Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160121

Nombre para un recuerdo


Relato inspirado en
Gypsy de Fleetwood Mac




Anoche soñó conmigo. Sé que está tejiendo memorias y esperanzas futuras con los hilos de lo que le queda de mí. Me tiene allí, anclada en su mente y a la vez muy lejos de su conciencia. Cuando despierta, soy un poco más que un vago recuerdo o un pensamiento difuso y nuestros subconscientes son como dos amigos que se saludan el uno al otro desde las esquinas de un cuarto grande. Allí estoy. Casi invisible, pero allí estoy.


Es de noche otra vez y se prepara para ir a dormir. Se acuesta en su cama y poco a poco se borra esa avalancha de cosas que carga en su mente para dar paso de nuevo a mi persona. Me voy dibujando de nuevo a medida se va quedando dormido y es entonces cuando toma mi mano.


Abre una puerta oscura y hermosa para llegar a donde estoy. Reconozco esa puerta: es la de la casa que casi compramos antes que yo muriera. Lo veo como una entrada a los recuerdos que tiene de mí, una barrera que separa a lo que queda de mí dentro de sus pensamientos mientras está despierto y que a la vez crea un santuario para que estemos juntos.


Allí es donde hablamos. Me habla y yo escucho atenta todo acerca de sus fobias, sus miedos y sus arrepentimientos, sus triunfos y sus nimiedades. Solo puedo decir todas aquellas cosas que le pude decir mientras vivía. Casi siempre, son cosas relevantes, que tienen sentido. A veces no tengo nada que decir que se ajuste a lo que habla y solo me limito a acariciar su frente, delineando con mi dedo la cicatriz que le dejó el accidente en el que perdió también mi cuerpo. Se estremece de frío cuando lo toco. Es algo que le recuerda que esto no es real para él y ambos lloramos. De vez en cuando se despierta empapado de sudor y lágrimas, con el corazón angustiado.


Me amó mucho más de lo que se permitió amar antes. Incluso ahora, no está seguro si tenía esa capacidad de amar o si yo lo empujé a eso. Pensó en mí durante su hora de almuerzo. Siempre lo hace. Yo le preparaba almuerzos y le dejaba notas azucaradas. Guardó la última en su mochila y la lee antes de comer. Hoy vio la nota arrugada y la dejó doblada en cuatro partes. Abrió apenas la puerta oscura otra vez y me vio a los ojos para cerrarla luego. El corazón le dolió. Lo pude sentir. Me asusté y me apoyé en la puerta, confundida. Me puse a esperar a que se durmiera.


Cuando se durmió al fin y abrió la puerta, me encontró nerviosa y tan llena de energía que casi abrí la puerta sola. No podría hacer eso. Imposible. Me muevo en su subconsciente pero no tengo autoridad sobre su mente. Tampoco quisiera eso. No quisiera hacerle daño. Su mente es tan delicada...


Me llamó por mi nombre. Su voz es tan tenue que apenas lo escucho. Lo veo casi tan nervioso como yo. Le pregunto como estuvo su día, con las mismas palabras que usaba cuando llegaba de trabajar. Intento ignorar ese miedo que crece a cada segundo. Me  dice que debemos hablar y está llorando. Lo veo y hago lo mismo que hacía cuando lloraba: beso sus ojos. Luego espero y suspiro. Me dice que necesita que yo sepa que siempre me ha amado y que me ama más que al aire que respira y luego me explica que siempre tendremos este lugar para los dos. Me dice también que ya no podrá venir tan seguido como hasta ahora. Se ahoga un poco con sus palabras y respira profundo antes de continuar. Finalmente me cuenta que conoció a esta mujer, que seguramente a mí me caería bien. Dice que sabe que da igual, porque yo siempre encontraba algo bueno en los demás. Se ríe a medias y el sonido me parece agridulce.


No estaba esperando esto. No tengo palabras de nuestra vida juntos para este momento, así que digo algo que dije en mi cumpleaños número 27 para expresar mi sorpresa. Dice que lo entiende y me promete siempre venir a verme, insiste en decirme que necesita que yo sepa lo mucho que me ama.



Le digo que también lo amo. Si tuviera un corazón, en este momento estuviera en pedazos.


Me explica que se quedará conmigo hasta que despierte y me suplica quedarme con él, dice que no es necesario que diga nada porque ya es tiempo de una vida nueva y palabras nuevas. Me pregunta si lo comprendo. Le digo que sí y guardo silencio. Nos quedamos así hasta la mañana siguiente. Por mi culpa se despierta tarde y llega con retraso al trabajo. Cierra la puerta y me acuesto en el suelo, sobre la alfombra que habíamos escogido para la sala, todo dentro de su delicada y hermosa mente que no quiero tocar.


Pasan los meses.


Se casa con ella. Un día entonces abre mi puerta y la puedo ver. Se ve radiante como el sol en su vestido de novia. Me alegro por ella porque sé que él tiene todo para ser un esposo maravilloso. Casi fue mío. Después de eso, me ve cada vez menos. Cada vez que abre la puerta estoy más transparente, soy menos yo hasta que un día la puerta se cierra y de mí no queda nada más que un trozo de papel doblado en cuatro partes en las manos suaves y abultadas de una mujer esperando a su bebé.



Ella pregunta por el papel y él se acerca mientras la nota cae de una vieja y polvosa mochila que estaban apartando para una venta de garage. Cierra los ojos y lo veo en mi puerta. La abre y entonces están la alfombra, el olor de las gardenias mojadas, mi perfume favorito y los melocotones, pero yo ya no estoy allí. Intenta con todas sus fuerzas atraerme hasta allí, excavando en lo más profundo de sus recuerdos; pero no logra encontrarme. Al fin, abre sus ojos. Le cuenta a ella que la nota era mía, que le dejaba muchas como esas con sus almuerzos.



Ella queda fascinada con mi nombre y le dice que le parece lindo para su hija. Decide que se llamará como yo y se acaricia el vientre. Dentro de ella, dos pequeños pies dan su aprobación. Ambos se ríen y yo suspiro una vez más.

20160118

To the gyspsy that remains















No le vayan a contar a nadie esto, pero desde siempre he tenido por seguro que en mi vida anterior fui gitana... Mi mamá me lo repitió toda la vida desde que, a los 5 años, bailé la Danza Húngara #5 de Brahms en el kinder con pandereta, botas negras y corset.

