal vez no exista. Como tantas cosas que creí que eran y ya no son. Como la manera en que me mirabas cuando me sentaba aquí mismo a escribir, a ordenar palabras. Con esa mirada calma y e impenetrable que provenía de un interior que quizá nunca llegué a conocer.

Ha llovido por cinco días sin parar. A veces con gotas suaves que más bien son un murmullo, delgado y transparente. A veces con ruido sobre el techo de millones de gotas, fuertes y acompasadas.  Llueve tanto, que en las paredes se dibujan toda clase de formas causadas por la humedad que se cuela por todas partes: en el que solía ser nuestro cuarto se dibuja un tulipán en un florero, la sala está llena de nubes, de lunas y de estrellas, en la cocina hay margaritas, margaritas cafés y despiadadas apareciendo cada día, llenando el  techo, enloqueciéndolo de jardines. 

No hay un alma en la calle, y es que nuestros treinta grados de siempre, nuestro verano eterno, ha bajado a menos de 15. Nadie quiere salir. Ahora me envuelvo en mi frazada de franela y mato el tiempo fumándome el cigarro de siempre, contemplando las siluetas que el humo dibuja en el aire, escribiendo este correo que quizá nunca te envíe. Es raro, pero hasta ahora que veo tu espacio en blanco en la cama, me doy cuenta de que nunca te entendí, o mejor dicho: cómo me confundías con tu humor radiante de algunos días, me llenabas de energía, le dabas sentido a cualquier lunes o miércoles con tu sonrisa regándose por toda la casa, con tus ganas de ser amable; pero luego te metías en esa concha, esa concha sin puertas ni ventanas en donde nadie podía entrar, te convertías en una sombra despiadada, me hacías daño con tus palabras.

El agua se lo está llevando todo. El jardín que con tanto empeño decidiste sembrar cuando recién nos venimos a vivir juntos, se está yendo por la alcantarilla. Al principio traté de rescatar las violetas. Ya ves, esas matitas se dañan con un suspiro. Pero en menos de diez minutos no había más que lodo. Siempre lo supe, no iban a durar mucho. Apenas seis meses y allí van, con sus pequeñas florcitas hechas una maraña de desperdicio. Lamentablemente como todo lo que dejaste atrás: tus discos, tus libros, tu ropa, tus afeites; el despertador que ya no despertaba a nadie, tu navaja suiza, todos tus libros; que en un memorable acto de valentía, instalé en tres o cuatro cajas hace menos de una hora para dejarlas abandonadas y sin una explicación en la esquina más ahogada de una calle.

– Aquí se acaba todo, dijiste, hace más de un mes y tiraste la puerta de un golpe. Como si hubiera sido necesario. Ya tú te habías encargado de que yo ya no quisiera volver atrás. Suficiente era con el cansancio de verte deambular por la casa como una sombra, sembrado hasta la cabeza en tu precioso jardín.

– Allá se acabó todo, te digo. En una calle equis, el agua bajaba tan rápido y llovía tan fuerte que no tuve tiempo ni de verle el nombre.

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