Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160314

Playa La Concha

relato inspirado en Miss Sarajevo, de Passengers (Bono y Pavarotti).

Parecía normal que se dieran las cosas cómo se dieron. Un mensaje inocente, una cita no muy prometedora, apatía general que disfrazaba el morbo y la melancolía. ¿Por qué debieron haberse dado las cosas como se dieron? Mi querida gitana, mi pequeño amor tropical. Esas palabras Raúl se las había tragado y enterrado; la promesa de volverse a ver no era más que un súbito incidente que había interrumpido la agenda laboral de ella y, por consecuencia, el día a día de él. La sorpresa no era el mensaje tecleado, porque sabía que había idas y regreso a Sarajevo que la hacían deambular por ciudades, rara vez pero sí. Alguna foto en Facebook que trataba de olvidar e ignorar. Menos mal nunca se propuso a olvidarla, esa tarea no habría sido fácil con las nuevas tecnologías del 2006 para acá. Un mensaje inocente, ajá, un “cancelaron mi vuelo de París a Madrid, debo llegar a Madrid en bús. Llego primero a San Sebastián. ¿Nos vemos?” 

Sin mayor preámbulo, sin hablar de todo el tiempo que tenían de no verse, del elefante rosado de que desaparecieron todos y cada uno de los cuadernos que ella dejó aventados en San Sebastián; viendo en las nubes del ocaso las imágenes de ella despidiéndose. No se querían, no se quisieron, no como él ahora quería a su esposa, pero estaba eso. ¿Qué era? Intriga perpetua, deseo que nunca se disipa. La única manera, quizás, de acabarlo, fuera, quizás, si ella, esta gitana, se hubiera presentado como una oportunidad tanto finita como eterna, y no una alma libre; que la segunda esposa fuera esta alma brasileña, piel brasileña, piel mulata, identidad dividida en secreto, buscando llenarse sola antes de que alguien la llene; mulata que pasó por las playas del Norte de España. La oportunidad había sido, pensaba Raúl mientras se ponía el corbatín  que si no probaba, ella se iría y él nunca sabría lo que sabe hoy: el placer de su compañía, placer recluido y perdido. ¿Lo estaría recuperando? Ana estaba muy cansada cuando se vieron en el aeropuerto, con sus inconfundibles ojos vidriosos. No, no había llorado, era solo el desvelo. ¿Quién hace eso? La aerolínea no se había hecho carga de nada, además. Y, no gracias, reservé un hotel cerca del Casco, no hará falta que me recibas en tu casa. ¿Además qué va a decir tu esposa? Vamos a la playa. La brisa les iba a hacer bien a ambos, con los Beatles sonando y disimulando ese nudo en la garganta de una invitación solo por compromiso, porque Raúl no debía estar allí. Estaba allí justamente porque sabía que no debía estar allí. 

Nunca lo decía, pero seguía atormentado por el misterio de qué pasó entre ellos. Cuando Raúl preguntó que si había habido alguien más, ella solo lo volvió a ver y aspiró humo del cigarrillo, con ojos parcos y una cortina de privacidad. No importaba, porque el problema era que estaba muy joven, muy dudosa, muy ella. Ahora era mayor, pero los dos coincidían con que no había necesidad de tener hijos, no ahorita. Demasiadas cosas ocupan mi mente y me absorben, me amarran; es un laberinto y no me pierdo, decía. Era necesario hacer esos recuentos, verse a los ojos, y adivinar qué había detrás de las palabras que se daban. La proximidad se había perdido, pero no la comodidad, o al menos eso parecía. Subyacía la atracción, debajo de esas palabras. El mar parecía arrullar el deseo.

Confesó, de repente, como si Raúl fuera la única persona en el planeta, como si él fuera un espejo que refleja esa parte con la que ella habla siempre a través de sus monólogos con promesas malditas, que aún se odiaba. No dejaba de existir esta especie de autoamenaza que envuelve su interior de color azul, Raúl, azul como este mar, profundo como la melancolía. Me odio, me recuerdo de mis defectos contra los cuales lucho y veo que todos logran superar el pasado hasta alcanzar la felicidad. Yo no, decía conmovida y triste; yo me divido y me fragmento y… cansa. Y perdón, no era más que el cansancio de estos viajes. El desequilibrio físico siempre termina por confrontarme y entra el peso de mis cosas, las que no he resuelto sin resolver. La última vez había sido la semana de insomnio y migraña; la última vez que él recordaba fue aún aquí en esta ciudad playera, la semana antes de las vacaciones que todo parecía venírsele encima. Irse, y dejar todos esos cuadernos tirados, había sido precisamente un mecanismo de defensa. Huye, corre, cae. (Si esto fuera una película de Almodóvar, alguien los estuviera viendo de lejos, siluetas nocturnas, diminutas en la playa; podía adivinar que eso pensaba.) Raúl se hubiera cansado de ella, pero esta frase no era algo que ninguno se creía, no del todo. Esta frase era coquetería clásica, pulida por la diplomacia de la edad en la que se encontraban y perfectamente sincronizada con la marea que subía.

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