Así que digamos que esta canción es un homenaje a la gitana que fui o que sigo siendo de alguna forma y un homenaje a esta increíble canción escrita por Stevie Nicks para Fleetwood Mac.

20160117

Ángel de la guarda, dulce compañía.

Relato inspirado en Golden Years de David Bowie.

El un dos tres para mí y para todos mis amigos suena lejano y ella se escurre entre las sombras, en las gradas que, a sus diez años, parecen más interminables que las vacaciones que se alargan más de lo esperado. Y ojalá que no, que nunca acaben mientras la luna se esconde entre los palos de almendras que dejan caer hojas y frutas como si fuera el final del mundo o por lo menos de una época que no entiende y se le va entre los deditos largos y delgados que alguna vez le dijeron que parecían de pianista, pero que no pudo ser pianista ni podrá porque de dónde van a sacar pisto los papás que apenas le pueden pagar el colegio privado de tercera categoría. Todos sus amigos, todos los bichos de la calle, van a escuelas públicas y los papás les queda para comprarles zapatos chivos y de esas camisetas de moda, pero ella se tiene que conformar con los vestidos de algodón que le cose su mamá todos los fines de mes. El un dos tres para mí y para todos mis amigos suena por allá otra vez y según sus cuentas ya solo queda ella y otro más por ser descubierto. No le gusta ser la última. Esa posibilidad de ser quien los salve a todos o ser la condenada a contar y buscarlos a todos luego; la mata. Mejor ser la que llega penúltimo y puede ser salvada. Mejor. Baja hasta el centro de las gradas para ver cómo están las cosas con el vigía, cuando arriba, en la parte más oscura se escucha un ruido de hojas secas, el ruido viene acompañado de una sombra que se mueve sigilosa. Ella se mueve hasta la orilla en donde está más oscuro. Está muy lejos de los demás y se la atora algo en la garganta. Ya la mamá le ha dicho que no se vaya tan lejos cuando juegan escondelero, mucho más si son más de las nueve o diez. Se enrosca envolviendo sus piernas con sus dedos de la pianista que nunca será y repite la única oración que recuerda en ese momento ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. Ni de noche ni de día. ¿Qué sigue? Y el qué sigue se le va con el alma cuando el dueño de la sombra y la figura se mueve unos pasos más hacia ella. Clau, clau... Es el Roberto, el del final de la calle, el hijo de la profesora de inglés de su colegio privado de tercera categoría. Shhhh, ¿qué? Nos van a descubrir.  Roberto tiene once años y una bicicleta nueva solo para él. Tenía un hermano también, con el que seguramente hubiera compartido la bicicleta, pero lo mandaron para los Estados. Se andaba metiendo con los bichos esos que andan armando no sé qué relajo en la iglesia. Un relajo raro, seguro, porque uno desapareció, y a los otros los sacaron del país... O desaparecieron también, a saber. Clau, clau. Shhhh, ¿qué querés? Que tenía ratos de querer decirle algo, le dice. Pues, no decirle. Pedirle. Luego del susto, ella sigue en su puesto de vigía, esperando a que el otro se descuide, salir corriendo y dejar al Roberto a que sea el último. Por menso, por andarse metiendo a querer decir o preguntar cosas en los momentos más estratégicos de la vida. ¿Qué querés, pues? Puráte que en ratito salgo corriendo, allí quedate si querés y los librás a todos. Que ella es bien bonita le dice, que todos en la cuadra se dan cuenta que es bien bonita y pues, que él le hubiera dicho antes, pero que el Jaime se le adelantó. Ella abre tremendos ojos y piensa en Jaime, Jaime colocho y chele y de trece años, con dos hermanas menores con las que juega barbies los fines de semana. ¿Jaime? ¿Qué quiere Jaime? Que lo mandó a preguntarle si quiere ser su novia, le dice. La novia de Jaime, pues.

No, le dice. Que le diga que no.

Y el NO suena con una bomba que hace iluminarse parte del cielo, los gritos de todas las mamás llamándolos desde las casas, el barullo de niños corriendo asustados y las balas que se cruzan de un lado al otro.

20160116

La luz

Relato basado en Space Oddity, de David Bowie




Ilustración: Otto Meza




Día 1
¿Dónde está mi traje? ¿Es este el ajuar de la muerte, una desnudez fría? Es posible. Llegamos al mundo vestidos sólo con nuestra piel y la tibia viscosidad remanente del vientre de nuestras madres. En cambio, ahora tengo frío.

Día 2
Quiero moverme pero mis músculos se han vuelto plomo inmóvil. ¿Serán mis músculos? ¿Será que este cuerpo nuevo es así, helado e inamovible? Nunca imaginé así la muerte, la conciencia presa por siempre en el cadáver mustio que irremediablemente volverá a ser polvo... Pero no puede ser. Mi cuerpo material debería estar aún vestido, sí, debería tener mi traje, no hay modo de que fuera diferente.

Día 3
Me pesa pensar. Apenas logro ver. Todo es blanco aquí, tal y como lo pensé. La luz era blanca, blanquísima, me envolvió, me cegó. Estoy sobre una cama, quizá una mesa, o simplemente una plataforma de algo que parece metal. Creo que por eso tengo frío todo el tiempo. Lo que no me explico es esta alternancia entre conciencia e inconsciencia, este ir y venir entre recuerdos de mi colorida vida en la Tierra y este blanco despertar en ¿la muerte? Ya no sé, ya no estoy tan seguro.

Día 4
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que flotaba en el espacio? Recuerdo la angustia que me invadió cuando veía alejarse la nave, la opresión en el pecho, el galope de la ansiedad en mi pecho. Y luego, la luz. La paz que me dio esa luz me hizo suponer que, después de todo, estuve equivocado todo el tiempo y sí hay un dios, sí hay algo más allá, y que la muerte no es el final de todo. Pero ahora todo es confuso. Extraño las estrellas. Siempre fueron la única constante en mi vida. Desde el hueco del techo de la granja cuando me escapaba al cobertizo, desde la ventanilla del auto en los largos viajes con mi padre, desde las noches de desvelo en el tecnológico. Ellas, siempre ellas, y ese inexplicable anhelo por ir siempre más lejos. ¿Valió la pena? ¿Habrá algún  legado en mi sacrificio, más allá que una escuela que lleve mi nombre?

