Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160724

Ella













- Carlos no está  - le dice, parada junto a la puerta, sosteniendo el picaporte como si alguien fuera a quitárselo.
- Ya sé, le hablé en la mañana por teléfono y me contó que se iba para Panamá. Me dijo que estaba bien si pasaba a devolverle este libro, me lo prestó hace meses – contesta él enseñándole el libro que, de alguna manera, justifica su presencia a esa hora de la noche.
- Bueno, dámelo. Yo le digo que pasaste – dice, por decir algo, deteniendo la puerta. Esperando algo más que el libro. Dibujando en su rostro una mueca que quiere ser una sonrisa. Una sonrisa que quiere ser una mueca. “Un momento que no podrá ser nunca”, piensa y le pregunta si quiere pasar. Él no se niega ni por un segundo y desplaza su metro ochenta dentro del pequeño recibidor de la casa, argumentando que no quiere interrumpirla en nada. Ella cierra la puerta tras de él, contestando que no interrumpe nada, que solo iba a tomarse una copa de vino y fumar un cigarro en la terraza, que si quiere acompañarla.
Sí la acompaña. Ella le ofrece algo de beber. Él solo quiere agua, tiene sed. El vaso viene fresco y transparente moviéndose suave al ritmo de ella, que se lo entrega directo en la mano. Se sientan frente a frente con la mesa de vidrio en medio y ese sentimiento a medias por todos lados.  Hablan de las mismas historias que no se cansan nunca de contar en las largas reuniones de los viernes con el grupo de siempre. Solo que ahora no es viernes ni está el grupo de siempre. Solo ellos dos con sonrisas tontas y silencios largos, entre frases cortadas y sin sentido. Ella le mira a los ojos mientras hablan, él no le puede sostener ni un minuto la mirada, nunca ha podido. Uno de los niños viene a decir buenas noches. No se extraña de encontrar allí al “Tío Santiago”, quien siempre está en la casa acompañando a su papá como su sombra. El chico le da un beso a la mamá, otro al “tío” y se va corriendo al dormitorio. Ella sonríe otra vez, con una sonrisa nueva que él no le conocía, que le ilumina toda la cara.

- ¿Qué? – Logra apenas decir Santiago. Más que una pregunta, una súplica.
- ¿Algunas veces no sentís que estás viviendo una vida que no te imaginabas? –

Él le dice Rebeca como un conjuro, tratando de que su nombre suene como algo más que una palabra. Y no dice nada más, solo sonríe lento, tratando de sostenerle la mirada. Enmudeciendo frente a esos ojos grandes y profundos, queriendo partir en dos la mesa, el mundo, el maldito destino que la hizo cruzarse por la puta vida de Carlos antes que por la de él.
- A veces siento que estoy viviendo una vida que no es mía -  dice él, pasando una mano sobre la mesita para encenderle otro cigarro.
Ahora ella le dice Santiago como una promesa, con sílabas que pronunciadas así se vuelven una esperanza.

- ¿Qué es lo que esperás de mí, Rebeca? –
- Entenderás que no puedo esperar nada más que sigás siendo el mejor amigo de Carlos –
- Entonces, ¿Vos entenderás que ahora me levante y me vaya? –
- Lo entiendo. Está claro –

Por segundos él no se mueve. Le dijo que lo entiende. Claro que está claro. Toma el celular que antes puso sobre la mesa, junto al vaso con agua que permanece intacto, y casi de un salto se levanta. Todavía la mira. Ahora sí puede sostenerle la mirada.

En la puerta se despiden como si nada, hacen planes para verse el viernes con el grupo de siempre, cuando Carlos ya esté de vuelta. A escuchar nuevas anécdotas en Panamá, bromea Santiago, mientras con la mano derecha le agarra el brazo izquierdo para despedirse. El brazo que es eterno, que se vuelve un puente en donde su mano se va deslizando hacia abajo hasta quedar los dedos juntos, entrelazados.

- Como debería ser – dice Santiago, jalándola hacia afuera, empujándola levemente contra la pared de laja, acariciándola mientras mide los pocos centímetros que faltan para aplacar su respiración, su agitación, sus límites. Se miran como nunca. Nunca tan cerca. Se besan como nunca. Nunca antes. Reconociéndose las formas, las humedades. Se sienten, un murmullo cadente y pausado. Se desean y se adivinan, se adivinan y se desean bajo aquel cielo, inútilmente estrellado. Bajo aquella luna que quiso ser llena, pero es menguante. Santiago siente que se le escapa, que se le va a escapar y la envuelve con un brazo, sintiendo el cuerpo nuevo de Rebeca que no conocía. Dejando, sí dejando, que esta vida sea suya. Imaginando, nada más imaginando que puede ser…

- ¿Creés que si me quedo con vos esta noche estarías viviendo la vida que imaginabas? –

Entonces Rebeca piensa. Piensa y lo separa. Trata de mirarlo, pero ahora es ella quien no puede sostenerle la mirada. Camina de regreso hacia la  puerta, se voltea y lo abraza. Nada más lo abraza y se deja abrazar largo. Luego se para bajo el umbral y le contesta:
- No creo, porque en la vida que imaginaba no tenía que engañar a Carlos para estar con vos…

- Entonces… gracias por el agua - dice Santiago tratando de sonreír y se va.

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