Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140429

Dedicatorias

Relato inspirado en la canción Deja Vu de Gustavo Cerati.
Por Flor Aragón


El libro verde, le llamamos, porque no encontramos otra forma más adecuada de nombrarlo. Lo encontramos en una de esas escenas simultáneas que solían atacarnos cuando menos lo esperábamos. Escenas repetidas de vidas anteriores o cosas que ya habíamos vivido antes o simples anticipaciones del inconsciente, saben, eso que normalmente solemos llamar deja vu.

El asunto es que los dos vivimos por separado la escena: el momento de andar deambulando por una librería equis de la ciudad y ver allí el libro verde, la novela por pocos conocidos, y sentir que ese momento, es instante infinito e ínfimo ya había pasado antes. En una vida anterior o lo que sea, como ya dijimos. Y los dos, por separado, como también ya dijimos, sacamos el libro del estante y lo compramos para regalárselo al otro. Como un hecho aislado e irrelavante, como esas cosas que se hacen porque en el instante tuvieron sentido. Y después ya no.

Los dos escribimos nuestras dedicatorias en la primera página en blanco, que, como ya sabemos, fueron hechas para escribir dedicatorias.Saben, esas cosas suelo pensarlas demasiado. Una dedicatoria es algo que queda allí escrito para siempre en una página que de alguna manera se va volviendo amarilla con el tiempo, en una página que de alguna manera va a ser leída varias veces, muchas veces en la historia, tu historia y la del libro o la historia del otro o la historia de la persona a la que algún día va a llegar el libro. Creo haberlo pensado por varios días. Semanas, si lo quieren contabilizar de esa manera. El tiempo se pasa volando mientras se piensa en la dedicatoria para un libro que va a llegar a las manos de alguien que alguna vez, dentro de diez o veinte o treinta años va a abrir la portada y viendo la tinta desgastada sobre el papel amarillento va a recordar el preciso segundo histórico en el que en medio de canciones de amor o algo parecido, pusiste el libro entre sus manos.

Un año pasa demasiado rápido, y duele, como cuando subrayas sin precisión eso que llaman nostalgia.

Y luego todo lo demás, saben, mi nombre y la fecha. Lo de rigor. Sí, bastante cursi, lo sabemos. Todos mis amigos mi tildaron siempre de cursi. Él no lo era tanto, no lo fue, no lo sigue siendo, me cuentan. Tenía esa forma tan particular, que siempre admiré tanto de él, de anular los sentimientos y las emociones. Como si de alguna forma las separaciones, por cortas o eternas que fueran, los dolores del color que quisieran pintarse, las dudas, e incluso el cariño, el rencor, el amor, el obvio de siempre; se pudieran tapar con solo el hecho de creer que no existían. No es que no los tuviera. Yo lo sé. Siempre lo supe. Es que simplemente los ocultaba de una manera tan estrepitosa, que a veces hasta dolía.

No sé si pensó mucho su dedicatoria. Cómo lo podría saber. Después de ese día no volvimos a vernos. No sé si se habrá dado cuenta de que eso, de que esas palabras iban a quedar grabadas allí para siempre. Sí sabemos que no era cursi, que el tiempo no se le iba en melodramas de ese tipo. No sabemos si habrá pensado que en el momento que íbamos a darnos los libros verdes con las dedicatorias se cumplía un año de que nos habíamos besado por primera vez en una noche demasiado surreal para contarla aquí. No sabemos. Nadie podría saberlo.

Te compré esto movido por un Deja Vu, la frase más gastada del francés.

Sin nombre y sin fecha. Como todos los recuerdos que se han ido borrando con la nostalgia. 

"Magic" - Coldplay




        
        Hay algo sorprendente sobre el desierto: esa expansión mágica de vacío donde la arena, el aire y el sol reclaman sus dominios jugando todo el día a crear remolinos gigantes que llegan a todas partes del mundo en sutiles brisas llenas de arena. Hay algo que embruja en ese espacio moldeable donde la arena, el aire y sol juegan a ser escultores y darle minuto a minuto una forma diferente a las dunas. De algún lugar dentro de mí, surge el deseo de formar parte de ese juego, quizás como agua, quizás como plantas, quizás como luna; una parte de mí quiere de alguna forma inmortalizarse junto a esas arenas que parecen poder con todo, esas arenas que parecen tragarse todo sin dejar rastro alguno.