Día 5
La Tierra luce particularmente bella desde el espacio. Aquella es una visión sobrecogedora. Nos hace sentir pequeños, ínfimos. La vista de las estrellas lo es más aún, y aunque el rigor científico y mi natural escepticismo siempre me hicieron dudarlo, ahora creo que no estamos solos. Al menos yo no. No estoy muerto, pero no sé por cuánto tiempo más sea así. Supongo que una vez obtengan lo que quieran no les seré más útil y deberán desecharme. O querrán diseccionarme. La curiosidad con la que me observan me hace pensar que soy el primero que ven. ¿Será que no han llegado realmente hasta la Tierra? ¿No les atrae visitar esa peculiar esfera azul en un sistema planetario más bien muerto? Quizá no, quizá sea mejor así.

Día 6
No sé dónde floto ahora. Sé que no es aire, no es una cámara sin gravedad. Creo que es agua. Trato de entender cómo respiro en este líquido y sigo vivo y alerta de todo lo que pasa. Nunca me gustaron los acuarios, y ahora me observan como a uno de tantos delfines que soñé liberar en las visitas a Miami durante las vacaciones veraniegas. Me observan y los observo. No han intentado hablar conmigo, y yo no tengo intención de decir nada. Espero que me tomen por un bruto, por un espécimen de una raza radicalmente inferior a la que no vale la pena conocer. Mi única preocupación en este momento es la nave. Podría haber rogado al dios en el que creí brevemente que no encontraran mi nave.  

Día 7
Me han devuelto mi traje. Ha sido un alivio no padecer más de frío. Sigo inmóvil, de espaldas en la plataforma en la que desperté el primer día. Qué curioso que yo siga pensando en términos de días. No sé cuánto tiempo he estado aquí y los conceptos de días y horas de la Tierra no tienen ningún sentido. Mi equipo no funciona. Nada. Supongo que estas criaturas me han vestido por alguna consideración para con mi dignidad. Me río de mis propios pensamientos. No me han dado mejor trato que el que le daríamos a una chinchilla en un laboratorio de la tierra. Debo seguir siendo la chinchilla, uno no piensa que las chinchillas representan algún peligro ni considera siquiera la idea de aniquilar a la población completa de chinchillas.

Día 8
Abro los ojos y siento la brisa en mi rostro. El inconfundible olor del campo recién segado. El sol no me deja ver bien pero escucho a mi madre hablándome. "¡Qué bien lo has hecho! ¡Eres famoso ahora!", me dice. "Los periódicos no han dejado de llamar y tu padre refunfuña con cada solicitud de entrevistas". Me paro con dificultad, camino hacia ella y la abrazo, la aprieto, siento el olor a galletas de su cabello, el dulce roce de su delantal de algodón crudo. "¿Madre? ¿Cómo es posible?". Y lloro, lloro de felicidad y de alivio.

Día 9
Me duele el cuerpo. Las fantasías y los sueños vívidos durante los periodos de coma a los que me inducen son cada vez más reales, ahora dudo de mi cordura. Estoy en lo que creo es una celda. No hay puertas ni ventanas, qué maldita obsesión con el blanco. Pero me dejan moverme, puedo caminar, puedo tratar de explorar. Doy vueltas, recorro una y otra vez aquel confuso espacio sin formas particulares. Más bien pareciera que cambia para aumentar mi tormento. Finalmente abren la puerta y me ven. Les grito, les exijo saber qué quieren, les llamo cobardes, lloro, les pido que me maten. Luego un sonido fuerte y la nada. La nada.

Día 10

En la inmensidad de esta plataforma mi nave no es más que una pequeña y delgada lata. No sé cómo desperté acá dentro. No veo a nadie. No veo otras naves, solo la plataforma y, al final de esta, una esfera negra que pone fin al desesperante blanco, al maldito blanco de este lugar. Ese pequeño trozo de espacio me llena de alegría, puedo huir, puedo flotar entre las estrellas, puedo quitarme el casco y terminar con mis miserias. Quizá eso quieren. No me han matado ellos mismos pero saben que no duraré mucho allá afuera. Qué poco saben de los humanos. La muerte en libertad. La prefiero con creces sobre la vida como su conejillo-de-Indias-cautivo. La nave funciona.  ¿La han reparado ellos mismos? Se abre una puerta y los veo allí, pálidos y altos, inexpresivos, observándome. Un zumbido y se aparta el techo de la plataforma. Un segundo zumbido y mi nave comienza a flotar. Pruebo los controles y todo está bien. Me miran, sus ojos negros me retan, se preguntan si me atreveré. Y sí, claro que me atreveré, me atrevo, enciendo propulsores y salgo. Voy hacia la nada y, sin embargo, jamás fui tan feliz. No se me cruza siquiera la más mínima esperanza de volver a la Tierra, pero no me importa. Las lágrimas recorren mi rostro mientras un sonido de estática interrumpe la celebración de mi recién recuperada libertad. "Control de tierra al Mayor Tom, ¿nos escucha, Mayor Tom?". 

20160115

Amir y El Ojo



Relato Inspirado en
Under Pressure de David Bowie y Queen


Amir entró a la cámara con cuidado, le daba miedo poner los pies en un lugar tan sagrado. Pocos como él podían atreverse siquiera a asomarse. Había algo en el aire que lo ponía nervioso. No sabía si eran los cánticos, el incienso o el constante murmullo de los monjes recitando los nombres de los viejos reyes. Había poca luz, pero la suficiente como para poder ver el movimiento de sus pies. Respiró profundamente para sentirse vivo. Su nariz no lo engañó: a lo lejos sintió un suave olor a flores de altar y más cerca, casi pegado a su nariz, el penetrante perfume del incienso, con su dulzón rastro a madera quemada a fuego lento. El suelo de madera pulida crujía a cada paso y solo pedía que esto no fuera el llamado final o un castigo. Que recordara bien, no había hecho nada que llamara la atención de su Regidor. Nunca había tenido ninguna razón para entrar a ese lugar ni hablar directamente con El Ojo. Los Regidores se dedicaban a dar órdenes y repartirlas entre los Pastores como él. Esa mañana había despertado deprisa y no esperaba que fuera para eso,



Justo estaba tomando su ración diaria cuando fue llamado por su Regidor. Era de por sí extraño verlo tan temprano, aun más raro que lo llamara por su nombre y todavía más inusual que le dijeran que El Ojo quisiera verlo en persona. Nunca antes lo habían volteado a ver y de inmediato supo que algo no andaba bien. Con un grito le ordenó levantarse y terminar de comer.

