Relato inspirado en "Know How" feat. Feist de Kings Of Convenience
Suerte que llegaron a tiempo. A las 23h49 llegaron corriendo, sin aliento, respirando alivio. Se vuelven a ver en complicidad y se entregan a las risas, rendidos en la banca. Una vez pasado el shock de que los iba a dejar el tren que los llevaba a la casa de él allí en las cercanías de la ciudad adonde es más aburrido pero más barato, pudieron retomaron la plática que habían empezado.
Una misma conversación se dividió en días, noches, aposentos, viajes. La plática comenzó una noche que empezó teniendo cara de día normal, común y corriente; pero fueron las manos de estas pláticas que deformaron el encuentro. Como títeres, fueron envueltos y caminaron juntos en dirección a una aventura con risas suavizadas por suspiros de deseos. ¿Qué es esto, por Dios? ¿Qué hacemos? O, bueno, dejemos que las cosas vivan, quitando las preguntas del camino. De todas formas el amanecer se encargó de callar las voces y soltar las manos.
"Dejá de morderte las uñas", dicen otras voces que interfieren como tijeras con tu estado de ánimo, interrumpen los nervios del duelo, el olvido, el final del último episodio que no queremos que acabe. ¿Y qué si las manos sueltas quedan inquietas? Sudan en el lapso intermediario entre voces y manos que se tocan. Sudan y crean, producen dispuestas a llenar el vacío de los deseos. ¿O será el hambre de los malos hábitos? La falta de sueño te endulza el oído, enamorándote del tiempo abstracto y la rebeldía del cuerpo, de la apertura para que tu mente viaje y dude. Algún día quizás, y quizás no ellos, no juntos, vivirán de nuevo de risas suavizadas por suspiros de deseos.
Pero el correo hace trampa, trayendo a las palabras a que se besen de nuevo. Y se devuelvan los besos, como un juego de verano, sin reglas como promesas. Solo es el contacto, la correspondencia, mensajes... hasta que se vuelve un trampolín y se da el salto a un poco más lejos, más hondo, sin decirte cuán lejos es lo seguro, sin salvavidas. "El lenguaje como facilitador de las oportunidades", dijo un filósofo que no existe.
Ella era la joven de camisa blanca y suéter negro, una silueta conocida que no habla de sus expectativas. Sí, la que está de pie a la par de los teléfonos públicos, en la estación de tren a la que arribó desvelada. Ven, vamos por acá; y se llevó su maleta y ella se regó el café encima. ¡Malditos los vasos desechables! Y qué bueno que las manchas de café se quitan. No pasa nada; siguieron adelante, aterrizando en la playa con música clásica que suena en la cabeza como banda sonora de un prólogo que antecede crónicas de momentos valiosos.
Las palabras no habían desmejorado con el tiempo que había pasado. Parecían haberse abierto y convertido en una sala familiar particularmente bohemia y cómoda, al estilo de identidades que se compenetran al punto de crecer a menudo hablan. Más, más y mejor. Fueron colgando los cuadros de las conclusiones que hacían, imágenes en acuarela de la secuencia de conversaciones. Uno, dos, tres, cuatro, cinco días de una burbuja de acuarela que no dejaba ver limitantes. ¿Qué pasa después? ¿Cómo se vive la implosión de sentimientos y de ganas? ¿Dónde, en la línea del tiempo, están las últimas palabras con ternura y las primeras con desdén?
Rendidos en la banca esa última noche, él le pido que le siguiera contando de todo esto que ella producía. Que era por él, le dijo; que se leyera en esta prosa incierta.
No pasó a halago y no le devolvió el cumplido ni el compromiso. Nada más dio medio vuelta, giró alrededor de la conversación, haciendo un nudo que decía que él solo quería que se la pasaran bien y no pasaran de pasarla bien. Chocaron los límites de él con las ganas de saber más, de quedarse hasta el final. De allí partieron para avanzar hacia el día siguiente en retroceso.
Eran más las palabras y fases de la confusión que nadaban adentro de ella que las cosas que se dijeron. Retomaron una conversación que habían empezado pero ya la habían terminado. Era una huésped y su bienvenida se estaba venciendo y la noche estaba creciendo. Cerró los ojos, le dio la espalda. Los iba abrir e iba a ver la estación y los teléfonos públicos que conoció en la ida, ahora en el regreso.