Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160229

Descolor

Inspirado en Vladivostok 2000 de
Mummy Troll




Estoy en la niebla que empaña tus caminos,
en el suspiro que das por la mañana,
fuera de la puerta de tu casa mientras tomas un café y
en la marca de las olas que no volviste a ver.

Estoy en la nieve revuelta que agoniza a tus pies,
en el velo de la novia que algún día esperas encontrar y
en la espuma de la cerveza que celebra un año más.

Me guardas en tus manos,
en la punta de los dedos que toman tus sueños
y los convierten en letras,
en lo ancho de tus ojos que guardan
los recuerdos a estamparse en tu memoria.

Aparezco en las mejillas de los muertos,
en el lino el sudario,
en los ramos de difuntos y en las perlas de la viuda,
esperando a que me miren
por quien soy,
por lo que encierro.

Mírame de nuevo,
llénate de mí,
pues abundo en la ciudad de tus amores,
eterno en las montañas y pasajero en las calles.

Los siete












Relato inspirado en Vladivostok 2000 de Mummy Troll.

No se cansaban de sentarse a ver el amanecer cada madrugada de sábado. No se cansaban de hacerlo cada amanecer de año nuevo desde cuatro años atrás cuando por casualidad se habían ido conociendo uno a uno, por allí en una fiesta, por allí en la universidad, por allí en algún bar de esos que hierven de olor a cerveza barata y nicotina. Porque, sí, eran conscientes de que eso era la amistad, esa amalgama de gentes que eran ellos siete, hombres y mujeres, no importaba; hablaban de las mismas cosas, les movía la misma música, compartían un mismo puro o cigarro, se empinaban la misma botella cuando ya no había más.

Y allí estaban, los siete, sentados en la grama de la casa de Edgardo, el primero de ellos que había tenido la osadía de ir a vivirse solo, sin saber cómo, ni con qué, sin muebles más que su cama matrimonial, una hielera de esas azules, unos cuantos platos, vasos y cubiertos y una cocina eléctrica de dos quemadores. Y allí estaban, esperando su quinto amanecer de año nuevo desde el patio abierto en algún lugar de San Salvador, como solían decirle. Todos con sus ropas de año nuevo, vestidos elegantes, negros y brillantes, camisas blancas, corbatas de colores y de seda. Todos con martinis a rebosar, tirándose las aceitunas, rolándose un puro, oyendo a esa banda rara rusa que nadie entendía lo que decía pero que a todos les daba ese feeling de tranquilidad-alegre que necesitaban para esos momentos.

– ¿De dónde salieron estas copas para martini? ¿No eras vos el que no tenía ni un vaso para tomar agua, Ed? Pregunta Lidia, sin esperar respuesta, viendo el fondo de color de la copa.

– Las trajo Raúl

El disco de Mummy Troll es lo único que se escucha por alrededor de un minuto. Todos miran los vasos, las manos, el piso, el horizonte en donde el sol está por salir. El cielo se ilumina todo, la mañana se vuelve más cálida, zanates y golondrinas cruzan el cielo, como si nada. Como si estuviera empezando el mundo.

– Feliz año nuevo, dice Edgardo. – Por cierto, agrega, Raúl se va a venir a vivir aquí...

– ¿Aquí? Pregunta la Margara sin dejar de tomar su martini

– Conmigo, pues.– Agrega Ed

– Feliz año nuevo, entonces. Dice Quique

Chocan las copas. Mientras, Mummy Troll sigue sonando al fondo.

20160216

De inviernos, amores y Vladivostok.


¿Qué cosa puede ser el amor?  ¿Una idea? ¿Una persona? ¿Un nombre?