"El Ojo quiere verte. ¡Ya! ¡Es una orden!"



Podía ver la rabia en su cara. "Definitivamente, algo no anda bien", pensó. Luego el Regidor se esfumó antes que pudiera seguir Amir pensando en qué preguntarle.



Lo pasaron por el corredor del templo y rápidamente olvidó que no quería hacer ruido con la madera del piso. A su espalda, una enorme puerta de metal se cerró con estruendo y alcanzó a oír un cerrojo pesado encajando en su lugar.


"Eso es. Ahora sí podemos hablar con tranquilidad." Era la voz de El Ojo. Se oía por todas las esquinas del cuarto y llenaba todo. Podía sentir cada gota de sudor en su frente. Se sintió pequeñísimo, no era nadie para estar allí.



"Amir. Entra. Pasa."

Amir balbuceaba. Era una mezcla de admiración y terror.

"Eehh.. Sí señor. ¡Señora! ¡Señor!" Así era como le habían enseñado a dirigirse a sus superiores. No sabía si El Ojo tenía género. ¿Era hombre o mujer? ¿Qué o quién era El Ojo? No sabía. ¿Para qué lo querría? No sabía.

"¿Me necesitaba?"

El Ojo ignoró la pregunta.

"Serás el nuevo Regidor de tu clan. Tu Regidor ha sido enviado a otro lugar donde pueda servir mejor."

Amir no lograba contener su asombro. Finalmente, logró escupir la pregunta: "¿Por qué? ¿Por qué yo?" Hubo silencio un momento.

El Ojo logró mostrarle a Amir una imagen en su mente. El anterior Regidor trasegaba información con otro clan. Era un espía. O al menos eso le pareció, porque lo logró escuchar sonido alguno. Eso pareció haber pasado durante las celebraciones de la Reconciliación. 

Tragó saliva y se atrevió a decir: "El Regidor mentía." Siempre había tenido un don especial para encontrar personas difíciles y saber qué las hacía vulnerables. No era un guerrero, sino un buen observador. Defenderse era algo que había tenido que aprender a la fuerza. De otro modo, no hubiera podido sobrevivir entre sus siete hermanos y hermanas.



"Es por eso que tu antiguo Regidor no es de mi confianza. Has sabido llevar a tus rebaños a buen destino y reportar todo. Sabrás mantenerme bien informado, aun de aquellas pocas cosas que se me escapan y no logro ver. ¿Quién sabe qué más no me contó?"


Hasta ese momento, la conversación había sido monótona. Imaginó que a El Ojo le importaba más que le reportara la verdad y no sus dudosos talentos para arrear ovejas perdidas. Siempre había creído que El Ojo lo veía todo. Supo entonces que había estado equivocado. Escuchó cambiar de tono su voz, sintió como comenzaba a hablar con tristeza.

"Amir."

Lo interrumpió: "¿Qué es todo esto? ¿Usted?"

Hubo de nuevo un silencio incómodo.

 "Solía ser humano."

El corazón de Amir dio un salto. 



"Fue hace mucho tiempo. Solía ser un hombre, como tú. Lleno de vida, llevaba mi mensaje a todos. Tenía un cuerpo de carne y hueso, como tú. Construí una máquina para verlo todo. Sacrifiqué un ojo para eso. Fue mi mayor creación, la fusión perfecta entre arte y ciencia. Vertí mi mente y mis ideas en la máquina para vivir para siempre. Luego vino la guerra, esa competencia entre otros como yo para hacerse notar. La Gran Purga, como te enseñaron. Y ya no solo perdí mi ojo, sino también mi cuerpo. Todo se perdió: la sociedad que amaba en mis tiempos, los colores originales del mundo, las canciones de nuestros abuelos, las verdades que todos llevábamos escrita en la piel, mi ojo que veía las cosas de afuera. Solo me quedé con el ojo que ve las cosas de adentro. Es por eso que necesito que todo lo que me reporten sea verdad. ¿Entiendes la urgencia ahora?"



Amir suspiró y preguntó de nuevo. "¿Y para qué necesita saber tanto de todo?" Sintió que la pregunta era tosca, pero cumplía son su propósito.



"Eso es más simple. Es sencillo. Es para ayudarles a reconstruir este mundo."


Amor normal

Relato inspirado en "Modern Love" y en homenaje a David Bowie, porque a pesar de todo, como le pasó al inglés, yo también creo en el amor.


Cada mañana se levanta tempranito, se baña y jala con todo y la mujer y el hijo, el día de trabajo les espera. Ella va a atender el puesto para llevarle a los transeuntes agua y dulces, también va a cuidar al crío, él va a subirse a un montón de buses a vender dulces. Se llama Roberto, le dicen "El Grumpy".

- "Buenos días a todas las personas que abordan esta unidad de transporte, este día les paso a poner, hasta la palma de su mano, este delicioso y exclusivo chocolate jerchi, que le viene con lo que es almendra, maní y chocolate, usted se estará preguntado cuál es el valor de este sabroso chocolate, déjeme decirle que en todo supermercado o tienda de conveniencia usted cancela cincuenta centavos de dólar, pero a mi no me va a cancelar cincuenta, ni cuarenta, ni treinta centavos, usted puede disfrutar de este chocolate por solo una cora. Es de esta manera en que me gano el sustento de mi familia cada día, demostrándole así a muchos jóvenes que es posible ganarse la vida honradamente sin venir a exigirle dinero o faltándole el respeto con sus pertenencia. Pasaré a por cada uno de sus asientos por si alguno desea llevar este sabroso chocolate jerchi."

Antes de subirse al bus regañó a su hijo, como que comprendiera cada una de sus palabras le dijo "por esas culeradas si te voy a verguiar", mientras se refugiaba entre las piernas de su mamá, ella le dijo que no lo regañara, la regañó a ella... "cuando se haga marero a los dos nos va a matar, no quiero que él sea así". "Exagerado" le dijo ella.

...

