Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160510

“God Gave Me Everything” —Mick Jagger feat. Lenny Kravitz



El 13 de mayo de 1994 fue viernes. Como antesala a un invierno que llegó puntual, el día se esfumó en un reflejo naranja-grisáceo. Dentro del salón de clases, los estudiantes se ocuparon del orden de unas clases vespertinas que terminaron antes de lo habitual. Por las ventanas, el tiempo se diluyó gota tras gota sobre las plantas achicopaladas por una ligera lluvia. Fue bajo ese cielo que segundo a segundo se volvía gris, entre cuadernillos y lápices; sillitas y mesitas; uniformes y mochilas escolares, que a sus recién estrenados 8 años, Camila se encontró dándole la razón a los adultos: los viernes 13 eran de mala suerte. Los 13 de mayo dejaron de ser de una virgen maría que bajaba de los cielos de cova e iría —o como dijera la canción, para bajar a su casa y llevarse a su abuelo. ¿Qué de santo tendría ese viernes gris, tenebroso como la sala de la funeraria por donde desfilaron las caras desconocidas, hinchadas por el llanto? ¿Qué de memorable tendría esa noche donde los primos lejanos aparecieron en un disfraz de luto, ignorantes del dolor ajeno? ¿Qué entenderían de un duelo inexplicable? ¿De madres llorosas y abuelas consagradas al nazareno a causa del dolor extremo? ¿De tardes de novenario ahumado en incienso y mujeres con velos en las cabezas y cánticos disueltos en llantos? ¿Quién explicaría el significado de la muerte, del cáncer, ese que por años consumió no solo a una persona, sino que a toda una familia dejándola en un luto perverso y eterno?


CORTE A: 

El 27 de septiembre de 2008 fue jueves. A las 00:12 horas caminó sin dirección por las calles de la ciudad. A través de unos ojos llorosos marcó por cuarta vez el número telefónico de la única persona en quien confiaba. “El número que intenta llamar no se encuentra disponible—”, respondió mecánicamente el buzón de voz.  —dios, y las desérticas calles fueron los testigos de ese arrebato fúrico que hizo estrellar el teléfono celular contra el concreto. ¿En qué momento la algarabía de la noche, de los nuevos amigos, de la cerveza se convirtió en pelea? ¿Cómo fue que las palabras de amor se volcaron a pleitos borrachos, tan difíciles de recordar y al mismo tiempo, tan difíciles de olvidar? ¿Cómo fue posible pasar de la compañía al abandono? Entre la soledad de media noche y la confusión, Lucía lloró sobre las gradas que llevaban a una institución financiera. Luego de limpiarse las lágrimas borrachas que le escurrían el maquillaje, recobró la compostura. 21 años no era edad para llorar, deambular por las calles durante la madrugada y mucho menos entender de (des)amores. Un suspiro largo le devolvió la dignidad. Una a una, recuperó la compostura y las piezas que conformaban el aparato celular. El teléfono no volvió a prender. No había a nadie a quien llamar. Caminó 700 metros hasta la casa de sus padres. Para variar, no llevaba la llave. Sonrió ante el absurdo adagio que reafirma que las cosas cuando van mal siempre pueden ir peor. De alguna forma, alguien la dejó entrar a la casa y entre la vergüenza y el etílico, se durmió.

CORTE A: 

El 18 de agosto de 2014 fue lunes. Dos rayitas azules sonrieron positivas sobre la porcelana del servicio sanitario de la oficina. ¿Cuántas pruebas positivas más pasarían por ese baño frío e impersonal?, se preguntó. ¿Cuántas acciones indeseadas? ¿Cuántos desaciertos, equivocaciones y pendientes por resolver? Con manos temblorosas, guardó la paleta de plástico que confirmaron la peor de las noticias. No tuvo necesidad de verificar las instrucciones, ni de exámenes de sangre adicionales. Las tiritas azules se pintaron en menos de dos segundos, cambiando para siempre la vida de Jimena. Con la caja, los papeles y el miedo guardado en su bolso, salió hacia la sala de reuniones. Prendió el computador y sobre su lista de “cosas por hacer”, anotó un pendiente más.







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