Si tuviera que culpar a alguien por mi amor a Rusia, ese sería Vladivostok. No sé si por causa de conexiones de vidas pasadas o por simple obsesión de escritor coleccionista de palabras, desde que escuché ese nombre hace cinco años atrás, supe que así como existe el amor a primera vista, así existe el amor a primer oído: 
 [vlədʲɪvɐˈstok]

Cinco años después, me encuentro en “Russkiyland” descubriendo un invierno donde la vida se me presenta demasiado corta como para darle espacio a la indecisión. Donde estar en casa significa estar presente donde sea que me encuentre. Donde el amor es ilimitado, sin fronteras, ni distancias. Donde el tiempo se congela junto a un océano infinito a -38ºC. Donde el calor de Sívar es irreal y entiendo que #EnElTrópico tenemos una calidad de vida envidiable gracias a un clima benigno y proveedor. Donde detrás del frío y caras de piedra, se esconden rusos con corazones preciosos que se abren con una conversación, una fiesta, un baile, una canción. 

Hace cinco años, Vladivostok era solo una palabra en mi lista de “palabras favoritas”, un check-point en el mapa de “lugares por visitar”. Hoy, Vladivostok se pinta en fotos, se manifiesta en recuerdos, se viste de amor y se transforma en canciones.

Como parte de romper conceptos, este Febrero les propongo encontrar inspiración en los sonidos de Мумий Тролль (Mumiy Troll), una banda rusa de gran recorrido e historia, originaria de Vladivostok.

¿Qué dicen en su canción 
"Vladivostok 2000"? No lo sé y por el momento tampoco quiero saberlo. Solamente quiero saborear los sonidos, los ritmos y la fuerza de un idioma, que como su gente, golpean con una intensidad capaz de quebrar cualquier hielo, de borrar cualquier frontera, de traspasar cualquier idioma. Después de todo, a la hora de sentir, no somos tan diferentes.



Addicted

Relato inspirado en What it Takes de Aerosmith

  

She lay in bed and looked at him. She was breathing thoughts of what this man is to her. He looked back at her and his stare asked her what was on her mind. “You’re like an addictive substance” she began, “you get me high, you know? What you make feel is so good I feel my heart touches the ceiling and leaves my ribcage. This state altering taste leaves me wanting another hit of you.” You cannot tell whether he is intrigued or flattered, though it is most obvious that she speaks with passion. She continues saying “At the same time, there are no words for how bad it feels when I am left without a fix of you. You’re not good for me. Paradoxically, you make everything worse. The memory of you is too good. You’re my drug of choice, nevertheless.”

20160215

El timbre


Microrelatos inspirados en
What it takes de Aerosmith


A los héroes anónimos del pasillo



El chicle tenía un mal sabor después de estarlo mascando por dos horas. Llevaba un marcador en el bolsillo de la falda desdoblada de su uniforme. Allí venía la sueca amargada que le daba clases de Inglés. Seguía preguntándose qué putas había venido a hacer a este país de podridos, de muertos y de recuerdos grises cuando tenía todo un mundo civilizado a sus pies, a un país que aseguraba el futuro de sus mujeres y sus recién nacidos con buena salud y educación gratuita. No entendía por qué siempre olía a whisky y cigarros. O quizás sí. Se ponía a pensar en sus propios zapatos mal lustrados y en los pellejos de la sueca asomando por las mangas de la chaqueta que llevaba. No ha de haber sido fácil para la pobre sueca seguirle el ritmo a ese montón de malcriados que se creían con derecho a todo por venir de una familia con dinero. Después de pensar en todo eso, botó el chicle y se puso a dibujar, sentada con las piernas cruzadas en el pasillo polvoso.


*****


Un par de minutos después, sonó el timbre que llamaba a clases. Recogió el cuaderno, los lápices y la orilla de la falda llena de polvo. Volvía a oír a las mismas idiotas de siempre que la llamaban, preguntándole por qué nunca hablaba. Las oía pero no les daba el gusto de dejarles ver una rección de su parte. Sintió algo húmedo en el bolsillo. Justo lo que le faltaba: el marcador se había derramado. Pensó en la suerte que tenía. Menos mal que el marcador no era rojo. Eso le hubiera dado algo más para  reír al grupo de arpías de los recreos.