Cuando se acompañó tenía solo 15 años, ahora tiene 17 y un niño de año y medio. No le importó que su nana le dijera que no se fuera con ese muchacho, que se dedicara a sacar siquiera bachillerato en el instituto. No sabía su nana que estaba preñada, nunca lo supo, se "le vino" el niño cuando tenía tres meses, pero Roberto si la quería de verdad, no la dejó, se quedó. Le dijo cuando salió de maternidad - "vaya mija, hay que buscar trabajar de algo".

En sus días más afortunados vende hasta 40 dólares de dulces y bolsas de agua, está curtida por el sol y el pelo morucho se le ha puesto claro de tanto aguantar sol, la parada de buses de metro es su segunda casa, su hijo solo conoce ese lugar y la casa de su abuela como lugares para quedarse, día tras día. Ya ha pensado en vender otras cosas, como verduras o ropa, pero el pisto nunca alcanza para saltar de rubro. Se llama Yamileth, le dicen "La Curilera". 

...

Los días son duros en el mundo de los vendedores informales, son una estadística en el comercio de El Salvador y un titular habitual en los periódicos, en especial cuando al alcalde se le ocurre que los va a reubicar, también cuando los malos de la película los matan, por renta o porque vieron algo que no debían o dijeron algo incorrecto o pasaron por donde no debían. La vida es difícil, pero al menos ellos se tienen amor, un amor tan normal. 

...

Esta mañana mataron a "El Grumpy", un pasajero paranoico le dio un solo balazo en el estómago, dijo que lo estaba asaltando. "La Curilera" lo está llorando mientras espera que lo reconozca medicina legal, alguien le soltó la  noticia sin anestesia, dejó al niño encargado con su vecina, la señora que vende lotería ahí en la misma parada de buses. Ni ella, ni su hijo leerán lo que dirá la nota al día siguiente, que lo mataron por delincuente. Menos mal.


20160113

Closing time



patrones 




Deberían bajarle la intensidad a la luz, está demasiado iluminado. Carol parpadeaba más de la cuenta y sentía que un ojo le lloraba, mientras los demás también parecían no estar del todo cómodos bajo el resplandor del candelabro, además de que se sentía que eran muchos. Al mismo tiempo, así son las fiestas al principio, ¿o no? A Carol siempre le había parecido que el inicio de una fiesta empieza con cuerpos tensos e incómodos y conversaciones casi estériles. A medida se van vaciando los platos de boquitas, las personas se relajan y las lenguas se sueltan. ¿O es solo su impresión? Con alguien había recién tenido esta plática sobre la pasividad del principio de una noche, pero... ¿Qué importa, de todas formas? Andaba de un buen humor particular: era un día de esos en los que todo y nada le importa, y se la puede pasar bien donde sea. Al paso que iba, iría a bailar rock alternativo, como "Closing Time", encima de una mesa, poniéndole cuidado a no enseñar los calzones rosados que andaba esa noche, justo debajo del algodón negro de su vestido. A pesar de la luz y el amalgama de caras medianamente conocidas, no dejaba de animar el ambiente, conforme se le acercaba a todos. Carol no baila, pero hacía pasos de baile por intervalos e iba saludando a cada uno de los invitados con un comentario astuto e íntimo, diseñado a la medida de recuerdos específicos. Habían pasado varias canciones y un par de copas del vino que le tiñe sus labios secos de morado cuando se encontró a Eduardo, en compañía de su prima. Hola, Eduardo, ¿cómo estás? ¡No sabía que ibas a venir! Pero claro que él iba a llegar, si es íntimo de Claudia, su prima. Carol no se imagina de dónde o cómo se forjó esa amistad entre Eduardo, el primer exnovio, y su querida prima, una hermana. Carol siempre se mantuvo a una distancia prudente, hasta que de pronto venía este pedazo del pasado a sentarse tan cerca de casa, tan íntimo de su prima, y reían juntos de alguna cosa que ambos recordaban. Cuando se demuestra en público una afinidad pasada, en forma de chistes teñidos de “tenemos ratos de no hablar”, la mesa entera participa en este juego de morbo, pues ellos se tuvieron algo, parece, y allí están hablando, miralos. No sabés, Eduardo, lo que encontré la vez pasada; sí, ese mismo DVD, ya nunca te lo devolví. Y así suena la no-inocencia, a un recuerdo de un concierto que alguna vez significó algo, pero ya no significa nada. Delante la fiesta, un aglomerado de testigos bajo luces que empiezan a suavizarse, no está pasando nada, son Carol y Eduardo, y la conexión existe solo a través de Claudia. Son educados, no son cercanos, no son más que caras conocidas que evidentemente tenían los mismos gustos musicales. Es debajo de esta lectura que Carol no deja de preguntarse una serie de cosas que jamás lo alcanzarán, que cómo decirle, que si será que se acuerda, cómo es que no sabe que ahora todo esa música le da igual, acaso se imagina lo que ella lee o no lee, acaso hablan, acaso son palabras; no son palabras, es vacío, no tenemos nada en común, ojalá no fuera amigo de Claudia, acaso le importa, qué diablos le importa, lo habrá repetido, será solo conmigo, qué dicen las demás, no creo que sepa no creo que entienda; que me diga algo, que me diga que entiende, que me pida perdón, que se aleje, ¿qué quiero que entienda? A Carol nunca nadie la había tocado, pero tampoco había querido más de la compañía de alguien como con Eduardo. Quería más que nada que esas tardes, que se perdieron con su adolescencia, tuvieran el tinte, el mismo color, que las películas que había visto. Se mezclaban en su cabeza The Virgin Suicides con Say Anything y subyacían las letras de canciones que cantaba desde la infancia, por supuesto que sabía de la vida, pero al mismo tiempo no entendía, solo no dejaba ir las ideas que perseguía y que arrastraba para que aterrizaran en él, en lo que creía saber de él, dándole vuelta a las palabras que le decía. Debe ser que no podemos hacer más que esto, vernos, escondámonos, veámonos. Y nunca la tocó, se quedaban allí en los labios y se sentía segura y confiada, allí en sus labios. Un poco más y se paraliza, ignorante, y Carol no lo puede describir. Nunca había sentido deseo de que alguien la tocara, pero tampoco había querido la compañía de alguien, no así. Desde el momento en el que le bajó el calzón y se le acercó, llevando en sus manos un poco de aquella ignorancia, Carol se sintió ajena y fuera de sí. Efímero pero prolongado. Esto no puede estar pasando, ¿qué está pasando? Y fueron años después, sin Eduardo, cuando Carol se sintió lista y podía hablarse a sí misma sobre placer y deseo, un poquito. Un trago más de aquel vino y con la copa vacía, Carol le había seguido la plática a este nuevo Eduardo, el que es mayor y que no tiene ni una marca de aquella relación con lagunas que Carol no ha llenado. Todo está muy bien y a Eduardo le da mucho gusto ver que ella esté bien, deberían verse más seguido. Deberíamos hacer algo algún día, ¿verdad? Con un intercambio de sonrisas, le dicen al público que se llevan bien y que nunca ha habido nada malo, nada grave, nada íntimo entre esas dos bocas. Y es mejor así, sin que Carol desee más que el se acerque y entienda, si se convirtieron en cuerpos aislados que se dejan llevar por motivaciones muy incompatibles. En esas corrientes opuestas, vendrán momentos que sumen y llenen lagunas.