        Pero lo que realmente me intriga no son los remolinos gigantes, ni las habilidades de escultor del viento, ni el poder ilusorio del sol que lleva a los hombres a ver cosas donde no las hay; admiro que el viento sea un verdadero escultor abstracto y sensual y que el sol sea el maestro ilusionista por excelencia, pero no son más que trucos muy bien logrados e inteligentes. No, lo que realmente me intriga es la arena: el poder infinito del minúsculo grano de arena. Lo realmente mágico y aterrador de todo no son los espejismos, no son los remolinos: es la forma invisible en la que grano tras grano se forma un inmenso paisaje árido. Es ese grano de arena inquieto que nunca se queda en el mismo lugar y que constantemente cambia el paisaje de forma imperceptible y sin aviso lo que captura mi atención.

        Día tras noche y noche tras día,  con la paciencia inmutable de aquellos que no conocen el tiempo, los granos de arena se dejan  llevar por el viento, tejiendo nuevos surcos, disolviendo y creando nuevas dunas, pero sobre todo, disolviendo los caminos tercos trazados por los hombres. Esos hombres quienes en su obsesión de medirlo todo, inventan medir los días y las noches encerrándolos en transparente cristal, creando la idea del tiempo en su afán de recordar momentos y eventos. Lo sorprendente es que a pesar de su encierro, desafíante como quien no tiene nada que perder ni que ganar, la arena se va de lado a otro, de arriba para abajo, con la constancia de un prisionero perpetuo, jugando sienciosamente con el sol y con la luna a dictar el paso del tiempo: juntos se divierten confundiendo las memorias y desvaneciendo los recuerdos mientras inmutablemente observan el paso de los hombres. ¿Quién imaginaría que un prisionero sería el perfecto dictador?

        De todas, esa me parece que es la mejor travesura: la habilidad invisible de desvanacerse en el tiempo. El único juego del cuál formo parte también, dejando rastro alguno.

NGB. DA20140429

20140427

Intangible

- Ahí vete.
- Pues, sí. De aquí a tres años… quizás, sí, ¿veá?

Ese “ahí vete” fue como una propuesta de convivencia; y ese “pues sí” un sí, sincero, lleno de la comodidad que comparten desde que se conocieron. Ese es su universo intangible, lo que ella le describía a sus amigas quienes querían saber, antes, con quién estaba saliendo tan poco tiempo después de haber cortado. ¿Qué pasó?

Pasó que estaba siendo ella misma, por primera vez en meses, ya que los meses de su noviazgo habían casi ahogado su voz, perdida entre las peleas y el mal humor. La química, a veces, da para justo la superficie necesaria sobre la cual vienen a instalarse teatros con fecha de vencimiento, obras que no paran hasta que la dramaturga se da cuenta que no existía la conexión necesaria para que la relación perdure al son de las promesas iniciales. Sí, tosía con su nariz llena de mocos por que lloró su ruptura, segura de que había dejado ir algo que no quería más, y que no quería que regresara. ¿Cómo puede sentirse uno tan bien con tantos aspectos de su vida y a la vez tan mal por haber cortado? El desapego, digo yo, dejar ir las cosas y el esfuerzo que requiere perdonarse por haber aguantado y soportado aquel amor o desamor que no nos merecemos. “No, no, estoy segura, y voy a estar bien”. Y aunque creyeran los demás que sólo es cuetión de tiempo, que va amanecer muerta de la risa en los brazos de alguien, con recuerdos borrosos... el plan nunca fue evadir el dolor, ni buscar cómo llenar vacíos pues no había sentimiento de soledad…Además, ¿qué tal si su juicio regresa, después de la borrachera, y se encuentra en los brazos de alguien con quién no quiere estar? Más era el anhelo por estar bien con ella misma, de nuevo; como ese estado en el que se encontró el sábado en la noche en Antigua, Guatemala, pendiente sólo de ella y de qué quería tomar o con quién quería hablar.

El domingo se despertó con él, aún con las conversaciones que la acompañaron a la cama frescas, los audífonos tirados a la par de cuando escucharon música en la madrugada. Confunde a los sentidos las situaciones sin precedentes. “Un verdadero click con alguien”, según él; y ella, sorprendida de que por primera vez en quién-sabe-cuánto, está con alguien que no era su ex, sintiéndose completamente cómoda, sin desear estar en otro lado. Y no había que hacerse preguntas acerca de la naturalidad con la que interactuaban, acerca de los matices que se formaban conforme iban tejiendo lazos. No hay que darle mucho pensamiento cuando te sorprende lo feliz que estás y lo bien que esta persona, que no sabes adónde van ni qué día van a dejar de querer lo mismo, te hace.

