Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20150520

El bar arenoso

Relato tardío entregado pos-deadline
inspirado en Kashmir de Led Zeppelin 
Dichosa esa pareja (pareja o par de personas, “we were always two, never one”, o quizás eran amigos, no sabemos) que estaban sentados no muy lejos del área V.I.P., cerca de la segunda barra. Tenían el privilegio de haber encontrado una mesa solo para ellos en medio del arenoso bar que, ruidoso y lleno, insistía en juntar a la misma gente con la misma música de siempre. Parecían gozar además de otro privilegio moderno: se veían felices. Habían obtenido esa felicidad tan escasa, de manera legítima o no; y era evidente, pues algo tan sencillo y plano como la canción del taxi se volvía un motor de conversación genial. Era motivo de risas y de susurrar cosas al oído, cuando en otros generaba alguna reacción de esas que pasan desapercibidas mezcladas con lo esperado, cosas como ya sea repulsión o emoción. La pareja, en cambio, tomaba sorbos de sus tragos por intervalos que interrumpen la sucesión de secretos y besos, e imitaban voces. –Me. lo. paró. ¡El taxi! –Yo, yo, yo le paré el taxi… Pareciera raro, pero existe tal cosa como carcajearse con el diálogo de una canción reggaetonera


Andrés no sabía ninguno de estos detalles desde su condición de turista en El Tunco, pudiendo sólo escuchar alaridos y musicón, a mesas y cuerpos de distancia de esa escena. No tenía manera de saberlo. Alcanzó a ver, sin embargo, porque le llamó la atención, esa situación que contrastaba con su estado propio. Quizás ellos eran los culpables de esta genuina infelicidad que siente Andrés, los muy malvados, como una especie de mutantes cuyo superpoder es succionar la felicidad del prójimo llevándolo a un estado de tristeza y frustración.  Demasiados elementos separaban a Andrés de los Bonnie & Clyde modernos (los vándalos roba-felicidades que reían felices), elementos como las cervezas heladas que se habían calentado del principio de la noche, y sus labios que tocan el borde de los vasos que sostienen sus manos, puestas sobre la mesa larga en la que cinco cuates vertían palabras y conversaciones. Los chismes y las discusiones no faltaron. Estas diferentes reuniones siempre desembocan en una misma piscina de querer tener la razón y culminan en un inelocuente Fuckyou, cerote en respuesta al valeverguismo de Andrés, quien puede fingir en menor o mayor medida que las cosas le importan cuando en realidad le dan igual. ¡Le valió! gritaba su hermana, desde el pasillo de su excasa, allí en El Pasado, reprochante; cuando en realidad los únicos reclamos que valen son los que uno mismo se hace. 

A eso sabe el humo del décimo cigarrillo de la noche.


Cualquier diría que el calor y el reggaetón se transforman con el tiempo y que se vuelven soportables, totalmente admisibles, con la mezcla adecuada correcta de alcohol y veneno. Sin embargo, la noche avanzaba y Andrés no lograba salir de su estado antipático –peleado con el ánimo y con el ambiente– ¿por qué siempre olvidaba su aversión por este lugar? Debe ser que desde el punto de vista de su rutina en Guatemala y la costumbre de manejar tanto tiempo en ese tráfico tan tenaz, maldiciendo al borde de su asiento porque lo pueden asaltar… Nada, que en comparación todo parece de ahuevo. ¿O será el toque de malinchismo activado al cruzar la frontera, mezclado con la vieja frase del tío Chino “Uno siempre quiere lo que no tiene”? Y aunque sus labios y sus manos han pasado por noches más tediosas y por la tarea de hacer más grande el hoyo de sus desesperaciones, el calor que perdura pone en evidencia esta necesidad de escapar. Pero ni siquiera se siente borracho, ni cabezón, ni… ¿qué ondas con ese cielo nublado? Allá se ve y se nota en todo el horizonte el vapor del clima tropical salvadoreño.


Quizás habían cosas por desaprender que le hubieran permitido mejor disposición, pues por ahí empieza todo, ¿no? Ser, estar; dejar ser y estar, querer querer y querer quererse. Espalda recta, avanza para acomodarse en lo que podría ser una mejor noche. No es mucha ciencia, o al menos así lo balbuceaba con el bartender. Quizás si lo intentara, podría encontrarse en un bar arenoso pidiéndole a este bartender una Ciguanaba y un shot de tequila. (No venden Ciguanabas, es en otro bar del Tunco, entonces deme un Coco Piña). Siempre le había gustado el tequila y cada vez que, en cada bar, erguía su cuello para tomárselo de un solo, era como cumplir un voto de fidelidad con todo lo que tomó en México durante su estadía de 3 meses, un lejano recuerdo que se siente como ayer, porque cada año cumplimos años. Exhalando el vaho de agave, ve para abajo justo antes de ver hacia arriba. Ahora se atrevería a dirigirle la palabra a la señorita que medio bailaba a la par de él, con movimientos casi involuntarios que respondían a advertencias musicales. Ella, se asomaba cerca de él para alcanzar a ver. Parecía que quería pedir algo de tomar y a la vez que sus ojos captaran quiénes estaban tocando, pues ya para este momento no se escucha más reggaetón. Las influencias de la banda eran claramente de Led Zeppelin. Ella las conocía no solo porque tenía que ser cool, había algo de interés genuino, permeable aun pues le faltaba recorrer sus 20's. Mencionaron un CD y una canción, hablaron de “Houses of The Holy”; y justo después la cantaron, se movieron y las estaban cantando cuando ella le explicó que odiaba Kashmir, las pupilas de Juan se dilataron y parpadeó. Esta banda que sonaba hace covers de otras bandas también y es oportuno porque así se saltan Kashmir, la canción fácil que a todos les gusta. Y es que dura mucho, ¿o no? Andrés defendía los riffs de Kashmir y en algún tiempo su correo electrónico fue akashmir99@hotmail.com pero quizás entendiendo dimensiones como ésta, su duración de 8+ minutos, iba a aferrarse a este respiro, esta conversación con una joven de no más de 19 años, no puede tener más de 20 años. Hay algo familiar y cercano en el trato aun lejano con esta niña que bailaba y que ahora le habla. Sí, es larga, dijo la niña, pero también "Hurricane" de Boby Dylan, y esa me encanta. Enters Patty Valentine in a pool of blood… This is the story of the Hurricane… Es muy buena, explicaba, yo la escucho bien seguido. Me llamo Mariana, por cierto. Y empezarían entonces a hablar más de cerca, a un ritmo acelerado de personas que se entretienen. Andrés no percibe la dualidad, lo fragmentado, que dividen a Mariana desde su nacionalidad hasta lo que va hacer cuando sea grande, pero las contradicciones de su identidad van implícitas en el juego de miradas y defensa del derecho a odiar todo. Así como odia a Kashmir, odia tantas otras cosas.


Andrés puede ver desde donde él está viendo el cielo nublado, con un vaso vacío en la mano, que aparecen jóvenes medio bailando allí en la barra, donde él debería de ir a refillear su güaro. ¿Qué es esta música? Perreo desconocido, probablemente. No hay bandas de covers, ni tampoco promesa de escapar de la despedida de soltero a una terraza, o al borde de la playa. Muchas cosas separan a Andrés de un “¿y si vamos a platicar a otro lado?.”

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