20160111

Carta blanca



Un brindis por las buenas decisiones.



Relato inspirado en
Closing Time de Semisonic




Aprendió que la paz en privilegio de reyes. En su vida existían solo el caos, el desorden, las imágenes perdidas de una realidad que nunca fue. En la cochera tenía todas sus cajas llenas de ilusiones, de recuerdos de viajes, de ropa tres tallas más pequeña, de tiempos más felices. Junto a los zapatos de veinteañera estaban los jueguetes que había comprado ya siendo adulta. Los iba a coleccionar. Comprobó al verlos que todo había cambiado y nada era para bien. Ya no eran cuatro, ahora eran tres personas los fragmentos de otra. Intentaban en vano remendar lo que sabían que nunca había existido, aparentando ser la familia que ella hubiera querido tener. 


Ella ya no era la misma: sus metas habían cambiado, había dado paso a una vida menos pomposa y ya con ambos pies sobre la tierra. Era ínfima. Ya no iba a ser abogada, ni magistrada o fiscal, ni jueza. Apenas podía dirigir su vida sin estrellarse y volverse polvo... ¿Cómo pensaba ordenar entonces la vida de otros? Esas noches largas llenas de horas extra para cerrar el mes sin saldo negativo y las salidas a deshoras con otros tan desilusionados como ella eran solo formas de matar el tiempo. Le daba igual porque seguía estando a la deriva y no encontraba ninguna forma de cambiar eso. Cada mañana era igual a la anterior y solo esperaba que hubiera algo que rompiera su rutina; algo que la hiciera sentir que todo había valido la pena. Vivía en carne propia la estupidez de haber llevado una vida de ese mal-llamado "trabajo duro y honesto", se comparaba con otras más tramposas que habían resultado ser exitosas, no como ella. Tenía venticuatro y cargaba con el peso de cientocincuenta y siete años de fracasos en total. Los venticuatro propios, los cincuenta y cinco de él, los cincuenta y seis de ella y los veintidós de la otra. Se miraba envejecida en plena juventud. Eran demasiado la envidia, la amargura y el rencor.


Pensó que vivir sola sería la solución a todos sus problemas. Sus fantasmas la seguían: fieles al final de cada quincena para recoger lo que hubiera quedado de su esfuerzo. Contaba con los dedos de la mano (y le sobraban) las razones para seguir intentándolo. El escenario era distinto, pero la obra seguía siendo la misma. Nada era suyo, todo cambiaba de manos en una fracción del tiempo que había invertido en conseguirlo. Lentamente, se le iban consumiendo las ganas de vivir. No tenía nada que la impulsara.


La rabia iba guardándose en su alma. Gota a gota, iba llenándose de algo bastante parecido al odio. Llegó a preguntarse si era una persona cuerda: nadie podía tragarse tanto y salir ileso, pensaba. Quizás su límite estaba mucho más lejos de lo que imaginaba. Su paciencia se ponía a prueba a cada momento, mientras que su cordura alcanzaba esa frontera fina que la separaba de la locura. Soñaba con dejarlo todo, tomar un día las llaves de la vieja casa, llevárselas y dejarlos en la calle. Pensaba en mil formas distintas de fingir su muerte, liberarse de ese hastío de una vez por todas. No creía merecer tanta carga, tanta ingratitud. Se desvelaba desvariando y pensando en vidas alternas donde no tuviera la misma miserable existencia. 


Un día, dio con la solución perfecta. Era ideal, cada quien tendría que hacer su camino y por din la dejarían tranquila. Implicaba sacrificios, pero estaba lista. Guardó bien en su mente las fotografías de esos viajes que nunca podría volver a pagar, escogió dos pares de zapatos de las muchas cajas de la cochera y rescató una caja de sus libros más amados y polvosos llevándolos donde una de sus pocas amigas; envió a los otros tres a un paseo y lo preparó todo. Dio una última mirada a las cajas y saboreó un largo suspiro. Con un movimiento rápido de manos encendió un fósforo y lo lanzó a la cochera. En cuestión de minutos alcanzarían el piso superior de la casa y quizás tardarían un poco más (¿Horas?) en consumirse por completo. Con una risa histérica y lágrimas en los ojos, dejó caer la caja al suelo y por último se limpió la cara con la mayor calma que pudo alcanzar mientras veía crecer las llamas. Pensó en como el fuego lo purificaba todo, incluso su conciencia. 



Nunca se había sentido tan feliz. 

Pérdidas

Relato basado en Closing Time de Semisonic.

Esa noche soñó con una calle que nunca terminaba. Un sueño de esos oscuros en los que no sabés para dónde vas. Una calle interminable en la cual, por más que trataba de ir por el lado correcto, las líneas del sentido cambiaban a cada momento. Y entonces, siempre iba en contrasentido. Por más que trató nunca pudo llegar a ninguna parte, mientras el sueño se hacía cada vez más oscuro.