Es tangible en los rostros y en los gestos, y a la vez intangible, pues sucede entre ellos. Nadie va a entenderlo, pues no se trata de nadie más. No se supone que entendamos aquello que es ajeno como la dinámica entre dos personas, que ellas sí se entienden.

Reencuentro

Relato basado en Deja Vu, de Gustavo Cerati


Despertó aquella mañana, se sintió tristemente bella... estaba sola y solo su gato pudo ser testigo de su cabello alborotado, alborotado justo como a él le gustaba verla. Lo recordó en los amaneceres compartidos. Lo extrañó mucho. Dejó que su gato la acariciara para darse cuenta que aún vivía. Pensó en todo lo que tenía que hacer. Tomó impulso para levantarse.

Puso los pies en el piso frío. El gato la acompañó en cada vuelta que dio en su casa, limpió la caja de arena de la mascota, sacó la basura, cocinó el desayuno, tomó su primera taza de café mientras revisaba sus correos y pineaba alguna imagen en Pinterest... se fue a dar un baño.

Escogió el vestido que tanto le gustaba a él verle puesto, era un día especial, tenía un encargo que le dejaría una buena cantidad de dinero para sus gastos... pagar la casa, la refri que aún debía en un almacén, los recibos, las vacunas para el gatito... el café que se tomaba una vez al mes con las amigas, en fin... esa vida que nos exige tener dinero hasta para lo más mínimo.

Mientras acomodaba los artefactos para realizar su trabajo recordó cuando conoció a Mario, ambos eran buenos en su profesión, claro él tenía más experiencia y le enseñó nuevas "mañas" a ella para hacer el trabajo más limpio y rápido. Aún le dolía su ausencia. Extrañaba que le dijera que se veía hermosa enfundada en aquel vestido de lunares amarillos. Pensó en el aroma que lo envolvía justo cuando acarició el gatillo.

Salió de casa en un día común y corriente. El cliente esperaba... debía presentar resultados aquella misma tarde. Era limpia y rápida en su trabajo gracias al hombre que la formó. Ser asesina a sueldo era lo único que podía ser, con cada muerte daba muerte a su luto.

Tomó posición, su rifle de precisión listo... se escuchó el golpe de la pólvora en el casquillo de la bala.

... Despertó aquella mañana, se sintió tristemente bella... estaba sola y solo su gato pudo ser testigo de su cabello alborotado, alborotado justo como a él le gustaba verla. Lo recordó en los amaneceres compartidos. Lo extrañó mucho. Dejó que su gato la acariciara para darse cuenta que aún vivía. Pensó en todo lo que tenía que hacer. Tomó impulso para levantarse... "el cliente espera" pensó mientras puso los pies en el piso frío. La esperaba un vestido a lunares amarillos...

Ecos de antes rebotando en la quietud


¿Cuántas veces hemos estado en lugares por primera vez, pero que nos resultan extrañamente familiares? ¿Cuántos nos hemos visto en medio de escenas que reconocemos de algún recuerdo imposible, de un sueño? Olores, sabores, colores, imágenes, reflejos de lo nunca antes vivido y, aún así, aparentemente, ya visto.
Los franceses le llaman "déjà vu", "ya visto", a este tipo de experiencias. Y este término es también el título de la canción en la que nos inspiraremos para escribir esta semana.

"Déjà vu", una de las más bellas canciones del álbum "Fuerza natural", del genio Gustavo Cerati, alborota nuestra imaginación y dará lugar a los relatos que publicamos desde hoy. Esperamos que los disfruten.  

20140417

Caminando





"Somos inmensamente ricos", decía el Tío Ramón.
(Isabel Allende, El Plan Infinito)


Relato inspirado por: "Magic" de Coldplay

Verán, no me fue fácil llegar a ser la mujer más afortunada sobre la tierra. Fue una hilera constante de cartas de amor, algunas flores y mucho esfuerzo: desvelos, sudor, ojos abiertos para saber qué importa y qué no. Hubo lágrimas, hubo cóleras y también amargura. Todo lo de esos años, en un instante, se convirtió en mi mayor tesoro, lleno no sólo de joyas, sino de mucho más que eso, de cosas que nadie me podría regalar ni que vender. 

