Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160111

Carta blanca



Un brindis por las buenas decisiones.



Relato inspirado en
Closing Time de Semisonic




Aprendió que la paz en privilegio de reyes. En su vida existían solo el caos, el desorden, las imágenes perdidas de una realidad que nunca fue. En la cochera tenía todas sus cajas llenas de ilusiones, de recuerdos de viajes, de ropa tres tallas más pequeña, de tiempos más felices. Junto a los zapatos de veinteañera estaban los jueguetes que había comprado ya siendo adulta. Los iba a coleccionar. Comprobó al verlos que todo había cambiado y nada era para bien. Ya no eran cuatro, ahora eran tres personas los fragmentos de otra. Intentaban en vano remendar lo que sabían que nunca había existido, aparentando ser la familia que ella hubiera querido tener. 


Ella ya no era la misma: sus metas habían cambiado, había dado paso a una vida menos pomposa y ya con ambos pies sobre la tierra. Era ínfima. Ya no iba a ser abogada, ni magistrada o fiscal, ni jueza. Apenas podía dirigir su vida sin estrellarse y volverse polvo... ¿Cómo pensaba ordenar entonces la vida de otros? Esas noches largas llenas de horas extra para cerrar el mes sin saldo negativo y las salidas a deshoras con otros tan desilusionados como ella eran solo formas de matar el tiempo. Le daba igual porque seguía estando a la deriva y no encontraba ninguna forma de cambiar eso. Cada mañana era igual a la anterior y solo esperaba que hubiera algo que rompiera su rutina; algo que la hiciera sentir que todo había valido la pena. Vivía en carne propia la estupidez de haber llevado una vida de ese mal-llamado "trabajo duro y honesto", se comparaba con otras más tramposas que habían resultado ser exitosas, no como ella. Tenía venticuatro y cargaba con el peso de cientocincuenta y siete años de fracasos en total. Los venticuatro propios, los cincuenta y cinco de él, los cincuenta y seis de ella y los veintidós de la otra. Se miraba envejecida en plena juventud. Eran demasiado la envidia, la amargura y el rencor.


Pensó que vivir sola sería la solución a todos sus problemas. Sus fantasmas la seguían: fieles al final de cada quincena para recoger lo que hubiera quedado de su esfuerzo. Contaba con los dedos de la mano (y le sobraban) las razones para seguir intentándolo. El escenario era distinto, pero la obra seguía siendo la misma. Nada era suyo, todo cambiaba de manos en una fracción del tiempo que había invertido en conseguirlo. Lentamente, se le iban consumiendo las ganas de vivir. No tenía nada que la impulsara.


La rabia iba guardándose en su alma. Gota a gota, iba llenándose de algo bastante parecido al odio. Llegó a preguntarse si era una persona cuerda: nadie podía tragarse tanto y salir ileso, pensaba. Quizás su límite estaba mucho más lejos de lo que imaginaba. Su paciencia se ponía a prueba a cada momento, mientras que su cordura alcanzaba esa frontera fina que la separaba de la locura. Soñaba con dejarlo todo, tomar un día las llaves de la vieja casa, llevárselas y dejarlos en la calle. Pensaba en mil formas distintas de fingir su muerte, liberarse de ese hastío de una vez por todas. No creía merecer tanta carga, tanta ingratitud. Se desvelaba desvariando y pensando en vidas alternas donde no tuviera la misma miserable existencia. 


Un día, dio con la solución perfecta. Era ideal, cada quien tendría que hacer su camino y por din la dejarían tranquila. Implicaba sacrificios, pero estaba lista. Guardó bien en su mente las fotografías de esos viajes que nunca podría volver a pagar, escogió dos pares de zapatos de las muchas cajas de la cochera y rescató una caja de sus libros más amados y polvosos llevándolos donde una de sus pocas amigas; envió a los otros tres a un paseo y lo preparó todo. Dio una última mirada a las cajas y saboreó un largo suspiro. Con un movimiento rápido de manos encendió un fósforo y lo lanzó a la cochera. En cuestión de minutos alcanzarían el piso superior de la casa y quizás tardarían un poco más (¿Horas?) en consumirse por completo. Con una risa histérica y lágrimas en los ojos, dejó caer la caja al suelo y por último se limpió la cara con la mayor calma que pudo alcanzar mientras veía crecer las llamas. Pensó en como el fuego lo purificaba todo, incluso su conciencia. 



Nunca se había sentido tan feliz. 

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