Relato inspirado en Gypsy de Fleetwood Mac |
Anoche soñó conmigo. Sé que está tejiendo memorias y esperanzas futuras con los hilos de lo que le queda de mí. Me tiene allí, anclada en su mente y a la vez muy lejos de su conciencia. Cuando despierta, soy un poco más que un vago recuerdo o un pensamiento difuso y nuestros subconscientes son como dos amigos que se saludan el uno al otro desde las esquinas de un cuarto grande. Allí estoy. Casi invisible, pero allí estoy.
Es de noche otra vez y se prepara para ir a dormir. Se acuesta en su cama y poco a poco se borra esa avalancha de cosas que carga en su mente para dar paso de nuevo a mi persona. Me voy dibujando de nuevo a medida se va quedando dormido y es entonces cuando toma mi mano.
Abre una puerta oscura y hermosa para llegar a donde estoy. Reconozco esa puerta: es la de la casa que casi compramos antes que yo muriera. Lo veo como una entrada a los recuerdos que tiene de mí, una barrera que separa a lo que queda de mí dentro de sus pensamientos mientras está despierto y que a la vez crea un santuario para que estemos juntos.
Allí es donde hablamos. Me habla y yo escucho atenta todo acerca de sus fobias, sus miedos y sus arrepentimientos, sus triunfos y sus nimiedades. Solo puedo decir todas aquellas cosas que le pude decir mientras vivía. Casi siempre, son cosas relevantes, que tienen sentido. A veces no tengo nada que decir que se ajuste a lo que habla y solo me limito a acariciar su frente, delineando con mi dedo la cicatriz que le dejó el accidente en el que perdió también mi cuerpo. Se estremece de frío cuando lo toco. Es algo que le recuerda que esto no es real para él y ambos lloramos. De vez en cuando se despierta empapado de sudor y lágrimas, con el corazón angustiado.
Me amó mucho más de lo que se permitió amar antes. Incluso ahora, no está seguro si tenía esa capacidad de amar o si yo lo empujé a eso. Pensó en mí durante su hora de almuerzo. Siempre lo hace. Yo le preparaba almuerzos y le dejaba notas azucaradas. Guardó la última en su mochila y la lee antes de comer. Hoy vio la nota arrugada y la dejó doblada en cuatro partes. Abrió apenas la puerta oscura otra vez y me vio a los ojos para cerrarla luego. El corazón le dolió. Lo pude sentir. Me asusté y me apoyé en la puerta, confundida. Me puse a esperar a que se durmiera.
Cuando se durmió al fin y abrió la puerta, me encontró nerviosa y tan llena de energía que casi abrí la puerta sola. No podría hacer eso. Imposible. Me muevo en su subconsciente pero no tengo autoridad sobre su mente. Tampoco quisiera eso. No quisiera hacerle daño. Su mente es tan delicada...
Me llamó por mi nombre. Su voz es tan tenue que apenas lo escucho. Lo veo casi tan nervioso como yo. Le pregunto como estuvo su día, con las mismas palabras que usaba cuando llegaba de trabajar. Intento ignorar ese miedo que crece a cada segundo. Me dice que debemos hablar y está llorando. Lo veo y hago lo mismo que hacía cuando lloraba: beso sus ojos. Luego espero y suspiro. Me dice que necesita que yo sepa que siempre me ha amado y que me ama más que al aire que respira y luego me explica que siempre tendremos este lugar para los dos. Me dice también que ya no podrá venir tan seguido como hasta ahora. Se ahoga un poco con sus palabras y respira profundo antes de continuar. Finalmente me cuenta que conoció a esta mujer, que seguramente a mí me caería bien. Dice que sabe que da igual, porque yo siempre encontraba algo bueno en los demás. Se ríe a medias y el sonido me parece agridulce.
No estaba esperando esto. No tengo palabras de nuestra vida juntos para este momento, así que digo algo que dije en mi cumpleaños número 27 para expresar mi sorpresa. Dice que lo entiende y me promete siempre venir a verme, insiste en decirme que necesita que yo sepa lo mucho que me ama.
Le digo que también lo amo. Si tuviera un corazón, en este momento estuviera en pedazos.
Me explica que se quedará conmigo hasta que despierte y me suplica quedarme con él, dice que no es necesario que diga nada porque ya es tiempo de una vida nueva y palabras nuevas. Me pregunta si lo comprendo. Le digo que sí y guardo silencio. Nos quedamos así hasta la mañana siguiente. Por mi culpa se despierta tarde y llega con retraso al trabajo. Cierra la puerta y me acuesto en el suelo, sobre la alfombra que habíamos escogido para la sala, todo dentro de su delicada y hermosa mente que no quiero tocar.
Pasan los meses.
Se casa con ella. Un día entonces abre mi puerta y la puedo ver. Se ve radiante como el sol en su vestido de novia. Me alegro por ella porque sé que él tiene todo para ser un esposo maravilloso. Casi fue mío. Después de eso, me ve cada vez menos. Cada vez que abre la puerta estoy más transparente, soy menos yo hasta que un día la puerta se cierra y de mí no queda nada más que un trozo de papel doblado en cuatro partes en las manos suaves y abultadas de una mujer esperando a su bebé.
Ella pregunta por el papel y él se acerca mientras la nota cae de una vieja y polvosa mochila que estaban apartando para una venta de garage. Cierra los ojos y lo veo en mi puerta. La abre y entonces están la alfombra, el olor de las gardenias mojadas, mi perfume favorito y los melocotones, pero yo ya no estoy allí. Intenta con todas sus fuerzas atraerme hasta allí, excavando en lo más profundo de sus recuerdos; pero no logra encontrarme. Al fin, abre sus ojos. Le cuenta a ella que la nota era mía, que le dejaba muchas como esas con sus almuerzos.
Ella queda fascinada con mi nombre y le dice que le parece lindo para su hija. Decide que se llamará como yo y se acaricia el vientre. Dentro de ella, dos pequeños pies dan su aprobación. Ambos se ríen y yo suspiro una vez más.