Decía mi abuela que no hay árbol que dé frutos si no ha sido regado con lágrimas de tristeza y alegría y ahora ... veo que tenía razón. 

El día que me reveló mi enorme riqueza comenzó con silencio. Había una bruma deliciosa en el aire, soplaba una brisa fría y las calles estaban vacías. Me pregunté dónde estaban todas esas personas que llenan las aceras con sus canastos, su humo y sus cigarros. No habían muchas. Seguí caminando, sonriendo mientras oía a los pájaros cantar. Las nubes seguían moviéndose con su pereza de algodón y llovían rayos de sol en hilos de oro sobre mi cabeza. 

En la esquina, un anciano se reía mientras veía a una niña intentando caminar. Tenía la cara sucia y hablaba en su media lengua, furiosa por no poder mantener el paso. Volvió a soplar el viento y flores de maquilishuat cayeron. Era la niña la que reía después. Cantaban las chicharras.

Seguí caminando. El redondel, con su ceiba enorme al centro, brillaba de verdor. Pasó un bus con su pachangón y bajó una señora con su delantal de revuelos y su canasto. Armó su puesto de venta de galletas, chucherías. Pasé y le compré unos chicles. Me sonrió mientras le preguntaba si estaba allí todos los días. Dijo que sí, porque siempre allí pasaba gente que le comprara, así que gracias a Dios tenía un buen rato de estar vendiendo en la misma plaza.

El sol, perezoso, comenzaba a ocultarse. Llegué a casa y abrí la puerta rumbo al jardín. Estaban allí el macetero con la menta, la tortuga patoja, el gengibre tierroso, los helechos, el palo de mango con su sombra generosa y el papachús de yeso en el muro. Estaban allí también ustedes, dándome la bienvenida, uno con palabras y risas; y la otra con una sonrisa y manitas llenas de hojas. 

Fue entonces que supe: las flores de maquilishuat, las risas, el sol, el canasto, el pachangón, la lluvia de luz, esas nubes de algodón y el verdor eran todos míos. Míos eran los años para disfrutarlos a todos y a ustedes, amores. Nadie más que yo tiene eso. Y eso, queridos míos, me hace la mujer más afortunada sobre la tierra. 

20140416

Los chocolates

Relato basado en "Magic" de Coldplay

Gerardo es un cipote cualquiera, es hermano de otros cipotes, está en esa edad en la que no se es niño, ni adulto, aunque le falta poco para llegar a los 20, pareciera que está instalado cómodamente en una adolescencia placentera y sin preocupaciones. Gerardo tiene un papá... vive con él... también tiene una mamá. De ella no habla mucho. 

Gerardo estudia, no sabe para qué, pero sabe que tiene que estudiar... o trabajar... no está muy seguro de muchas cosas, ve su entorno y aunque no vive donde asustan, bien sabe que nadie está seguro en un país como este. Gerardo piensa mucho, mucho más de lo que en realidad sospechamos. 

Gerardo tiene una salud de hierro, huesos largos y aunque es flaco, se nota que es fuerte, jamás ha sacado esa fuerza... es una especie de virginidad rara en los hombres, jamás se ha defendido a trompones, sabe que ganaría a varios. Pero él es así... tranquilo, así dicen sus hermanas. Gerardo las ve de reojo y sabe perfectamente que podría dar de trompones a más de algún patán si les hiciera daño. Jamás lo ha dicho. Solo lo sabe. 

Gerardo, para terminar, está enamorado. Ella tiene dos años menos que él y aún no comprende qué es lo que tanto le llama la atención, no es una cipota bella, es simplemente que lleva con elegancia una tristeza que ni él mismo entiende. Gerardo que es tan serio le dan ganas de sonreír cuando ve que un mensaje de ella ha llegado a su celular. Gerardo sabe que ya se jodió. 

Un día leyó que el chocolate aleja las penas. Es tan tímido el pobre, que jamás le ha preguntado a la muchacha que tanto le gusta por qué llora, por qué siempre está triste, por qué le cuesta tanto respirar. Pensó que era buena idea darle un chocolate. Gerardo nunca la ha besado, solo se imagina el sabor del chocolate en sus labios y algo mágico lo hace estremecer. 

