Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20131226

Ceguera

"A quién me la ha provocado"


Las noticias fueron claras, en el incendio murió solo una persona, pero la casa se desintegró hasta sus cimientos por el voraz siniestro. 

No recuerdo cómo sucedió, cuando inició este calvario. Tengo solo dos que me recuerdan lo acontecido... antes estaba ciega, ahora ya no... y las quemaduras que tuve en el incendio. 

Había pasado un año y medio con él, todo era maravilloso hasta que una mañana desperté con los ojos sellados, no podía ver, era como si una fuerte venda rodeaba mi cabeza, no solo no veía, el dolor de cabeza era insoportable. Con la paciencia de un santo, él me llevó al hospital, buscamos a los mejores doctores, barajamos todas las posibilidades y experimentamos con todos los tratamientos que se nos puso al alcance, desde los mas ortodoxos hasta los más extraños y exóticos. Nada funcionaba. El hecho de no poder valerme por mí misma, de consultar todo, de pedir favores al amado me ponía de mal humor, no quería perder mi autonomía, dejé de ir al trabajo, ya no escribía, ya no podía ver una película... solo la música no se largó. Ella se quedó. Ella y él.

Con devoción el amado me preparaba los alimentos, me guiaba por la casa, me bañaba, me escuchaba en mis pataletas, en mis conversaciones serenas, echaba agua a mi planta, como lo hacía yo, me decía que él podía escribir lo que yo le dijera, que podía sacrificarse de por vida conmigo si no recobraba la vista, que encontraríamos una forma de sobrevivir... juntos. 

Una mañana la compañía para la que trabajaba le anunció que debía atender unos negocios fuera del país, se espantó tanto, no podía rechazar la asignación pero pensó en todo lo que implicaría dejarme sola a merced de mi oscuridad. Haciendo malabares, pidiendo favores y dejando todo milimétricamente ordenado me dejó en compañía de una enfermera. Se fue. 

La primera mañana de su ausencia lo noté, el dolor de ojos y cabeza iba disminuyendo. La segunda mañana sentí como podía mover los párpados que habían estado como rocas en tantos meses. Había algo en ese movimiento reflejo de mis ojos que me dio esperanzas. ¿Y si volvía a ver? ¿y si recuperaba la vista? ¨Podría ver su hermoso rostro al regresar de su viaje, vería con sorpresa que yo volvería a ser la mujer independiente y autónoma que siempre fui. Se sentiría orgulloso, se sentiría feliz. 

Era parte de todo un milagro orquestado, mientras él estuvo de viaje poco a poco fui recuperando la visión. La tercera mañana fue lindo empezar a ver siluetas y reconocer algunos colores, la enfermera estaba entusiasmada con mi avance, con ella volví a proponerme metas, volví a esperar con paciencia mientras veía que existía la esperanza. 

Las dos semanas en las que él se fue, fueron largas pero de trabajo arduo, a 48 horas que él regresara aún no le había contado del milagro quería que fuera una sorpresa que me encontrara con mis eternos lentes puestos, dispuestos a redescubrir cada una de sus arrugas, de sus canas, cada uno de los centímetros de su cuerpo. A 24 horas de su regreso ya leía el último libro que me había dado antes de la ceguera y que se había quedado a medias. Era una triste historia, la protagonista decidía quitarse la vida ante la imposibilidad de formar parte de la historia de su amor. No soportó ser parte oculta de él. No soportó amarlo más de lo que debía. Fue una mala idea. La tristeza empezó a invadirme, mientras pasaba la última noche sin él lloré mucho, pensando en lo que había leído, no entendía por qué me había impactado tanto esa historia. El 80% de historias de amor son así, trágicas, dramáticas... tristes. 

Me sequé las lágrimas, él venía en camino... debía alegrarse de verme recuperada, quería ver su rostro sorprendido. 

Su retorno fue tal cual lo pensé, nos besamos, él lloraba de felicidad de verme como me recordaba en nuestros mejores días. Yo lloraba de felicidad, de ver su rostro de nuevo. Somos un par de cursis. Par de viejos cursis. 

Aquella noche hicimos el amor, me amó como solo él ha podido, me recordó las rutas que ha usado para llevarme a lugares inimaginables. En sus manos fui de nuevo materia dispuesta para el gozo eterno que se deslizaba desde mis piernas. Aquella noche hicimos el amor y yo le dije justo las palabras que él necesita escuchar para saber que es el hombre más importante en mi vida. En mis manos su piel fue papiro para escribir mi historia. 

Luego la calma. El silencio.

Desperté a mitad de la madrugada, como siempre... me sentía mareada y decidí bajar a tomar un vaso con agua. Bajé a la cocina y ahí reconocí el primer síntoma... la cabeza me dolía, los ojos se me hacían pesados, la ceguera venía de regreso. ¿Cómo era posible aquello? ¿qué sucedía? Sentía tanto miedo, empecé a gritar, lo llamaba, le decía que bajara, que me ayudara, mientras yo estaba a esas alturas tirada en el piso de la cocina, tratando de reconocer el camino de regreso. 

No sé cómo sucedió, mis ojos eran incapaces de ver bien, solo vi un enorme destello y un escuché el ruido como de mortero. Fue cuando empecé a ver de nuevo. Una tremenda estela de fuego cercaba todo el camino hacia la segunda planta de la casa, vi como todo era invadido por una luz incandescente, el calor era terrible, le gritaba, gritaba con todas mis fuerzas. No sabía por qué ni cómo, pero en ese momento veía perfectamente, aunque lo que veía no era agradable. Todo ardía.

Intenté subir por las gradas, escuchaba que gritaba. Él gritaba, yo  me quería morir abrazada a él, me quería morir de vieja en sus brazos, criar a sus hijos, cocinar sus alimentos, escuchar sus quejas y sus problemas, emborracharme con él, tomar el café al atardecer, recorrer países de su mano, quería todo y todo se consumía, con él en medio de toda esa tormenta de fuego que al fin me dejaba ver todo.

Lo último que escuché de él fue su voz diciéndome que saliera, que escapara. 

Las noticias fueron claras, en el incendio murió solo una persona, pero la casa se desintegró hasta sus cimientos por el voraz siniestro, justo como me desintegré yo. Ahora veo, veo todo y quiero estar ciega de nuevo. 

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