Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140706

"No es serio este cementerio" - Mecano




          La lluvia encontraba difícil borrar las huellas que dejaban los pasos pesados de Esteban. Caminaba lento hacia el Oeste dejando nada más que una sombra alargada detrás de él. El pesado azadón se arrastraba en el lodo dejando un surco tan profundo como sus huellas, imposible de borrar. El sol se ocultaba rápidamente entre las colinas que bordeaban la ciudad. Las nubes grises se vestían de negro y los pájaros se arrullaban entre sí en algún rincón de algún árbol mientras un destello eléctrico surcaba el cielo haciendo que la sombra de Esteban se alargara hacia el infinito. Un segundo. Dos segundos. Un estruendo. Luego el murmullo de la lluvia incesante cayendo como una letanía larga y perenne, como una Magdalena legendaria llorando la muerte de todos sus hijos a través de la existencia de la humanidad.

          Esteban tropezó en una pequeña maceta de mármol con crisantemos grises que bordeaba el camino. Había llovido tanto que el agua le llegaba hasta los tobillos. “¡Es imposible! Imposible trabajar bajo estas condiciones… sin embargo los muertos, aunque muertos, no deben esperar el santo entierro. No es de Dios hacerlos esperar”, murmuró haciendo la señal de la cruz. Miró hacia el cielo con la esperanza que dejara de llover pero las nubes parecían reunirse como viejas chambrosas, escupiendo aguas torrenciales. No, no dejaría de llover ni en mil años. El sol había desparecido por completo. El océano de lodo se había tragado la sombra de Esteban en una oscuridad de agua salpicante. La silueta de Esteban se había vuelto una con la noche disfrazando el silencio con el sonido de la lluvia. Casi poético. Casi, excepto que estaba solo, solo con él. 

          A pesar de ser uno de los señores más importantes de la ciudad, no había llegado nadie al funeral, no había ni un alma llorando por él, solo el cielo infinito llorando por todos aquellos difuntos abandonados. Estaba solo con un difunto importante que para él era uno más. Miró en dirección del ataúd y esbozó una sonrisa incrédula. “¡Carajos! ¿Cómo se supone que te entierre?”, sonrió amargamente. "Más fácil es que ambos terminemos sepultados con este diluvio a que te logre hacer reposar por la eternidad”. Reclinó el azadón sobre su rodilla e iluminando con la luz de una linterna que sacó de su bolsillo, buscó la banca más cercana.

          “Supongo que poco le importa quién esté a la par suya a estas horas”, exclamó. “Sin embargo, esta lluvia no me va a dejar cumplir con mi trabajo, verá usted, llueve como si fuera el fin del mundo”, reprochó chasqueando la lengua. “Usted debió haber sido alguien con mucho dinero… uno de esos que le tienen mucho amor a las cosas y por eso no quiere irse del todo todavía”, exclamó mientras iluminaba el ataúd tratando de identificar algún detalle que le diera más información sobre su cliente. “Pero mire usted, déjeme decirle que así no funciona. Una cosa le voy a decir, es más fácil que se suelte del todo y que deje que la tierra se lo trague de una vez por todas. Ya va a ver que va a ser más fácil para todos, especialmente para mí porque no vaya a creer que es divertido estar aquí en vigilia bajo esta lluvia junto a un desconocido”. Esperó un buen rato en silencio. La lluvia continuaba cayendo sin señal de menguar. “Supongo que no tiene mucho que decir, sin duda en vida fue uno de esos que hablan sin cesar. ¡Ah! pero no se preocupe, en la muerte todos son así de mudos, tampoco se crea el único”, se carcajeó para sí. “Todos se ponen tan fríos y serios que parecen inteligentes, como si estuvieran pensando lo que van a responder, pero al final no dicen nada… pero ¿sabe qué? no se preocupe, a mi el silencio no me estorba, es más, no puedo creer lo maleducado que he sido, permítame presentarme, mi nombre es Esteban Segovia”, dijo solemnemente quitándose la gorra empapada y poniéndose de pie nuevamente. “Mucho gusto, don… emmm… bueno, poco importa el nombre. En la muerte todos se llaman igual. A falta de nombre, le llamaré Rodolfo. Encantado de conocerle Don Rodolfo. Rodolfo Aguirre. Mañana cuando haya luz podré leer su nombre real desde la lápida, usted por eso no se afane”. Sacó un pequeño frasco de vidrio que guardaba en la bota de hule del pie derecho. “¡Salud! ¡Salud porque todo tiene un fin!”, brindó mientras se empinaba el pequeño frasco. “¿A poco no toma usted?”, dijo incrédulo mientras extendía el brazo en dirección al ataúd. “Bien. Bien que sí, bien que si era un borracho también. Quizás uno de aguas más finas, pero borracho después de todo, porque no es la calidad sino la cantidad lo que hace borracho a los hombres. ¿No cree?”, cerró el pequeño frasco y lo guardó nuevamente entre la bota y su pantorrilla.

          Un rayo cruzó el cielo e iluminó el agua a su alrededor. Los pequeños mausoleos de piedra blanca y mármol relucieron como estrellas fugaces. “Mire, está algo peligroso que estemos aquí, ¿no cree?”, exclamó mirando a su alrededor. “Bueno, a usted igual le puede dar que le caiga un rayo, si ya no tiene caso, pero a mí, como que no me va a agradar ser uno de esos electrocutados que aparecen en las noticias… A poco y somos dos los enterrados mañana”, se carcajeó con ironía. 

          Se levantó de la banca en dirección a uno de los mausoleos buscando refugio de esos rayos que comenzaban a amenazar la tranqulidad de la noche. “No crea que me voy. Es solo que me voy a guardar de esos rayos malignos. Aquí mire, cerquita de usted, con una tal 'Lui-sa-Man-cí-a'”, dijo leyendo la lápida iluminada con la pequeña linterna. “Me pregunto quién habrá sido esta tal Luisa. Oiga, mire aquí dice mil-ocho-cien-tos-setentay-cua-tro a... mil-no-ve-cient-os-se-senta… osea que vivió qué ¿Ochenti qué? Ochent-iseis años?”, dijo contando con los dedos. “¿Cómo puede alguien vivir tanto? ¿Rodolfo? ¿Cuántos años tiene usted?”, dijo iluminando el ataúd. “Mire, aquí hay una fotografía en la pared… Fue bonita esta tal Luisa usted. Si la viera, no lo creería”. Sacó nuevamente el frasco de vidrio. “¡Salud mis amigos Luisa y Rodolfo! Ustedes son los mejores amigos que he encontrado hasta hoy: su silencio habla más que cualquier palabra. ¡Salud! porque aquí vamos dando vuelta juntos, en este cementerio. Aquí vivimos sin pasar de la puerta, eso sí, ¡sin pasar de la puerta! Los muertos... si... los muertos... es aquí donde tienen que estar...”. Y empinándose el resto del líquido en el frasco se recostó sobre la pequeña puerta de hierro forjado del mausoleo de Luisa Mancía mientras cantaba … que los muertos aquí es donde deben estar… los muertos... aquí es dónde nos debemos quedar…  mientras la lluvia continuaba llorando a todos aquellos que como Rodolfo, Luisa y Esteban no tienen a nadie quien llore por ellos.


NGB.DA20140706




2 comentarios:

  1. wow que bonita historia, me hizo reir y me pone en que pensar al respecto de la muerte, en ese estado ya nada importa.

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