A la mañana siguiente se despertó como si hubiese bailado y bebido toda la noche, estaba cansada, y, por lo mismo, se detuvo a pensar o tratar de encontrar el significado de un sueño tan largo y tan simbólico. No era que olas gigantescas hubieran aparecido en su subconsciente, o que hubiera volado o tratado de volar, no era, ni siquiera, que hubiese aparecido desnuda en su antigua escuela o en el trabajo; que eran, por decir, sus sueños más recurrentes, como todos, y tan obvios. No, calles sin sentido... ¿Su vida no iba para ninguna parte? ¿Su vida tendría que ir hacia otra parte? ¿Su vida no tenía sentido? Eran las preguntas que se hizo esa mañana y durante todo el día. Le dio vueltas por todos lados al sueño, lo analizó, trató de encontrarle un mensaje escondido, buscó en internet a ver si encontraba por allí la simbología.

Y nada.

No se dio cuenta hasta varias semanas después, pero el gato desapareció esa misma noche. Salió a una de su usuales travesías por el vecindario y simplemente no volvió. Claro, ella no se dio cuenta de la falta del peludo, porque solía hacer esas desapariciones constantemente, la cuales daban por terminadas con una entrada espectacular con algún regalo, que generalmente consistía en un murciélago, un pájaro muerto o un chapulín gigante. Pero esa vez no volvió, y ella habría de darse cuenta hasta pasados varios días. La siguiente pérdida se dio al segundo día después de su sueño. Tenía un almuerzo importante, de esos de trabajo, de esos a los que no se puede llegar tarde o faltar; cuando, subiendo una de las cuestas más empinadas de la colonia Escalón, allá por la Ambrogi, el marcador del calentamiento del motor comenzó a subir y subir y subir sin previo avisoy antes de que ella pudiera detenerse el motor comenzó a echar humo. Demasiado humo. Y, claro, ya luego de que la remolcaran los buenos hombres del taller más cercano, pudo saber que se había echado la culata. Sí, eso le dijeron. Gravedad que ella no entendió hasta que los amables tipos le explicaron que podría costarle alrededor de mil quinientos dólares. Si no era eso, o que hubiera quedado inservible para siempre. Ese para siempre le pareció demasiado desesperanzador. Mucho más cuando dos horas después de la reunión llegó a la oficina y un gerente de Recursos Humanos la esperara con la puerta abierta y los cheques cerrados para explicarle de una tal reestructuración de la firma y que, bueno, su falta a la reunión de esa tarde les había ayudado a tomar la decisión que de todos modos hace unas semanas ya estaba tomada. Salió antes de las cinco de la tarde con una caja demasiado vacía y un futuro lleno de preguntas. O más bien: un presente lleno de preguntas acerca del futuro. Se sentó a la orilla de la cama y permaneció allí varios minutos u horas. El hombre de su vida andaba nuevamente de viaje, y, la verdad, es que se había quedado en blanco con la tercera pérdida de ese día. Sin trabajo, sin carro y sin gato, por supuesto que no pudo dormir esa noche. El amanecer la sorprendió sentada en la misma orilla de la cama enviando mensajes por WhatsApp al mejor amigo.

Y nada.

A las nueve y treinta y cuatro minutos el mejor amigo dejó en leído el mensaje. Tampoco es que fuera uno de esos mensajes triviales de todos los días como buenos días o tuve un sueño extraño anoche. No. Estaba angustiada y con frío. Más con frío que angustia. Que al final, era lo mismo. A las diez con doce minutos se preparó un café, la casa resoplaba en su silencio, las paredes estaban desteñidas y sin cuadros. Nunca quiso colgar nada. Nunca quiso poner un lindo paisaje o una foto u un cuadro de arte moderno. Nunca quiso. A las diez con cuarenta y cinco marcó el número del mejor amigo. Sin respuesta. Le envió otro mensaje. Sin respuesta. A las seis veintidós de la tarde recibió un escueto mensaje

conocí a esta chera. 
he estado con ella desde ayer. 
tranquila

Entonces supo que lo había perdido. El frío era más fuerte adentro y no sabía explicarse por qué. Los vidrios de las ventanas se empañaban y ella se paseaba por los cuartos vacíos de la casa fumando un cigarro tras otro. Mientras se disponía a salir por otra cajetilla de cigarros se topó con el hombre de su vida en el umbral. Lo abrazó y besó como si se fuese a terminar el mundo, pero él, sin saber de su despido, la pérdida del carro, el gato y el mejor amigo; la detuvo en seco para explicarle que solo venía por sus cosas, que no quería que todo fuera así, pero que ya no podía más con la culpa y el destierro de querer a otra y andar a escondidas, que a su edad ya no se le daba y que mejor quedaran así, como dos personas que en su momento se habían querido tanto y que el sexo había sido bueno, pero que ya no le quería seguir mintiendo, porque, de boladas, sí la quería, de otro modo, pero sí, y que ella no se merecía eso. Él siguió como si nada hasta la habitación que habían compartido por más de cinco años. Ella lo vió sacar la maleta azul que habían comprado para su viaje a Lisboa. Lo vio llenarla de su ropa, afeites, accesorios y demás. Lo vio salir por la puerta como si nada.

No durmió muy bien esa noche, como entenderán. Tuvo que tomarse una botella de vino para pescar el sueño. Y tuvo sueños oscuros con líneas de la calle que se perdían y cosas así que ella no entendía, pero nunca llegaba a ninguna parte. Nunca llegó en sus sueños.

Cuando despertó había perdido su casa. La cama blanca flotaba en un limbo étereo del blanco más puro mientras Dan Wilson y su banda cantaban a capella closing time, open all the doors and let you out into the world, closing time, turn all of the lights on over every boy and every girl, closing time... 

You don´t have to go home but you can´t stay here

Al incorporarse de la cama flotante en el limbo también perdió la memoria. No supo ni cómo se llamaba, ni siquiera que había perdido tanto. Se quedó allí, sonriente y escuchando la canción, que de verdad le parecía de lo más alegre. Se envolvió más en la sábana, porque de no ser por la música, hubiera preferido dormirse otra vez.

20160110

“Closing Time” —Semisonic



Trescientas noches de desvelo. El oro líquido que antaño celebró nuestras pasiones se marchitó dentro de la cárcel de cristal. Se sació la sed. Me sacié de ti. El sol no calentó más esa esquina del jardín que tanto me gustaba contemplar mientras sereno dormías en una habitación ignorante de tiempo. Del otro lado de la cama, el frío comenzó a calar.

Recapitulemos.