*****


Allí estaba otra vez, leyendo un tomo de las enciclopedias que quedaban en la biblioteca. Le gustaba ver cómo leía. Le gustaba ver como se podía quedar callado durante toda la hora con aparente y fingido interés a la clase mientras seguía leyendo cualquier cosa: desde los ritos funerarios de una tribu africana perdida hasta cuántas clases de bacterias puede haber en un cabello humano. Podía haber estado haciendo cualquier cosa y ella lo hubiera seguido viendo con el mismo encanto. Tenía pestañas largas, el uniforme sucio (como ella), pelo negro como el de un cuervo (como el de ella) y por qué no decirlo, un buen trasero (Con eso ella no había tenido tanta suerte). Verlo era lo único que hacía tolerables esas largas horas escuchando fórmulas, reglas y teoremas que en realidad nunca terminaba de entender. Era simple en realidad: cuando no veía que estaba en clase, las horas se estiraban y multiplicaban hasta lo insoportable.



*****



Había terminado una pintura más. La esposa del director daba las clases de pintura más por amor al arte que por el sueldo. Se le notaba en la cara sonriente que tenía, enmarcada con una melena corta de color plata. Se deshacía en elogios y le decía que tenía talento. Ella apreciaba a su maestra pero pensaba que en realidad la señora tenía buenas intenciones y no comprendía que en ese jodido país nadie jamás apreciaría el hecho que pudiera imitar a Klee o Kandinski de esa forma. Jamás le serviría de nada. Pobre mujer. (Pobre... ¿Ella?) Sus ilusiones germanas no se habían aclimatado todavía al país en el que le había tocado vivir. Se limitaba a sonreírle de regreso a su maestra. ¿Cómo le explicaría que la ilusa era ella y no sus alumnos?



******


La fuerza centripetal (¿O era centrípeta?) era esa que actuaba sobre objetos en movimiento en una trayectoria curvilínea... O al menos eso era lo que recordaba al final de la clase. La señora holandesa tenía un inconfundible tono de voz nasal que actuaba como un tónico para el sueño. Con su compañera de mesa se dedicaban a señalar (con risas secretas) todos los errores gramaticales al intentar componer oraciones en otro idioma. Terminaban armando una lista que revisaban después, sacando un "top 10" de los errores más garrafales, sin acordarse que ellas también estaban leyendo un idioma extranjero. Eso, claro... Si acaso el sueño no las dominaba primero.



*****



La señorita (No señora) de apellido italiano tenía más telarañas que cabello. Veía su enorme y canosa cabeza adivinando si habrían bichos adentro. Seguro era un nido de alacranes y otros animales con más patas que ella misma. Había decidido que todo lo que tuviera más de cuatro patas era horrendo y debía ser eliminado del planeta... Esa señora (no, señorita) debía albergarlos a todos en su cabeza. Estaba segura. Ese pelo no era normal. Les dictaba lentamente como debían ir sus dedos sobre el teclado. A con meñique, S anular, D con el medio y F con el índice. ("F" de 'Fuck you'. Eso siempre la hacía reír) No sabía si era viuda, solterona o simplemente sin suerte en el amor o adicta a su persona sin espacio para nadie más. Siempre la veía sola y se imaginaba que aparte de su población secreta de animales en su cabeza, tendría muchos gatos con los que hablar en sus horas de soledad, quizás dándoles instrucciones para mecanografiar correctamente o para lamentarse acerca de sus alumnos que ya no entendían el arte escondido en las enormes máquinas Olivetti del salón. Era realmente una mala alumna: pasaba fantaseando más con la vida oculta de su profesora que poniéndole atención a lo que intentaba explicarles. Y así, sin darse cuenta, comenzaba a sonar entre sus oídos el timbre de salida.


20160203

Lo que necesitamos...