Como buen hijo de dominio, no tiene mucha plata, ahorra cada centavo que puede del pasaje del bus, no compra cigarros las siguientes dos semanas, esos que fuma a escondidas de su papá, pone poquito saldo en el cel, solo para alguna llamada ocasional a ella... no falta mucho para llegar al objetivo. Toma valor un día y le pide los $5 que le faltan a su papá y él se los da. 

Al día siguiente, al regreso del instituto pasa a metro, se mete a Shaw's, escoge primorosamente los chocolates que le parecen los mejores, la señorita que lo atiende va poniendo cada bolita negra en una caja dorada. Gerardo supervisa con la mirada inquisitiva el viaje de cada chocolate al nuevo aposento. Le parece que ella se merece los mejores chocolates. En realidad no sabe si le gustarán, ni siquiera le ha preguntado eso. Muchas cosas no le ha preguntado, porque en realidad más que preguntas, lo que tiene él para ella son nubes, música y tonteras para reís... aunque él sea el "serio" de su familia. Sabe que algo cambió la vez que ella se detuvo en la parada de buses en la entrada de su pasaje y le dijo "hola", cuando él en el acto más valiente de su vida le dijo un "buenos días" desabrido.Un par de encuentros en la parada de buses y se intercambiaron los números telefónicos

Gerardo está sentado en la acera, lentamente se come uno a uno los chocolates que le ha comprado. No llora, es raro eso de llorar, más a su edad, pero aún así no puede ignorar la bárbara herida que siente en el pecho. Todo, como todo amor de adolescencia, ha terminado demasidado rápido. 

Aquella tarde se puso su mejor camisa, se perfumó... por supuesto con el perfume de su papá... y agarró la caja de chocolates, la llevaba con la delicadeza con la que se carga a un gatito, con la rudeza de llevar un arma certera.

Ella no estaba. La casa estaba deshabitada, su teléfono suena y suena y no es contestado. Ha desaparecido. Gerardo no comprende qué ha sucedido. Ella no contesta su teléfono

Gerardo lo sabe, está jodido. A Gerardo, no le gustan los chocolates. 

Explosión jabonosa.

Flor Aragón
Relato inspirado en Magic de Coldplay

Mirándose al espejo decidió que ya estaba harta de esa imagen prefabricada de ama de casa perfecta y que estaba lista para convertirse en burbuja. 

Transparente, suave, tornasolada, pensó, mientras retenía la respiración para volverse más frágil. 
Dejándome llevar a cualquier lado cuando sople el viento, se dijo, enroscándose un poco para acostumbrarse a su nueva forma redonda. 
Brillando a la luz del sol y subiendo tan alto como me lo permita el vuelo, se emocionó, elevándose lentamente del suelo. 

Flotando imperceptiblemente, con una densidad como nunca antes me hubiera imaginado, pensó, moviéndose con una suavidad sorprendente. 
Mirando todo tan suave y lejano desde aquí arriba, reflexionó, dando una vuelta en el aire, mientras su hijo más pequeño la tocaba con la punta de su dedito índice, haciéndola desaparecer en una explosión jabonosa.

20140409

Frutas y flores

439, 440, 441, 442... Llevaba caminando cuarenta días. Y quien lo veía de lejos, pensaba por un segundo que su semblante era bíblico: andrajoso, con el cabello largo, sucio y enredado, descalzo, dos harapos cubriendo las partes que podían, amarrados con un trozo de cordel hecho de nudos y recitando salmos.

También llevaba su garganta hecha de nudos. Se sostenía con los pies sujetos a las posibilidades de seguir; pero algo debía cambiar. No podía continuar el mismo camino y bajo las mismas circunstancias.

- "Alguien dijo que para obtener resultados diferentes, había que hacer las cosas diferentes" -pensaba mientras contaba los pasos de cada pie- "765, 766, 767...¿Quién fue el que dijo eso?, ah! no importa, de seguro no estaba tan loco como yo, 768, 769, 770...".

Avanzó hasta llegar a una esquina donde el semáforo siempre está arruinado. Los chicos que limpian los parabrisas a los autos que hacen alto, suelen arruinar la caja automática para ser ellos quienes den vía y lograr un par de monedas más. se sentó sobre un muro bajo que separa el parque sin árboles del Hospital Central. Se movió con las manos para sentarse bajo la poca sombra que da un poste de tendido eléctrico sobre el muro y observó:

- 7 niños con la ropa sucia igual que la suya
- 3 perros. 1 cojeando de la pata derecha trasera
- 1 ambulancia en contrasentido con la luz roja girando y haciendo un ruido infernal
- 2 policías de la militar viendo a una anciana tratando de cruzar y sin ayudarla
- 2 pies con sandalias. Los suyos; pero sin saberlo
- 1 bolsa con fruta a la que abrazaba con dos brazos que no sabía de dónde salían

Cuando el poste de tendido eléctrico dejó de darle sobra por el ángulo del sol, saltó del muro y se internó en el bosque inexistente. No lograba recordar si los árboles desaparecieron antes o después de ese último trago de aguardiente.