La puerta encerró siglos de palabras. El silencio escaló por las paredes rotas, sin tiempo ni reparo. La sal en la mirada de los amantes fue una cosa indescriptible, algo así como una mezcla de lágrimas, misterios y rutinas. La profundidad de las pupilas sobrias se mide únicamente con la cantidad de parpadeos que como espadas esquivan una realidad bipolar. El tiempo se disolvió en pasos austeros, taquicardias y borracheras. No quedó nada, ni un segundo para recordar, ni un segundo para perdonar.

Un correo electrónico anunció ese adiós que llevaba años escondiéndose detrás besos y silencios. Los bailes trastabillados colgaron de la verja donde Jonás, el jardinero, podaba la enredadera que se explayaba sobre el cementerio de mascotas: promesas serviles de un amor que aguanta y perdona. Así se creó un nuevo espacio para solventar todas esas deudas arrastradas desde un pasado milenario. Así se disfrazó el amor entre cocinas y comidas y sembradíos mañaneros que se quemaron en una zarza eterna, como la que alguna vez un tal Moises encontró en su camino, la diferencia es que acá no hubo voces que anunciaran misiones trascendentales. Acá, solo se escucharon los pasos huecos, las taquicardias indecisas, las repeticiones obsesivas y la negaciones de los que crucificados juegan a todo menos al amor. Acá, frente al juicios de los mirones, la envidia de los solitarios y las sorpresas inequívocas de aquellos que no conocen el amor eterno, los amantes se convirtieron en rutina.

Domingo a domingo, un golpe sordo cerró la puerta de un vehículo donde la única diversión era despedirse sin palabras, donde lo único audible era un motor moribundo repitiendo ciclo tras ciclo un “ya no te amo” eterno.


--DA2016

20160104

Tiempos que han terminado

A la que fui
porque siempre me llevó por el buen camino



Mini-Relatos inspirados en "Closing time" de Semisonic


Cerró la puerta y se dio cuenta que jamás regresaría al apartamento. Ni a la soledad, ni al silencio. No estaría más nunca sola. No solo era que se "arrejuntara" con Mario, era la compañía de los chicos lo que al final era lo más importante, con su marido ya había pasado de casi todo como para comprender que lo amaba. Pero incluir a todos los demás había sido un proceso largo. Todo estaba ya en la "otra casa", incluyendo su gato, sabía que todos tendrían que adaptarse a una nueva vida, a nuevos ritmos y nuevas formas de vivir. Nada sería lo mismo de nuevo.

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Vio que se cerraron las puertas justo al pasar ella, iba a costada en una camilla, tenía miedo, un examen le dijo a ella y a su doctor que tenía un tumor. Sangraba. El miedo a morirse no era tan grande como el miedo de saber que tenía ese tanate enquistado en las entrañas gracias a las violaciones constantes que sufrió siendo una niña. Sabía que todo era una artimaña del tiempo para no dejar de recordar, no dejar de protegerse, no dejar de perdonarse. Le dijo al doctor que no le dijera a su familia las razones por las que salen esos tumores. Ella debía decirlo en persona, afrontar una verdad que la mantuvo en silencio por más de 15 años. Lo haría luego de la operación para sacarle esa piedra de las entrañas. Nada sería lo mismo de nuevo.

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Cerró la caja que contenía sus pocas pertenencias, hizo recuento mental para no olvidar nada de aquel cuarto que había sido su hogar en los últimos meses. Recordó cuando llegó, era una viuda sin muerto, el viaje desde su país había sido espantoso, doloroso y cruel, el frío no ayudaba. Ella había sido muy feliz con Manuel, él la había querido, pero para cuando recibió un correo desde Guatemala ofreciéndole un trabajo, la relación ya había devenido en algo incongruente. Él se lo dijo claro... "ya no quiero seguir". La mató. Recogió sus cosas del apartamento de aquel hombre y al amanecer se fue. No dejó de llorar hasta tres días después de llegar a Xela, cuando le cayó el veinte de que no había llegado de vacaciones, sino a trabajar. Echó riata como estaba acostumbrada, recibir su salario y solventar sus deudas le devolvió la vida. Decidió que no podía depender de nadie, por más amor que se tuvieran, entendió a Manuel y le perdonó. El tiempo pasó como debía: rápido, era hora de regresar y seguir viviendo como siempre se lo propuso. Se despidió de su amigo en la terminal de buses de Xela, le esperaban 14 horas de viaje hacia San Salvador. Nada sería lo mismo de nuevo.

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Cerró la sesión de trabajo, apagó la computadora, acababa de enviar un correo renunciando a su trabajo, fueron pocos meses y muchas cosas feas en aquella oficina de sindicalistas, hacer un recuento de todo lo podrido ya no vale la pena, simplemente sabía que no tenía vocación para la corrupción, decidió renunciar sin tener claridad de qué iba a hacer para sobrevivir. No importaba, nada sería lo mismo de nuevo.

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Cerró la puerta de la habitación, habían viajado varios kilómetros, al fin habían llegado a las montañas y justo cuando la señorita del hotel estaba a punto de darles dos llaves de habitaciones separadas, ella dijo: "es una sola habitación". Subieron la cuesta empinada del hotel y vieron la maravilla del paisaje que los rodeaba, no había ruido, no había nada que los perturbara. Él abrió la puerta y ella entró, él cerró la puerta, ella lo esperaba en la penumbra. Nada ha sido lo mismo de nuevo. 

20160103

De finales y comienzos


Estrenamos nuevo año en NonGirly Blue. Tengo el privilegio de elegir la primera canción con la que escribiremos en el 2016 y después de mucho pensarlo, di con la canción ideal.




"Closing Time" de Semisonic es una de esas canciones que nunca me canso de oír y que por alguna razón me trae una sensación de tranquilidad que muchas veces recuerdo con nostalgia. Es una canción que en su época me hizo pensar si eso de poder terminar las cosas, de cerrar ciclos y de poder estar con la mente en paz era el ser realmente un adulto completo.

Curiosamente, esta canción salió en 1999, justo antes de dar fin a un milenio y a una década que todavía atesoro. Hoy es la canción que espero nos sirva para cerrar y comenzar con inspiración en forma de recuerdos, relatos o poemas.

El 2015 fue un año de cambios y de muchos desenlaces, casi todos favorables para mí y quiero recordarlo con esta melodía para poder dar la bienvenida a esos nuevos 366 días que se nos vienen encima (este año es bisiesto).


¿Están listos para más relatos?