Era mil novecientos ochenta y nueve, yo me asomaba a la adolescencia y definitivamente no entendía mi lugar en el mundo, no era niña, tampoco una señorita. La vida se me asomaba haciéndome guiños en aquellos días. Tuve una buena época entre mi quinto y sexto grado. Aprendí que, como los gatos, tenía garras y podía usarlas o esconderlas. Pese a mi hermetismo, me hice aún más callada y desconfiada y me encaminé a la vida que me esperaba.

Hace dos noches me soñé de esa edad, entre los 12 y los 13 años, en mi sueño me veía con el uniforme del colegio  y aquella niña se sentaba a platicar conmigo, mi yo de 38 años, me hizo recordar las tardes de tareas, las soledades del patio colegial, las tardes comiendo mangos maduros en el techo de mi casa de la infancia, de mi eterno esfuerzo por aprender a nadar en la interminable piscina del colegio, de mis lecturas a escondidas con la lámpara que me regaló mi abuelo antes de morir, me hizo recordar que la vida sencilla y sin pretensiones es una forma de vida. Al despertar de aquel sueño lo primero que vino a mi mente fue esta canción, la misma que tarareaba mientras Samuel, el muchacho que manejaba el microbús escolar, ponía a todo volumen y la cantaba a grito pelado, mientras una veintena de niños y niñas veíamos los carros pasar.

Decidí que sería nuestra canción para esta quincena en Nongirly Blue, porque a veces hay que seguir solo el mero gusto de mecer la cabeza mientras suena una vieja canción. Porque al final, a veces, lo único que necesitamos es recordar una época feliz de la vida.

Que disfruten What it takes, de Aerosmith

20160201

Todas las muertes de Ámbar















Relato insiprado en Gypsy de Fleetwoodmac

Ámbar recordaba todas sus vidas pasadas. Así como lo leen. Incluso podía recordar la vez que fue gato, la vez que fue listón de pandereta, la vez que fue violín. De hecho por el violín fue que comenzó todo.

No es que en cada una de sus vidas haya tenido memoria de la anterior. No, fue a partir de esa época en que la fue violín y era tocada en la corte por el joven hijo veinteañero de Sir Gallagher. Toda la corte estaba sorprendida. Incluso su padre que nunca tuvo la más mínima esperanza de que el hijo tuviera talento. No. Todos se equivocaron y se reunían una vez al mes a escuchar al joven prodigio sacar sorprendentes, atinados y cadentes arpegios a ese violín. Ella, claro, por entonces ya estaba aburriéndose un poco de la vida de vals que le estaba dando el condesito y se la pasaba encerrada en su estuche de terciopelo negro, urdiendo inusuales planes para salirse del castillo. Aunque en el intento perdiera una cuerda o dos. Porque claro, ella sabía que daba para fugas y tocatas, para nocturnos o rapsodias.

Por suerte para ella, el día mismo que cumplía cinco años de estar con los sires, miestras viajaba a su afinación mensual; una llanta del carruaje golpeó contra unas piedras y, sí, lo adivinaron: Ámbar -claro, que por entonces no sabía que se llamaba así- saltó por la puerta con todo y estuche. El estuche se rompió, como se imaginarán. Ella perdió, no dos, sino solo una cuerda y rodó por la ladera hasta caer -afortunadamente- en los brazos de Johan.