Identificó el camino de piedras que habían creado para rodear los columpios de los niños en el parque y decidió seguirlo. Cerraba los ojos para seguir contando los pasos de cada pie: "987, 988, 989, 990..." y para que su cerebro le ayudara a crear árboles, los que extrañaba de la infancia, brisa, risas, el rostro de la niña del instituto que se casó con otro, cuatro meses después que le gritara borracho por primera y última vez. Rostro que confundía con el de su madre arrullándolo muchos años atrás al caer de un árbol para conseguir la fruta que ahora roba y almacena en esa bolsa que abraza. 991, 992, 993, 994...

Alguien le avisó que al seguir el camino de piedra del área de niños en el parque ele hacía caminar el círculos. Veía al guardia de la zona hablarle; pero no escuchaba sonidos, estaba ocupado oyendo la voz de su padre repetirle que era un fracasado y la niña del instituto diciendo "me caso con Rodrigo, no te quiero volver a ver".  El guardia entendió que le hablaba a una pared y tuvo la compasión suficiente para dejarlo caminar en círculos sin avisarle a los policías militares de la esquina. "Quien no está en este mundo, no puede ser peligroso", pensó guardando su escopeta.

La noche lo encontró sentado en el columpio quebrado. Estar colgando de lado le daba la sensación de tener a su madre cubriéndole la espalda  de nuevo mientras le sobaba las manos y la cabeza. El otro guardia de turno le ofreció agua y que por favor se retirara del parque o llamaría a servicio social para que lo llevaran a un hospicio o al hospital psiquiátrico, que estaba a la vuelta del Hospital Central.

Sin soltar su bolsa de frutas, le dijo "mamá no te vayás, 995, 996, 997...". El guardia lo observó en silencio intentando decidir qué problema tenía. Por radio de onda corta llamó a la base y contó lo que pasaba. La indicación fue clara: llamar a alcohólicos anónimos y que ellos decidieran qué hacer.

Varias semanas después, cuando abrió los ojos y preguntó dónde estaba, la señora con nariz de gelatina y vestida de blanco le dijo que llevaba semanas con sedante para desintoxicarlo y salvarle la vida. Que seguían estudiando su hígado por si comenzaba a fallar; pero que era buena señal que abriera los ojos y le saliera voz de su garganta quemada.

El psicólogo que tenía asignado le aconsejó hablar con sus padres para comenzar a resolver dudas y sanar dolores. Entendió que su pasado lo seguía controlando y le pareció buena idea; pero no se acordaba dónde estaban y necesitaba que lo llevaran.

El psicólogo se saltó un par de reglas para meterlo a su auto y salir de la clínica en horario de almuerzo. Antes de llegar hicieron una parada. Todavía abrazando la misma bolsa llena fruta que hoy le daba la clínica, le preguntó a su acompañante:

- "¿Para qué las flores?"
- "Para tus papás"
- "Pero ya les llevo fruta"
- "La fruta es para vos; las flores para ellos"


20140406

"Promises" - Fugazi


          Her name is Laura. She loves films. She sits every night and watch stupid films on T.V. until dawn. I mean, seriously? Watch films on T.V.? But I can’t blame her after all. What else can you do when you can’t sleep? She has seen everything and I mean everything. You name it and she’s seen it. From the cheesy prime-time flicks, the raw midnight cheap porn, the Hollywood all-audiences-allowed mainstream comedies to the independent B films produced by some artsy international channel such as Canal+ or the like. Believe me, she’s seen’em all. And when nothing’s good on T.V., she’ll watch the same film over and over until dialogue becomes her speech and soundtrack becomes her pop music. She’ll dig anything you give her. S’all the same to her. After all, she’s just another person in the audience, an all-observant audience. A quiet spectator any producer and director could ask for. 

