Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160510

Chévere como la China


Relato inspirado en
God gave me Everything de
Mick Jagger con Lenny Kravitz




Chévere como la China... ¿Sabés? Como meterse en una carcacha chuca y salir a tomar chelas y un par de pupas con chicharrón por la noche con los cheros a un changarro. ¿Me entendés? Todo azul, todo chill, bien chévere.


Chivo, te voy a contar como conocí a la China. Fue en una de esas fiestas de pueblo donde ves a los viejos con cuetes de vara, a los bichos haciendo rueda alrededor de un bolo bailando y a una maitra refunfuñando en una esquina porque la hija se le había perdido... Te podés imaginar la escena. La China era esa hija perdida, pero yo todavía no lo sabía.


Allá a lo lejos vi a una bicha cantando, destemplada, a todo pulmón, casi chillando. Tenía unos pantalones de lona rotos en la rodilla, una pañoleta roja en la cabeza, una blusa blanca y unos mocasines negros chuquitos de lástima. Toda ella era bulla, bochinche y colochos. Tenía un marco de resortes negros alrededor de la cara que brincaban cada vez que se movía. Sonreía y venía un colocho a saludarte. Saltaba de emoción y allá iba otro colocho metiche a ver qué pasaba. No puedo imaginármela sin sus colochos. Por eso le decían China, no porque tuviera los ojos chiquitos o achinados. En esos tiempos era de esperarse que todas las bonitas se hicieran la permanente, pero ella no lo necesitaba. Había nacido con los colochos que otras tanto se esforzaban en hacerse. ¿Te había dicho ya que me gustaban sus colochos? ¿Te acordás de Medusa, la convertía a los hombres en piedra? Si salía en un libro de esos que nos pusieron a leer en Octavo Grado... Bueno, no te acordás. Dejá y te cuento. Medusa tenía serpientes en lugar de pelo y la China tenía resortes en lugar de mechones. Era chula, chulísima, bien chévere. No me convertía en piedra, pero me ponía aguado cuando la veía. Bastó que viniera a mí con sus colochos y me sonriera para que fuera de baboso a hacer lo que ella quería.


Para no hacerte el cuento largo, fue en esa fiesta de pueblo cuando también conocí a la nana de la China. Ella no era tan chévere, pero no he llegado a esa parte. La China y yo nos subimos a la Chicago, al Tagadá, al Zipper, a los carros chocones y al Gusanito. No, en serio, nos subimos al Gusanito, ya vás de cochino... No, no fue así. En serio nos subimos a los vagoncitos del Gusano ése porque al final ya no me alcanzaba para nada más. Con lo que me sobró, fuimos a buscar unos algodones de azúcar; ella agarró uno azul y yo agarré uno amarillo. Seguimos platicando, contándonos todo. Yo le contaba como había llegado allí por la presión de mis cheros que querían ir a conocer la dichosa Perla de Oriente y ver si era verdad que en el carnaval se podía bailar hasta las seis de la mañana, siempre con bichas diferentes. Ella me contaba cómo la hostigaba la nana: ya se había ido la hermana a otro lado con un bicho que la había dejado panzona y no quería que a ella le pasara lo mismo. Me decía que eso le había pasado por tonta, porque no se había cuidado y que ella era mucho más viva. Me reía de las sinvergüenzadas de la China, pensando en la nana que de verdad iba a tener mucho trabajo con ella, por deshuevada. Era libre a su manera. Me impresionó, para qué te voy a mentir. Yo solo la miraba y me decía que era un tipo con suerte porque semejante mujerón me había hablado y se reía conmigo. Fue en una de ésas que me agarró la cabeza para plantarme el beso más dulce que me han dado en mi vida. El azúcar se nos deshacía en la lengua, en la cara, en la nariz. De pronto los dos teníamos la cara pintada de verde y mi nariz era un revoltijo de colores. Los colochos se le miraban escarchados, como de turrón. ¿Te había dicho ya que era chula toda ella con sus colochos?


Así nos encontró la nana, con la cara y los labios pintados de verde, en pleno beso. No alcancé a sentir cuando sus labios se separaron de los míos porque fue más rápida su yina Balco en mi cara que mi sorpresa. Reíte, reíte, desgraciado, que justo así fue. Nunca le conté a nadie de la China porque nadie me hubiera creído. No me creás, pues. Fue el beso más dulce, el más chévere, el más colocho. Chévere, así como la China.


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