Johan, qué puedo decirles, era un poco sucio y desaliñado, con unas greñas que pudiera que fueran claras, pero le tiraban a marrón, y con las manos fuertes y rotas de tanto cortar leña. Y no, no crean que todos los Johanes de esos lares podían tocar tan bien el violín como él, pero sí, qué suerte que Ámbar comenzara a rodar así por sus vidas, sucediéndose una historia a la otra como si ya estuvieran escritas desde siempre, o por lo menos bien planeadas. Y Johan no solo la tocaba día y noche, durante el alba y al atardecer, no solo la tocaba siempre con las mismas ganas y pasión; la tocaba con todo el impetú de quien quizás cree que se le va a terminar la vida. Y sí, ella se pegó a Johan en cada nota, cada pizzicato, cada vez que la acariciaba con el arco. Pero ya saben, una cosa así nunca puede terminar bien y ya se le veía a Johan más desgreñado que nunca, con las manos llagadas, dejó de hacer sus labores, de reunirse con el clan, de comer, de beber... A veces parecía que hasta había dejado de respirar. Ámbar, que nunca más recurperó su estuche, y que de todos modos no lo necesitaba, porque nunca más la volvió a soltar; también comenzó a decaer. Ya no eran tan brillante como antes, los Csardás que más de una vez le sacaron algún lamento, ahora sonaban secos y opacos.

En el primer intento, Johan la colocó con cariño y devoción en el promontorio de desechos que acumulaba el clan a la orilla de la aldea. Le dolía dejarla allí, pero sabía, tenía bien claro, que no podía seguir con ella, le estaba arruinando la vida, le estaba quitando el sueño, le estaba quitando la oportunidad de tener una relación normal... Dos días después, los quemadores de escombros estaban a la puerta de su casa con el violín, un poco más destruído, un poco más opaco; pero en sus manos otra vez. Y Ámbar era feliz de que con solo verla de nuevo, quisiera tocarla.

En el segundo intento corrió con ella a orillas del río, a veces tocándola, a veces solo abrazándola, a veces queriendo soltarla. Y así lo hizo. La miró caer hasta el fondo. Ella quiso decir algo, como un lamento en un nocturno, pero recordó que lo necesitaba a él para gritarlo... Dos días después apareció goteando agua por sus más insospechados rincones en la puerta de Johan. De alguna manera, cada vez que volvía a aparecer, Johan sentía que volvía a nacer, y la tomaba, salvaje, entre sus manos hasta hacerla estallar otra vez en lamentos que se perdían en la noche.

En el tercer intento ya quedaba poco de Ámbar. Tres cuerdas, madera rota, gastada, el puente casi desaparecido, el mango casi en un hilo. La llevo a lo más profundo del bosque una madrugada. En silencio, y sin verla ni tocarla, encendió una fogata. Durante largos minutos y horas, Johan se dedico a curar todas las heridas de sus manos. Las abrió una a una con una navaja previamente desinfectada en el fuego, y luego les aplicó una hierba de color rojizo. Finalmente vendó todos sus dedos juntos con una tela limpia de gaza. Y entonces fue su turno. La dejó caer despacio en la hoguera. La vio consumirse lentamente como cuando se mira el pasado.



Gitanas

Relato inspirado en Gypsy de Fleetwood Mac.

A Emilia,
mi amiga, mi hermana, 
mi compañera de pato-aventuras
mi acompañante de viajes y canciones.
¿A quién más?


A ella le parecía que la niña nueva era muy creídita, muy fina, muy de colegio de monjas, su eterna trenza castalla, sus calcetas altas, la veía de reojo con cierta desconfianza.

A ella le parecía que aquella muchacha morena con cabellos demasiado negros era agresiva innecesariamente, bastante tosca, mal hablada, demasiado comunista. La veía de reojo... con cierta desconfianza.

Ninguna de las dos sospechó que serían amigas el resto de la vida.

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- ¿No les ha pasado que de pronto conocen a alguien y de pronto se sienten profundamente comprendidas en las locuras más ocurrentes posibles?

- No.

- No has vivido nada entonces.

- Estás enamorada...

- No, es diferente. Es tener una amiga, una hermana que es como vos y sigue siendo totalmente distintas. Es eso, tengo una amiga.

- Vos tenés montón de amigas...

- No, tengo conocidas, cheras... amigas solo tengo una. Vas a entender cuando encontrés a tu hermana elegida. Ahorita sos demasiado joven.

- Hace cuánto conociste a esta tu amiga.

- Éramos unas niñas recién llegadas a la adolescencia. Con ella es la única con la que sigo siendo esa niña de 15 años.