          It’s 07:55 in the morning. She turns off the T.V. at 7 sharp everyday. She never sleeps, or at least I’ve never seen’er sleep. She gets up from the couch, takes a shower, dresses up and goes to work. She’s a waitress on a small cafe on Central Avenue, owned by some Jew or Latino for whatever difference it really makes. She’s always five minutes earlier. Every day. Five minutes. Not one more, not one less. Five minutes. She’s the first to show up. She opens up, gets inside, turns the lights on. Without a sign of being tired, without shades under her eyes, she stands there behind the counter, waiting. Waiting for someone to get inside and order anything. Now I know why they’re called “waiters”. But it’s not the waiting thing or the films thing what freaks me out, it’s the routine. God! how can she stand that eveyday act? Check-in, leave the purse in the lower shelves, wear that ridiculous green apron, clean up the tables, fix the espresso machine, and smile. Smile while she’s waiting, smile when the customers get in, smile when that creepy old dude, the shop’s owner, enters with the newspaper under his arm. The same old creepy dude, different newspaper though, and she just smiles. He wouldn’t even look at her but she smiles, the same smile, day-af-ter-day. 

          It’s fifteen past nine. I get inside the cafe and sit at the round table, the one with the flowered tablecloth by the street window. I like sitting there, you can see both, the inside of the cafe and the street. Mamma always said I was some sort of claustrophobic but I’m not. I’m just paranoid enough to sit wherever I’m able to see my surroundings. Besides, sitting there allows me to see her better. I can see wherever she goes behind the counter. I can see her waitress wait, her waitress moves, her “waitress stare”, always alert to any movement, always expectant for something to happen. 

          She walks towards the table right after I sit. She hands me the menu and waits quietly until I decide what to order. “Double espresso. No sugar,” she repeats as she writes. She writes the same everyday on her pocket-sized yellow papers. I mean, what’s the problem? can’t she remember? She should know by now what I drink, but she always writes it down. I guess she forgets, or perhaps she has to record EVERY order to account at the end of the day to that creepy old bastard. I don’t know but it seems like a waste of time to me, but hey! what do I know about running a cafe?

          Aside from the films thing and the routine thing, she’s my favourite kind of woman: long legs, thin lips, pale skin, long lashes, narrow hands, short nails, zesty smell. You just don’t see this kind of beauty in this town. It just don’t exist anymore. Everybody’s just too busy trying to be someone, trying to become something else. Trying to be better, or at least, disguising as if they were better, when the truth is they’re just another rat on the racetrack. Another cattle cow. Another sheep following promises of some sort. Perhaps that’s what I like about’er. The transparency of her movements. Her volatile silence. Her nonchalance.

          She approaches with a small wooden tray and leaves the tiny steamy cup on the table. “Thanks,” I say with a modest smile, touching her hand. “I’m just serving coffee, you can thank me but you don’t have to touch me. If you ever try something like that again, you will regret it.” she whispers looking straight into my eyes.

          Hazel eyes. For a moment, I forget the threat. All I see are her freckled lips moving up and down in slow motion. I imagine her wearing nothing but her marble-like naked body while her red hair covers her small tits, closing her eyes while she opens her legs and— “One dollar fifty.” She interrupts my daydream with the bill. I search for my wallet while she’s still there, waiting. I take out two dollars. “Keep the change,” I smile. “Thank you, but I don’t live on tips,” she says leaving two quarters on the table. “May I clean so you are more confortable?” I nod. She picks up the cup, wipes the table and walks to the kitchen behind the counter.

          I get up and follow her. “Geez, sorry, Humm? Laura?” I say after reading her name on the plastic plaque in her shirt. “I didn’t mean bother you,” I say in a sincere apology, but she’s completely ignoring me. Boy, she doesn’t know what buttons she’s pushing! If there’s something that get me on my nerves is people ignoring me. I’m holding myself not to go behind the counter when a bunch on yellow papers land on the countertop. “Why is it so hard for you to fill the reports as I ask?” The creepy old dude comes out of the office. He looks at me embarrassed. “I’m sorry you have to see this sir,” he apologises. “No problem. I was on my way. Thanks for the coffee Laura.” “Of course sir,” she says. “Don't forget your bill,” she hands me one of her yellow papers. She looks at me firmly and I know it’s time to leave. I doubt for a second since I never pick up my bills, but I grab the paper knowing something’s up. “Right. Thank you.” I say nervously. “We hope to serve you again,” the creepy dude says. I put the paper on my trouser’s pocket and get out the cafe.


. ..
To be continued.

NGB.20140406