Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20150424

1999


Relato inspirado en Ostatnie Lato XX Weiku de Komety




A Melanie y Radka


Siempre he pensado que el lenguaje es un virus, entra por los oídos y sale por los poros o la boca. Infecta a quien lo escuche o tenga cerca y no siempre se sabe quién es el portador y quién es el sintomático. Vaga por las calles, siempre errante, salta de nube en nube y se cuela por todas las rendijas. Ha viajado al espacio, navegado en el aire y vibrado en mil bocas, justo antes o después de algún beso, una cachetada infame o un estrecho abrazo. Es contagioso, incoloro, invisible o visible, cambiante. No siempre se escucha, a veces solamente se ve. De todas las formas de lenguaje, de todas sus caras, la que más me interesa es la conversación. Eso no lo pude hacer bien al principio contigo.


Nacemos acostumbrados al ruido de todo: los llantos, las risas, las palabras. Yo, nunca me acostumbré al ruido ni a la palabrería hueca siempre presente a mi alrededor, pero a lo que sí me acostumbré fue al sonido de tu voz. Aun sin comprender bien que me decías, me gustaba oírte.


Lo primero que escuché fue tu risa, sin ver tu cara ni tu espalda. Tuve que voltear a ver, esa risa contenía todo en una nota.  En un segundo, el pánico me invadió porque escuché tu voz en un ronroneo tirarme a la cara un Wie geht's? Bist du die Austauschschülerin? y no supe qué responderte. Recuerdo cómo te quedaste esperando una respuesta: me mirabas mientras yo me congelaba de terror. En ese momento no supe si te habías burlado de mí, pero ví tus ojos líquidos clavados en mí y me dí cuenta que honestamente estabas preguntándome algo, no sabía qué. Me defendí con un tímido Jawohl y te reíste de nuevo. (Después me enteré que eso solo lo decían los militares, debí haber parecido muy estúpida).


El cerebro me daba vueltas.
 

Qué le digo, si tengo la respuesta en la punta de la lengua, era der die o das, el libro decía esto, todos se van a burlar, que no, que sí, me quedo callada, allí va, luego espero, no, mejor no hablo, y si muevo la cabeza, de nada me sirvió aprender esta mierda, por que no me sale nada, que me pasa, tengo que decir algo, si llevo más de diez años en esto, no puede ser... se fue.


Con una sonrisa, intentaste hablarme en inglés y yo reaccioné. Estaba todavía oxidada y era mi primer día en ese lugar. Mi pelo oscuro y baja estatura me delataban como extranjera, mi cara desorientada me marcaba como la nueva del grupo. Me preguntaron por el paisito de dónde venía, para asegurarse que no andábamos en taparrabos, si las calles eran de tierra y piedra o concreto y si no vivíamos en los árboles. Les contaba en mi media lengua de las frutas de colores imposibles y nombres impronunciables que teníamos todo el año, de nuestras temporadas de lluvia de varios días y de los animales que se miraban cada vez menos pero que existían y eran diferentes a los que ellos tenían. Me maravillaron con quesos, pan de diferentes clases y hasta vino especiado que temía probar pero resultó ser delicioso. Así pasaron las horas hasta que terminó la jornada de clase y me llevaste a caminar para conocer el pueblo. Me contaste que tenías una familia repartida en diferentes ciudades, de tus padres divorciados y de tu único hermano. Creo que en ese momento, decidiste adoptarme como hermana postiza para enseñarme todo lo que hubieras querido compartir con alguien deseosa de escuchar. Procuraba no distraerme, me divertía tu plática y me encantaba el paisaje. Después de haber pasado por la lechería, la iglesia, el supermercado, la oficina de correos y un buen número de pastos, llegamos a la casa en donde pasaría esos cuatro meses y nos despedimos con un abrazo. No podía creer mi enorme suerte de conocer gente tan cálida en un país tan frío, especialmente la suerte increíble de conocerte, tan única. No lo sabía en ese momento, pero acababa de conocer a una amiga para toda la vida.


Eso fue hace dieciseis años. Volví a verte hace siete apenas. Sigues impresionándome con lo que haces, con la enorme fuerza con que enfrentas a la vida, con la delicadeza que tienes al dedicarle tu cariño a otra persona. Pasamos cuatro meses yendo a buscar panecillos, a recolectar hongos en esas alfombras de hojas doradas camino a la escuela, pintando con todos los colores que teníamos a la mano, contándonos historias que escribiríamos después. Sigo viéndote desde lejos, sigues enviando cartas que suenan a poemas y sigues siendo esa valkiria salvadora con sensibilidad de artista que aun a la distancia me hace sentir apreciada. Poco ha cambiado a pesar del océano que literalmente nos separa.


Ese virus del cual me contagiaste a unos días de estar contigo, me permitió conocerte, entenderte aunque fuera un poco para poder entrar a tu mundo. Y aunque al principio me diera lo mismo que me dijeras Friend en lugar de Freundin, entiendo que era tu forma de alcanzarme. Me enseñaste qué querían decir Wanderlust y Fernweh y desde que lo supe, entendí qué era ese dolor que me quedaba por una patria ajena.


Sé que algún día volveremos a vernos. Simplemente lo sé.


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