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Se dieron un beso, ambas estaban felices de verse, justo en el estacionamiento de un centro comercial, diciembre había sido clemente con el trópico y la brisa aliviaba todo un año de calores insoportables. Ambas iban acompañadas, pero en ese breve instante solo ellas dos existían, tenían casi tres años de no verse, de no saber nada de ambas. Se vieron y se abrazaron. Creo que una de ellas susurró un "qué gusto verte". En realidad para el resto de mortales presentes nada de eso tenía de raro, eran un par de mujeres saludándose, como si no se hubieran visto un par de semanas.

- ¿Quién era? - preguntó Mario.

- Mi amiga María - contestó Judit mientras una sonrisa no se le quitaba del rostro.

Mario sabía que Judit y María no se veían desde hacía años, había sido testigo de la melancolía de su mujer durante aquella ausencia. Muchas noches había escuchado la frase "y la vez que, con María... tal cosa" o un solitario "Es que con María..." Siempre le preguntó por qué no se veían, Judit nunca le dio una respuesta satisfactoria y entendió al segundo año de tanta tristeza que era mejor no preguntar mucho.

Judit no se apartó de esa alegría del saludo breve con su amiga, conservó ese entusiasmo intacto hasta que un día recibió un mensaje por Facebook.

Como siempre son amigas, las mismas niñas de 15 años, sorprendiéndose con la vida, jugando tetrix con las emociones, encariñándose de sus decisiones de mujeres adultas. Suele vérseles cabalgando al atardecer, como cuando iban al colegio, siempre atentas, siempre libres, siempre gitanas, siempre hermanas.

Agenda gitana

Relato inspirado en "Gypsy" de Fleetwood Mac
Carmela se sentía muy ansiosa. Eso era esta tembladera. Ese ahogo que sentía, que subía y bajaba. ¿Porqué será que estaba allí? Sentada en el café, al resguardo del frío; sí, eso tenía sentido, pero un escalofrío que bajaba por su columna vertebra le decía que no debió de haberle hecho caso. Son las 10:00 am un martes, Carmela, y no estás donde debes.

¿Qué debía hacer exactamente? Si siempre hacía caso. Asentada con la cabeza o decía Sí explícitamente, nunca decía que no. "Me acordás a Inés", le susurrarían al oído. Y en esas vueltas mentales estabas cuando optó por leer algo. Allí tendidos estaban los periódicos que apenas y tocaba, might as well have a look. Esculcando, saltándose la sección de deportes que le remueve recuerdos; ¿qué hay? ¿qué ha pasado? Y justo cuando el campo léxico de poder legislativo empezaba a marear, aparecieron entremetidos una serie de post-its, en un formato curioso muy lejano a esa edición de ayer de El Periódico.

  • 2:31 Ver el reloj. ¿Por qué diablos?
  • 3:34 No hay que ver el reloj cuando no puedes dormir bien. Es lo último que debes hacer.
  • 5:11 ¿Será que es hora de despertarse? Aprovechar el tiempo libre y perseguir el amanecer. Una manera divertida de perseguir el atardecer.
  • 6:25 Hora de salir de la casa. Llegar tarde es recibir menos plata.
  • 8:25 Se ecabó el termo del café y los alumnos se portaron bien.
  • 9:01 Hacer ejercicio. Porque me gusto.
  • 9:58 Antojos de fruta. Con la edad vienen preocupaciones que los alumnos no entenderían.
  • 10:11 Odio las citas en el dentista, pero amo tener tiempo para ello.
  • 12:35 Conseguir una agenda que reemplace este especie de diario volátil.
  • 13:00 Cocina para uno. Para llevar. Almorzar en un café mientras leo el periódico.



Mientras Carmela se hundía periódicamente en presiones que la tocan, esta desconocida se llenaba de tiempo a solas, navegando sin la dirección de los Sis destinados a los demás.